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Alfonso Rojo

El vecino del sur

Hace año y medio, cuando el PSOE ganó las elecciones, todo el mundo auguraba un cambio radical en las relaciones con nuestro vecino del sur.
Se reprodujeron las portadas elogiosas con que la prensa marroquí recibía a Zapatero y se desempolvaron de las hemerotecas las que habían dedicado a Aznar en 1996, para dejar patente que el trato sería diferente. Desde el Gobierno y desde la prensa, pocas veces tan unánimes, se vaticinó que los desencuentros habían llegado a su fin y que incidentes como el del Islote de Perejil no se repetirían jamás.

Los profetas no acertaron. Si alguien tiene dudas, basta recordar las pedradas con que recibieron a la Legión el lunes en la frontera hispano-marroquí o los aluviones de subsaharianos que asaltan cada noche la valla y entran en tropel a Ceuta y Melilla.
¿De quien es la culpa? Un candidato como muchas papeletas es Zapatero, porque ha enviado mensajes confusos, no ha dejado claras las reglas del juego y su “talante” ha hecho creer a Marruecos que nunca habría una respuesta. El segundo responsable es Mohamed VI, sobrino lejano de nuestro rey Juan Carlos y casi tan habilidoso para la intriga y la marrullería como lo era su padre, el gran Hassan II.

A principios de su reinado, en julio de 1999, los marroquíes resaltaron el afán comunicativo de Mohamed VI, apodándole cariñosamente M6, el nombre de una cadena de televisión privada francesa. Transcurridos seis años y evaporadas muchas de las ilusiones, ahora se le asigna otro mote: “Majesqu”. El juego de palabras alude a su afición por el esquí y las motos acuáticas, que el caprichoso monarca suele practicar en Agadir, su lugar de residencia preferido, a más de 600 kilómetros de la capital política. Lo que pasa ahora en Ceuta y Melilla da para acuñar un tercer mote: “Majesvalla”
A sus 42 años -cumplidos el pasado agosto-, al rey le gusta divertirse y no sólo a cuenta de las autoridades españolas. Son célebres sus escapadas para cenar con amigos en Roma o bailar en discotecas de París y sus paseos en coches de carreras. Conduce a veces su propio automóvil, seguido por otro con escoltas, y hasta se detiene en los semáforos. Tiene menor afición al boato que su fallecido progenitor.

En Rabat no se aloja en el palacio real, sino en el chalé que utilizó cuando era príncipe. No suele prolongar sus estancias en la capital y pasa tiempo en Tánger, una ciudad aborrecida por Hassan II, en Agadir y en Marrakesh, donde se ha hecho construir un nuevo palacio. También les gusta conspirar y lo hace muy bien.

En un país que ha pasado de los 11 millones de habitantes que tenía en 1959 a los casi 35 que tiene actualmente, y donde la explosión social está a la vuelta de la esquina, Ceuta y Melilla sirven como válvulas de escape. El monarca alauita está probando la capacidad de resistencia de España.

Dicho esto y para finalizar, uno se pregunta como es posible que transcurridos 30 años desde que Juan Carlos I accedió al trono de España, no haya visitado aún las ciudades autónomas. Seguramente para no irritar a sus primos; pero a veces hay excesos de cortesía, y a falta de una visita del presidente del Gobierno, una del Jefe del Estado a Ceuta y Melilla es indispensable hoy para acabar con tantas tibiezas y monsergas.
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