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Alfonso Rojo

Pequeña y potente

AlfonsoHay una natural fascinación que ejercen los poderosos y ya verán como dentro de pocos días, hasta sus más acerados críticos comienzan a ver atractiva a Ángela Merkel.
No es fácil, porque la nueva canciller alemana, quien acaba de cumplir 51 años, es de todo menos mona, pero la política como el dinero tiene extrañas virtudes.

Hasta Zapatero se sumará al coro. No es momento de ahondar en la llaga, porque bastante tiene con el entuerto del Estatut catalán y la que se ha montado junto a Ceuta y Melilla, pero coincidirán conmigo en que la fortuna no ha dotado a nuestro presidente con el don de la oportunidad.

Un presidente del Gobierno español no puede decir -como dijo el día después de las elecciones alemanas- que se alegraba por el fracaso electoral de Ángela Merkel. Además de incorrecto diplomáticamente, revela empecinamiento en el error, porque ZP ya se equivocó con Bush hace un año, cuando apostó por Kerry.

Afortunadamente, la nueva canciller no se tomara el asunto tan a pecho como se lo tomó el tejano y a menos que se tuerzan mucho las cosas, lo personal no se interpondrá entre la poderosa Alemania y España cuando llegue la hora de negociar en la UE.
Ángela no es rencorosa, pero si persistente. Los periodistas alemanes dicen de ella que funciona como un motor diesel. La verdad es que es un personaje excepcional, al menos en lo que se refiere a su carrera política. En España sabemos que para llegar alto en un partido hay que comenzar muy joven. No hace falta destacar al principio, pero es imprescindible pasar muchas horas haciendo méritos y pegando carteles. Eso también pasa en Alemania.

Pasaba, porque Ángela es la excepción. Esta señora de rostro ingenuo e infantil, que era excelente en todo en el colegio -con la excepción de la gimnasia-, ni fue activista juvenil ni destacó por su oposición a la dictadura comunista en la extinta República Democrática Alemana, que es donde se crió en compañía de su padre, un piadoso pastor protestante dedicado a difundir la palabra divina en un Estado ateo.
Ángela se graduó en Física en la Universidad de Leipzig, donde vivía en 10 metros cuadrados, y a los 23 años se casó con un compañero. Su primer matrimonio no duró ni cinco años. Se marchó de casa con la lavadora y el apellido de su primer marido, que todavía conserva.

Por aquel entonces, ya era miembro de las Juventudes Comunistas, pero su verdadero interés por la política - ya como anticomunista- sólo empezó en los meses previos a la caída del muro de Berlín.

Quien la puso en la parilla de salida fue Helmut Kohl, el artífice de la reunificación alemana, que necesitaba una mujer, joven y del Este, en su gabinete y la fichó, sin saber que aquella diminuta muchachita, terminaría por hundirle con un artículo en el que lo trituraba moralmente por permitir la financiación ilegal de la CDU. A partir de ahí, Ángela no hizo más que echar rivales a la cuneta. Sobre el papel, era la persona menos indicada para liderar un partido dirigido siempre por hombres.
"Quizá me guste tener a los hombres a la altura de los ojos", confesó hace un par de días a lectores del Bild am Sonntag. De quien no habló fue de Joachim Sauer, su segundo marido, a quien los chistosos llaman "el fantasma de la ópera" porque sólo aparece en público cuando acompaña a Ángela durante el festival de Bayreuth.
"Mi marido tiene muchas obligaciones y le gusta mucho su trabajo de catedrático de química", explica Merkel. Sauer no soporta a los periodistas y tampoco que se dirijan a él como Herr Merkel. No está dispuesto a representar el papel de consorte inútil, pero lo tiene difícil.
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