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Juan Pérez

El Estatuto de la discordia

Los tres partidos que conforman el “Gobierno de izquierdas y catalanista” (GEC, en sus siglas en catalán) que preside Pasqual Maragall se han empeñado en redactar un Estatuto de Autonomía que sustituya al actual, desfasado tras 25 años de antigüedad, a fin de conseguir mayores cotas de autogobierno.
Las tres formaciones -PSC, ERC e ICV- han convenido en la necesidad de que el nuevo marco legal autonómico tiene que alcanzarse con el consenso de las restantes fuerzas con representación parlamentaria -PP y CiU- y la participación de las principales organizaciones sociales y culturales del país, desde CC. OO. y el FC Barcelona hasta el Ateneo barcelonés . El responsable de la labor es el líder de ICV, Joan Saura, consejero de Relaciones Institucionales y Participación Ciudadana y número tres del GEC.

El derecho a la autodeterminación que republicanos y ecosocialistas exigen que recoja el texto es rechazado rotundamente por el PP. Al contrario que sus correligionarios del resto de España, los populares catalanes están dispuestos a negociar la reforma del Estatuto de Autonomía y modificar, si se tercia, artículos ‘inofensivos’ de la Constitución. El ex ministro de Asuntos Exteriores, Josep Piqué, quiere convencer a los electores catalanes de que el PP “no es un partido con cuernos y rabo, sino uno de corte liberal-conservador, reformista y que pretende ocupar la centralidad política”. Pero de ahí a aceptar que el Estatuto reivindique el derecho a la autodeterminación o defina a Cataluña como una nación hay un trecho muy amplio que los populares no están dispuestos a recorrer.

Y en medio se encuentra Maragall y los socialistas, que no saben cómo hacer ver a sus socios del tripartito que si no sacrifican lo accesorio y los esencialismos para defender con uñas y dientes lo principal y tangible -más competencias y más dinero para ejercerlas- se encontrarán con el veto del PP en el Congreso de los Diputados, donde los votos de Rajoy y su gente resultan imprescindibles para que el nuevo Estatuto llegue a estar vigente algún día.
¿Y CiU? Pues desorientada, casi perdida. Distintas investigaciones demoscópicas coinciden en detectar un sensible bajón en sus perspectivas electorales, mientras que suben o se mantienen las otras formaciones políticas. Artur Mas lidera con dificultades el partido de Convergencia. La sombra del septuagenario Jordi Pujol sigue siendo demasiado alargada.

No se puede descartar tampoco que el tripartito continúe con su cadena de pequeños seísmos. Lo más probable es que la mayoría de los que han de venir sigan teniendo su epicentro en el incansable Josep Lluis Carod-Rovira. Su afán de protagonismo, la innegable facilidad que posee para radicalizar a la opinión pública entre partidarios y detractores y, lo más decisivo, la necesidad de ejercer cada día como candidato a la presidencia de la Generalitat hasta 2008 desde que dejó de ser consejero en jefe del Gobierno catalán por entrevistarse con etarras, convierten al presidente de Esquerra Republicana en un continuo desestabilizador del Ejecutivo de Maragall.

Por fortuna, Maragall cuenta como número dos con el republicano Josep Bargalló, tan radical como Carod cuando no había catado el poder de la plaza de Sant Jaume. Su segunda gran ayuda procede de Joan Puigcercós, secretario general de Esquerra, quien cada vez disimula menos su hartazgo de las soflamas improvisadas de Carod.
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