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Cataluña y la tropa

Dice Artur Mas que “Cataluña no es uno más de la tropa” mientras se pone la venda antes de que el Constitucional pueda producir una herida en el nuevo Estatuto que consagra la diferenciación de ese territorio como nación, y que sienta las bases para futuros acuerdos entre iguales, España a un lado, Cataluña a otro. Es lógico que el líder de CiU diga lo que dice, que es más o menos lo mismo que dice la Esquerra de Carod Rovira.

Ambas formaciones se remontan varios siglos atrás en sus razonamientos para defender la identidad catalana y la necesidad de mayores cotas de independencia aunque sea a costa de sacar a pasear a Felipe V y el aplastamientos de los fueros y derechos de los que gozaban los catalanes antes de que el estado borbónico impusiera un tipo de centralismo que nos ha acompañado como una maldición desde hace doscientos años.

Es lógico y hasta necesario que lo hagan para así situar a cada uno donde le corresponde y saber que tipo de expectativas nos aguardan en los próximos meses, con unas elecciones autonómicas a la vuelta de la esquina, y unos pactos políticos por renovar o por dinamitar. Y todo ello envuelto en la peor de las crisis que ha vivido el capitalismo, ese mismo capitalismo que en España ha estado cojo y desnortado la mayor parte de ese tiempo merced a las continuas asonadas militares y pérdidas de libertad colectiva que hemos padecido.

Cataluña, como el resto de territorios que conforman España, nunca ha sido una nación como tal. Hablar de la nación catalana tiene el mismo sentido que hablar de la nación castellana, la nación andaluza o las naciones gallega o vasca. La historia juega con el hoy y produce, a veces y muchas veces, auténticos monstruos que son exhibidos por los “dueños” del circo según se acomoden a sus intereses. Por ejemplo: podríamos decir sin equivocarnos que el concepto de nación española, como tal y de forma completa, es anterior a la reunificación de los llamados Reyes Católicos y al desembarco de los árabes en la Península. Puestos a navegar por el tiempo y los siglos, la Hispania de los romanos sería el primer signo de unidad territorial conseguido bajo una única autoridad. Algo que más bien que mal mantuvieron la mayor parte de los reyes godos pese a las habituales matanzas, asesinatos y conspiraciones que urdían los hijos contra los padres, los hermanos contra los hermanos y así hasta acabar con dinastías enteras.

Lo que sorprende e irrita y desconcierta es que a las voces de CiU y Esquerra se sumen las del PSOE (transmutado en PSC de nuevo), y que las del recurrente PP se vayan amortiguando al mismo ritmo que crecen sus posibilidades de victoria en las aún lejanas elecciones generales del 2012. Que los que se proclaman nacionalistas y aspiran a ser cabezas de ratón en un mundo en el que el tamaño sí importa se pasen el día y la noche dando paso tras paso en busca de sus objetivos personales y partidistas, con las anteojeras bien puestas para no ver lo que sucede a su alrededor, es comprensible puesto que llevan treinta años anteponiendo sus intereses personales a los de los ciudadanos; pero que lo hagan aquellos que se han proclamado con toda razón universales, liberales o socialdemócratas, que aspiran a tener una presencia en el mundo y a que se escuche la voz y las razones de España, es de una ceguera y de una ramplonería intelectual, coyuntural y electoralista que asusta por lo que tiene de tirarse piedras al propio tejado.

Asusta que se intente colocar las resoluciones parlamentarias por encima del Tribunal Constitucional, que se retuerza la Ley hasta considerar que una consulta popular o las urnas sean la base de nuestra Constitución y no la Constitución misma, sin cambiarla a través de los propios mecanismos que en ella se encuentran para esos menesteres. Asusta que eso se defienda y se extienda desde el partido en el poder, desde el Ministerio de Justicia por su titular, y desde los medios y firmas más afines y menos críticos al poder. Asusta que
los mismos que son incapaces de renovar un tribunal quieran dejarlo fuera de juego por esa misma razón, mezclando la base jurídica con las personas que deben interpretar y medir con esas varas los textos y normas que les llegan para su estudio y dictamen.

El Estatuto de Cataluña va a ser el santo y seña del resto de los Estatutos de todas las Comunidades autónomas. Con más o menos historia a sus espaldas nadie entre la “tropa” va a querer ser menos que su vecino: ni castellanos, ni extremeños, ni murcianos. La singularidad de una lengua o un idioma no es una patente de corso, es una riqueza cultural que no puede para reivindicarse intentar “matar” a la otra, a la que es más común y más rica y más moderna y más universal.

Nos jugamos mucho y todos en la sentencia que el Tribunal Constitucional emita sobre el estatuto catalán. Los ciudadanos de a pie no están en ello. Están los políticos, la minoría dirigente y sus egoísmos partidistas. Estamos los periodistas, los que tenemos la capacidad y la posibilidad de llevar a la sociedad otras opiniones, otras opciones, otras verdades. Esa es nuestra responsabilidad como colectivo y malo sería que lo olvidáramos y lo dejáramos en un rincón para evitar enfrentarnos a los poderosos.
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