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La contraportada

Armas de piedra para ganar la guerra

Mónica Figueres/Mostar

lunes 20 de octubre de 2014, 14:42h
El puente de Mostar, que ya está reconstruido, simbolizaba la unión entre bosnios y musulmanes y se destruyó durante la guerra de Yugoslavia para debilitar a todo un país. Israel construye un muro que aislará a los palestinos y desmoralizará a sus ejércitos. Las piedras son, según parece, un arma fundamental en todas las guerras.
El teniente coronel William Bill Kilgore (Robert Duvall en ‘Apocalipsis Now’) sabía bien que no todas las armas que llevan a la victoria en una batalla son de fuego. Para combatir contra los vietnamitas, el militar creado por Coppola hacía sonar desde decenas de helicópteros la música de Wagner, utilizando a las walkirias para desmoralizar a su adversario. La guerra psicológica ha sido a lo largo del tiempo una de las armas más poderosas para debilitar incluso a los pueblos más resistentes.
Uno de los valores culturales más identificativos y, en la mayoría de los casos, más apreciados por muchos países son sus construcciones históricas. El valor de las piedras no se reduce sólo a la utilidad que tienen: el daño que hizo al pueblo norteamericano la destrucción de las Torres Gemelas no fue sólo material ni humano. Fue un duro golpe contra el poder político internacional y el sistema de seguridad más avanzado del mundo.
Y eso mismo es lo que hicieron en Mostar durante la guerra de la antigua Yugoslavia, en 1993. El viejo puente que fue construido en 1566 y estaba flanqueado por dos torres fortificadas se había ido convirtiendo durante su larga vida en el centro de las tradiciones de la cultura bosnio-musulmana. Era el símbolo de la unidad y de la convivencia pacífica entre musulmanes y eslavos (croatas), que habían sido capaces de superar sus diferencias étnicas y religiosas en esta pequeña ciudad de Bosnia y Herzegovina. Pero, durante la guerra, los extremistas decidieron dar un golpe mortal a este nexo de unión y destruir la moral de los bosnio-musulmanes haciendo desaparecer su mayor tesoro simbólico, histórico y cultural, y hacer tambalearse así sus raíces más profundas.
Años después, la Unesco, el Banco Mundial y las autoridades locales decidieron reconstruir la vieja infraestructura y volver a incentivar esa paz que se había roto. Italia, Turquía, Francia, los Países Bajos y otros donantes internacionales aportaron los 15 millones de dólares que costaban las obras de rehabilitación del barrio histórico y del patrimonio de Mostar. Los trabajos concluyeron el pasado 22 de agosto y el puente volvió a unir las dos partes de la ciudad. Aunque los desastres de la guerra dejarán la herida abierta durante muchos años más.
Pero los conflictos siguen utilizando la piedra como un arma de destrucción. El muro de Berlín separó física, económica, política y mentalmente a los alemanes durante años. Y, a pesar de que casi todo el mundo piensa que fue un error, ahora Israel tiene su propio muro. Las comunidades palestinas e israelíes estarán separadas por una barrera que los musulmanes ven como un nuevo ataque que afianza la consolidación de Israel y expulsa, de manera silenciosa, a los palestinos, que van abandonado sus casas para refugiarse en Cisjordania.
Unos destruyen y otros construyen, pero el objetivo sigue siendo el mismo. El muro infringe una serie de Derechos Humanos y también debilita a un pueblo que históricamente se ha mostrado resistente. Pero desarrollar un proyecto de ingeniería, un edificio o llevar a cabo una demolición no dejan de ser ‘atentados’ sin importancia e incluso legales. Una baza decisiva que, según parece, no se dejará de jugar.
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