Alfonso Rojo
Acudir presto en auxilio del vencedor
Eso tan norteamericano del cariño por el underdog, aquí no se lleva. En esta España tan nuestra, lo moderno, lo apreciado y lo sensato es acudir presto en auxilio del vencedor y si de paso se puede dar un pescozón al desamparado, tanto mejor. No es imprescindible ser periodista para comprobar lo que digo, pero esta profesión, que permite meterte por la cara en sitios vedados al común de los ciudadanos, ofrece una privilegiada atalaya.
Era yo un pipiolo, cuando le expropiaron Rumasa a José María Ruiz Mateos. De la noche al día, las legiones de colegas que doblaban la cerviz ante el genio financiero de la “abejita”, comenzaron a echar pestes contra él. Los mismos que cada Navidad se pavoneaban por la redacción, con los maletines de cuero o los suculentos regalos que llegaban envueltos en papel de Rumasa, calificaban a Ruiz Mateos de “tahúr”, “advenedizo”, “peligro público” y hasta “delincuente financiero”. No se trataba de indagar si la medida era correcta y se ajustaba a derecho. A Ruiz Mateos se lo había fumigado el Gobierno, usando como cañón al Banco de España, y lo importante era correr a apalearlo, aunque estuviera liquidado.
Algo parecido, aunque de menor trascendencia, ocurrió con Juan Villalonga. Desde el 7 de junio de 1996, cuando sustituyó a Cándido Velázquez en la presidencia de Telefónica, hasta que fue sustituido por César Alierta, el 26 de julio de 2000, la peripecia del compañero de pupitre de Aznar fue de aurora boreal. Los expertos que ahora lo despellejan sin piedad e insinúan que “se lo llevó crudo”, no ponían un pero a sus imaginativas, estrambóticas y desquiciadas iniciativas.
Si busca en la hemeroteca, se quedará pasmado. Si tiene suerte y topa con el ejemplar adecuado, del 9 de marzo de 1998, se encontrará con el rostro de satisfacción del entonces presidente de Telefónica. A aquellas alturas, Villalonga todavía no se había casado con la mexicana Adriana y no estaba obligado a hacer estricta dieta. Juan -como le llamaban todos entonces- aparece en el centro de la imagen. A su lado están los presidentes de WorldCom y de MCI. Los tres posan con el pulgar hacia arriba. Ya más cerca, en marzo de 1999, Villalonga hizo que Telefónica comprase Endemol a precio de oro y hay que rebuscar mucho en los diarios de la época para encontrar un comentario que cuestione la idoneidad del precio pagado por la productora de Gran Hermano.
Hubo que esperar casi al final, cuando el todopoderoso Aznar le puso la proa, para que cesara de fluir humo del incensario periodístico. De repente, Juan pasó a llamarse Villalonga. Empezaron a darle estopa, pero duele admitir que ya olía a cadáver. El, que había sido tan omnipotente y que fichaba profesionales a dedo, inasequible a los ceros que llevase el contrato, ni se atrevía a cesar a los que lo ponían a caer de un burro.
Encontré en Miami a Juan Villalonga poco después de que lo sacaran a empujones de Telefónica y él, que tenía miles de millones en la cuenta corriente, una mujer espectacular y una cabellera envidiable, sólo me comentó con cara de pena que muchos no se ponían al teléfono. Si vuelve, que va a volver, y monta alto grande, como se rumorea, ya le llamarán. Puede que hasta se haga una foto con Carlos Slim y Felipe González. Los tres con el pulgar hacia arriba.