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La presidenta bis de La Moncloa

La presidenta bis de La Moncloa

Cada vez es más evidente que en La Moncloa existe un poder bis, que no es un doble poder, sino una mujer, en este caso la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, que ejerce de auténtica ama de casa -a la antigua- siempre modosa y modesta, pero resolviendo los verdaderos problemas de la familia, mientras el presidente -en este caso, ¡casualmente!, hombre- se encarga de soñar, inventar y hasta de recrearse con la Segunda Transición de la Democracia española, que habrá de acabar con las herencias que aún quedan de la dictadura franquista y hasta de la España negra y tercermundista.
José Luis Rodríguez Zapatero ha descubierto lo que los teóricos de las Facultades universitarias de Política definen como el régimen presidencialista y María Teresa Fernández de la Vega, y en menor medida -porque no se deja- el vicepresidente Pedro Solbes, son sus fieles secretarios que cubren con sus cuerpos al presidente en la batalla diaria, o que como el Cid aspiran a entregar al Rey Alfonso VI la ciudad de Valencia una vez conquistada. Ni Felipe González, que tenía alma de presidente, ni mucho menos Adolfo Suárez y José María Aznar, que ejercieron como auténticos primeros ministros al frente de sus respectivos Consejos de Ministros, hicieron tanta distinción entre lo que es política de Estado, los sueños y las utopías, y lo que es ejercer el poder desde los Ministerios.

José Luis Rodríguez Zapatero podría -y parece que lo intenta- dejar de aparecer por los Consejos de Ministros y nadie notaría nada. Es más, algunos de ellos hace tiempo que no hablan con ZP y prefieren resolver sus problemas directamente con la vicepresidenta, y si se trata de cuestiones económicas hablar en persona con Pedro Solbes.

Un ejemplo del presidencialismo de ZP - que se extiende también a su partido- ha sido el montaje de la actual campaña de propaganda diseñada por el número dos del PSOE, José Blanco, para tratar de recuperar los puntos perdidos en la batalla del Estatut y que ha hecho que, por primera vez en año y medio, los populares de Mariano Rajoy hayan conseguido acercarse peligrosamente en intención de voto a los socialistas tras la debacle del PP, el 14-M de 2004.

Dejando al margen la simplicidad de la campaña de “antipropaganda” -con vuelta a las acusaciones a Cascos sobre el “Prestige” y a Aznar por la guerra de Irak- montada por el PSOE, lo que si ha quedado claro es que Zapatero no va a participar ni a “quemarse” en esas acusaciones “evidentes” al PP, salvo en el mitin final que los socialistas quieren organizar el domingo 18 de diciembre en el municipio madrileño de Torrejón de Ardoz. En vez de Zapatero, sus fieles escuderos, Alfredo Pérez Rubalcaba, José Antonio Alonso, Juan Fernando López Aguilar y el propio Pepe Blanco, han tenido que lidiar en casi toda España con la parte más fea de la película, para tratar de devolver la calma a los votantes socialistas, asustados por la deriva que había tomado el Gobierno con la discusión del Estatut catalán.

A la propia María Teresa Fernández de la Vega le ha tocado, además de servir de telonera de la campaña de ZP en Zaragoza, reunirse con los alcades madrileños -que controlan, no lo olvidemos, más de un millón de votos de las grandes ciudades metropolitanas de la Comunidad de Madrid- para tratar de devolverles el ánimo y prometerles que “el Estatut será aprobado con todas las garantías constitucionales. Y si no, no se aprobará”. Una declaración parecida a ésta hecha por Zapatero y refrendada por Maragall en la reunión del Comité Federal anterior al verano tranquilizó a los barones de las Autonomías -Ibarra, Barreda y Chaves- pero no sirvió para nada, porque a los pocos días Maragall lo incumplía votando a favor en el Parlament catalán un texto evidentemente inconstitucional. De ahí el enfado del presidente extremeño que poco más que quería ir a ver a Maragall a pedirle explicaciones por su “mentira”.

Cada vez que Zapatero sale de La Moncloa, a María Teresa Fernández de la Vega la tiemblan las piernas, sabiendo que en el próximo Consejo de Ministros habrá de rectificar, aclarar o matizar el rumbo que el presidente quiere dar a la acción de Gobierno. Pero no pasa nada, la vicepresidenta agacha la cabeza, sonríe y se limita a tirar balones para afuera a la espera de que la dejen gobernar: hacer esas cosas que repercuten en los ciudadanos y forman parte de la gestión ministerial.

Peor que lo que tuvo que soportar el pasado verano con el incendio de Guadalajara, con grave riesgo incluso para su integridad física cuando visitó la zona, no parecía posible. O cuando tuvo que gestionar también los asaltos a las “fortalezas” de Ceuta y Melilla por parte de los inmigrantes. Si algo hay que reconocer a María Teresa Fernández de la Vega es capacidad para encajar las adversidades. Mejor compañera de Gobierno no hubiera podido encontrar jamás el presidente Zapatero, que se encuentra mucho más a gusto discutiendo de alta política con Chirac o con Durao Barroso, que con los primeros ministros europeos. Si el protocolo se lo permitiese hace tiempo que hubiera delegado las reuniones con los Gobiernos europeos en la fiel ayudante. Ni un mal gesto, ni un reproche público, otra cosa es lo que puede ocurrir cada vez que Zapatero vuelve a La Moncloa donde le esperan dos mujeres: Teresa Fernández de la Vega, en el despacho, y Sonsoles Espinosa en el palacio presidencial.


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