
Miénteme, dime que me quieres
La ventaja de las grandes escenas del cine es que se pueden repetir en la vida real tantas veces como quieran sus aficionados protagonistas, da igual el tiempo, las circunstancias e incluso la utilidad que se quiera dar a esos rodajes improvisados. Es la memoria la que funciona y la mayor o menor capacidad de encaje en lo que estamos viendo.
Veo a Esperanza Aguirre y a José Blanco, antaño feroces adversarios con intercambio de palabras como dentelladas, e invariablemente pienso en dos secuencias tan clásicas y hermosas que se repiten desde hace cincuenta años: una tiene lugar en el aeródromo de una Casablanca envuelta en niebla, con un trotamundos sin patria en la que creer y un gendarme enterado de casi todo y capaz de aceptar casi todo, y la rodó Michael Curtiz en 1942 cuando aún los nazis dominaban Europa; la otra cobró vida de la mano de Nicholas Ray doce años más tarde y el escenario es un caserón abandonado en un paraje abrupto y solitario del viejo oeste y lo protagonizan un pistolero desengañado de su propia historia pero enamorado y una mujer que ya ha vivido varias vidas y se aferra al último vagón del último tren. Se titularon Casablanca y Johny Guitar.
En la primera de ellas un Humphrey Bogart que acaba de decir adiós al amor de su vida, gabardina y sombrero como Dios manda en todo duro y solitario que se precie, camina junto a un policía oportunista donde los haya, magistralmente interpretado por Claude Reins, y le dice fundiéndose la imagen con la palabra fin: “Este puede ser el inicio de una hermosa amistad”. En la segunda, tras levantarse el díscolo, rebelde y honesto Sterling Hayden de un gastado butacón, y acercarse a los ojos volcánicos de la inquietante Joan Crawford, tiene lugar este diálogo:
Johny: Dime una mentira, dime que me has estado esperando estos cinco años, dímelo.
Vienna: Te he estado esperando todos estos años.
Johny: Dime que me quieres todavía como yo te quiero.
Vienna: Te quiero como tu me quieres.
Dejando que cada lector atribuya el papel que desee a nuestros dos políticos, las dos frases e incluso las dos situaciones encajan en el nuevo escenario que se han montado la presidenta de la Comunidad de Madrid y el ministro de Fomento. Los dos han conseguido separar el enfrentamiento partidista de la colaboración institucional y la imagen de ambos debajo de ese enorme corazón que presidió la inauguración de la nueva Terminal de Cercanías en la madrileña Puerta del Sol sugiere una complicidad que nos coloca al resto de observadores ante una de las mejores actuaciones teatrales que pueda ofrecernos la Villa y Corte.
Puede que sea el inicio de una hermosa amistad o que se quede en una breve paz administrativa entre dos dirigentes políticos que son capaces de delimitar los campos de actuación en los que se mueven, al margen de lo que piensen y hagan sus respectivas formaciones e incluso de la oportunidad coyuntural de este evidente acercamiento que se ha producido. Y puede que ambos deseen que el otro les mienta, que les diga que llevaba cinco años -los mismos que lleva ZP en el poder- esperando este momento, y que cada uno quiere al otro de la misma forma que el otro le quiere a él. El tiempo colocará a cada uno en su sitio, pero elevarse de las cloacas, de los insultos y las denuncias, para trabajar en pro del país con respeto y cordialidad sin renunciar a las libres opiniones de cada uno es una “película” muy exportable. Además, me parece que tanto la presidenta como el ministro se dirigen a sí mismos y han escrito su propio guión y sus diálogos.
Las dos historias que cuentan estas escenas en el cine terminan en la pantalla de igual forma, bien, con futuro y con sus buenas dosis de fe en la condición humana y su capacidad de redimirse y salir a flote en la peor de las situaciones, cuando parece que todo está perdido y sólo cabe la resignación. Los protagonistas se niegan a ello, combaten la rutina, se enfrentan a sus fantasmas y construyen su singular mañana. Y no es malo que Esperanza Aguirre y José Blanco, más allá de las luchas entre PP y PSOE y de los ataques que se hacen Mariano Rajoy y Rodríguez Zapatero, estén dando ese ejemplo de leal colaboración y hasta de “buen rollito” que diría un moderno. Está en la línea de lo que sucede en el País Vasco entre Patxi López y Antonio Basagoiti, y los ciudadanos y los periodistas lo agradecemos tras tanto ataque verbal y tantas orejeras de colores. Renueva nuestra confianza en el sistema democrático y en el servicio público al que están obligados los gestores que elegimos cada cuatro años.