Rafael Gómez Parra
El talante de un ministro
A Alvarez-Cascos le ha tocado bailar con la más fea en el gran festival del Gobierno del PP, como ya le ocurrió a Alfonso Guerra en el PSOE

A Francisco Alvarez-Cascos le pierde su impetuosidad y sus arranques de genio. En un país donde todo el mundo se tienta la ropa antes de tomar una decisión, el ministro de Fomento pretende siempre tomar el toro por los cuernos. Son precisamente estos rasgos de su personalidad los que le hicieron imprescindible en el Partido Popular cuando estaba en la oposición, pero en el Gobierno el talante que se lleva es mucho más moderado y sosegado.
Rafael Arias Salgado, su predecesor, tuvo que aguantar desastres impresionantes, como los retrasos en los aeropuertos que llegaron a paralizarse en algún momento, y hasta acusaciones de amiguismo (en la Operación Chamartín en Madrid), e incluso de abusos inmobiliarios en Marbella –que luego se demostraron por lo menos exageradas- sin que se le alterara el semblante, ni tuviera que dar un solo grito.
Alvarez-Cascos llegó al Ministerio y trató, desde el primer momento, de mostrar una imagen de eficacia, y de anti amiguismo, que no se conocía desde que Fraga Iribarne recorría a las ocho y media de la mañana los despachos de su Ministerio de Información y Turismo para tomar nota de los funcionarios que llegaban tarde. Hubo también en el primer gobierno del PSOE algún ministro, como Joaquín Almunia, en Trabajo, que intentó también sin éxito acabar con el absentismo laboral de los funcionarios, imponiendo controles estrictos y dando ejemplo personalmente.
El ministro de Fomento del PP lo primero que hizo nada más llegar a su despacho fue anular el sistema de puertas abiertas de que gozaban los grandes constructores para desayunar con el ministro y obligarles a pasar por un estricto protocolo de visitas oficiales, férreamente controladas por su equipo. Este sistema levantó amplias críticas por parte de los afectados, y debería haber recibido los aplausos de los pequeños y medianos constructores, que tradicionalmente se quejan de que los grandes tienen enchufe. Pero no fue así y en la conmemoración del 25 aniversario de la Confederación Nacional de la Construcción, a la que faltó inexplicablemente Alvarez-Cascos, se vió que el gesto no le había servido para nada, porque en realidad los pequeños y medianos siguen sin tener acceso al ministro, ni a las grandes obras públicas. Se quejaban los constructores de que el talante del ministro y su "distanciamiento" no es el más adecuado para resolver los problemas que acucian a la primera industria del país y a la locomotora de la economía española.
Otro de los gestos del ministro: el reclamar responsabilidades directas a los encargados de las grandes obras y hasta a los funcionarios que tienen que supervisarlas, ha caído como un jarro de agua fría sobre cuerpos de profesionales y de la administración que no están acostumbrados a semejantes exigencias. Todavía se recuerda cómo Alvarez Cascos "ordenó" el cese inmediato de los responsables de la construcción del tramo de la M-50 que mantuvieron cortada la autovía de Valencia durante varias horas. Según algunos de los altos funcionarios afectados, la presión que ejerce el ministro sobre sus funcionarios es tal que no les deja expresar sus opiniones y que finalmente todo el mundo dice "sí" para no llevarse la bronca. El resultado es que todo el mundo acusa ahora al ministro de haber ordenado el alejamiento del Prestige en contra de la opinión de los expertos, y que su decisión de sacar el GIF (Gestor de Infraestructuras Ferroviarias) de la Renfe, ha provocado problemas y recelos que finalmente han derivado en retrasos en la construcción del AVE Madrid-Barcelona.
Parece claro que a Francisco Alvarez Cascos le ha tocado bailar con la más fea en el gran festival del Gobierno del PP. Como le ocurrió a Alfonso Guerra en el PSOE, no es fácil pasar de ser la estrella de la oposición a compartir un lugar al sol de la victoria.