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El peligro barbudo

El peligro barbudo

Mahmud Ahmadineyad, presidente de Irán, representa al sector más fundamentalista que quiere acabar como sea con Israel. Es el máximo líder de una populosa nación.
Lo reciben en los foros internacionales con alharacas a pesar de que se permite proclamar -entre otras lindezas- que Israel debe ser borrado del mapa, justo la víspera de que un terrorista palestino hiciera explotar la carga que llevaba en torno al cuerpo, a las puertas de un mercado al aire libre de Hadera, matando a cinco israelíes e hiriendo a treinta. Se trata de Mahmud Ahmadineyad, presidente de Irán.

El Estado de los ayatolás tiene pedigrí, en lo que a atrocidades se refiere. A nadie se le ha pasado por alto que Ahmadineyad se ha limitado a repetir una frase original del venerado Jomeini y que su predecesor, el piadoso Rafsanyani pidió en su día que algún Estado musulmán arrojara la bomba atómica sobre Israel. Lo que ha cambiado es el escenario y la comunidad internacional no debería asumir, como si se tratara de simple parloteo -brutal pero irrelevante- la amenaza de Ahmadineyad, cuando Irán, vulnerando tratados internacionales, se afana en un programa nuclear, cuyo objetivo final es dotarse del arma definitiva.

Tal como está el panorama, la personalidad del barbudo es esencial y muchos se preguntan quién es y qué hay detrás de Ahmadineyad. Dejando a un lado que cinco antiguos rehenes le identifican como uno de los exaltados que mantuvieron 444 días cautivos a medio centenar de norteamericanos -entre noviembre de 1979 y enero de 1981-, lo que está claro es que Mahmud Ahmadineyad es un hombre del pueblo. Es fanático, irracional e intolerante. Hace cuatro meses, apenas ganar las elecciones, lo primero que soltó fue eso de “no hicimos una revolución para tener una democracia” y en el último Consejo de Ministros, hablando de la Bolsa, aseguró rotundo que el descontrol se arreglaba “pegando un par de tiros a tres o cuatro”.

Ahmadineyad adora ser calificado de “fundamentalista”, adjetivo que para él significa “defensor de los valores islámicos y revolucionarios”. Es hijo de un herrero, nació hace 50 años y estudió ingeniería civil en la Universidad Politécnica de la capital, donde le pilló la revolución islámica con la que enseguida simpatizó. Su biografía oficial asegura que perteneció a la asociación estudiantil que tomó la Embajada de Estados Unidos, luego se alistó en los pasdarán -aquellos alucinados que se iban al frente con una cinta verde en la cabeza- para luchar en la guerra contra Sadam.

La ONU y la comunidad internacional guardan silencio mientras Ahmadineyad reitera que “la nación musulmana no permitirá a su enemigo histórico vivir en su propio corazón”. Entre sus partidarios, los 4.000 estudiantes que conformaban su audiencia, cuando soltó su exabrupto, estaban el palestino que representa a Hamas en Irán y los embajadores de Siria y de la Autoridad Palestina en Teherán.
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