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Los favores de Esperanza Aguirre

A presidenta de la Comunidad de Madrid lleva varias semanas haciendo un gran favor a su partido y al presidente del mismo. No se lo agradecen y a cada declaración suya – con toda la incertidumbre de que hace gala – le siguen una lluvia de ataques, por un lado, y de posicionamientos incondicionales a favor de Mariano Rajoy, por otro. No se dan cuenta - o sí – sus compañeros de militancia que sin las dudas, los juegos, las travesuras, las ambiciones y los aguijones de la “lideresa”, el futuro Congreso del PP en Valencia dentro de dos meses representaría una nueva decepción para sus seguidores y para la sociedad española en su conjunto.

Ningún partido se puede permitir ya una votación única en torno a una única candidatura, para un único puesto, si quiere presentarse como democrático en sus estructuras y en sus planteamientos programáticos. Esperanza Aguirre tendrá toda la ambición y más que quieran atribuirle; todos los defectos que puedan achacarle; pero en este trance postelectoral en el partido que ha perdido las elecciones, se está convirtiendo con permiso del resto de los dirigentes populares en la única referencia de democracia interna. Se niega a callarse ante nadie, se niega a plegar velas ante nadie, y a darle patente de corso a nadie. Justo lo contrario de lo que están haciendo los demás presidentes autonómicos del PP, que proclaman a los cuatro vientos que todos sus representantes en el Congreso de junio darán sus votos a Mariano Rajoy. Es un claro ejemplo de autoritarismo y de falta de respeto hacia la libre voluntad que los delegados puedan ejercer en ese momento. De ser así no haría falta convocatoria alguna y bastaría con una pequeña reunión de los líderes regionales para santificar al político gallego y a sus intenciones de futuro.

Todos, en el pecado llevan la penitencia. No existen las derrotas dulces como pretendió Felipe González en 1996, todas son amargas y suelen conducir a nuevas amarguras.

Es verdad que en los últimos comicios, el PP aumentó sus votos respecto al traumático 2004, pero es igualmente verdad que ya sin el debatido 11-M por medio, Rajoy y su “equipo” perdió frente a Rodríguez Zapatero, que también sumó más votos y escaños que cuatro años antes. Y digo su equipo ya que tanto Eduardo Zaplana como Ángel Acebes lo fueron para lo bueno y para lo malo, para mantener el voto y para perder, para ejercer una oposición dura y para satisfacer los deseos del propio presidente. Si no fuera así, Rajoy debería marcharse simplemente por haberlo permitido en su nombre. En el pasado marzo, perdieron los nacionalistas radicales y la izquierda medio comunista, y ganaron los dos grandes, que caminan hacia un bipartidismo modelo Restauración borbónica, con los nuevos Cánovas y Sagasta, conservadores y progresistas. queriendo renovarse y sustituirse en el poder de forma alternativa ante una ciudadanía cada vez más exigente en las formas democráticas, y en el fondo de los problemas que los políticos están obligados a plantear, estudiar y resolver, tanto desde el ejercicio de Gobierno como desde el ejercicio de control y colaboración en los temas de estado a los que se debe la Oposición.

Un partido que mantiene cuotas controlables desde su propio poder para poder optar a los cargos directivos y sobre todo a su presidencia es un partido poco democrático. Un partido que se moviliza desde arriba para cerrar el paso a cualquier posible alternativa, intentando que ni siquiera pueda presentarse, es un partido poco democrático. Un partido cuyos máximos responsables cierran filas y dan por sentado que todos los representantes que les acompañarán a un Congreso van a votar lo que ellos ya les han dicho, es un partido poco democrático. Un partido que se niega sistemáticamente a reconocer sus errores y castiga a las voces discrepantes, tengan éstas razón o no la tengan, es un partido poco democrático. Hoy, el Partido Popular es un partido poco democrático.

Mariano Rajoy y todos los dirigentes que le apoyan, desde Francisco Camps a Alberto Ruíz Gallardón, desde Ramón Luís Valcárcel a Núñez Feijóo, deberían “ayudar” a Esperanza Aguirre a que pudiera presentar su candidatura a la presidencia del PP. Y ella debería presentarse aunque estuviera convencida de que sus probabilidades de éxito fueran escasas. Y unos y otros permitir a los tres mil delegados que expresen su voto y sus deseos de futuro con total libertad. Pase lo que pase todos seguirán en el mismo partido y podrán plantearse y plantear a los españoles un modelo de oposición y una alternativa al actual Gobierno.

No hay nada peor que un Congreso de un partido democrático, en una democracia avanzada como la española, en el que sólo exista una candidatura. Y que se de por sentado que el ganador único será el candidato único para una batalla que se producirá dentro de cuatro años, con un calendario duro y difícil por medio. El PSOE, el gran rival del PP lo entendió hace ocho años, tras su segunda derrota en las urnas, y se embarcó en un Congreso abierto, con cuatro candidatos, con propuestas de los cuatro, sin ataques personales entre los cuatro, y que se saldó con la inesperada victoria del hoy presidente del Gobierno.

Insisto: Esperanza Aguirre le está haciendo un favor a su partido y a su presidente. Que lo haga por propio interés y por ambición legítima es lo de menos. Que pierda, si es que llega a poder presentarse y quiere hacerlo, es también lo de menos. Lo importante, lo relevante, lo urgente para el centro derecha español es que los ciudadanos que les votan y los que no les votan comprueben que el PP es un partido que ejerce la democracia interna, con toda la crudeza y dureza que se quiera, pero también con toda la grandeza democrática que da la participación libre y responsable, sin presiones, sin secuestros de la propia voluntad, sin chantajes de puestos de trabajo, puestos de responsabilidad o designaciones a dedo. Los errores que todos hayan cometido en el pasado, incluyendo a la propia Aguirre en su territorio de la Comunidad de Madrid, deben archivarlos y lo más rápidamente posible.

Un cambio de Estatutos que introduzca el sistema de elecciones primarias para elegir candidato a La Moncloa es necesario pero insuficiente. El ejemplo de Estados Unidos, dentro de la crisis económica que sufre y con todas las imperfecciones que dimanan de unas campañas previas de presupuestos multimillonarios está delante de nuestros ojos. Hillary Clinton y Barak Obama están peleando hasta el último minuto dentro del bando demócrata. Y los republicanos dieron por concluida la batalla interna cuando John McCain consiguió el número suficiente de delegados para asegurase la victoria en su partido. Y todo ello con luz y taquígrafos, con cientos de debates, miles de declaraciones, Estado por Estado, voto a voto. Con apoyos internos y apoyos de personalidades relevantes ya sean del mundo de la política, los negocios o la cultura.

Aquí, en España, sólo de forma tímida y reducida hemos escuchado las voces de Alvarez Cascos y Mayor Oreja discrepando internamente y con sordina de todo el proceso. Sin apostar por nadie. Y se echan de menos, sin duda, las de José María Aznar y Rodrigo Rato, que fueron y son importantes ( o deberían serlo ) dentro del Partido Popular. Tiempo tienen de hacerlo.
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