Si persisten los problemas de encaje de la palabra “nación” referida a Cataluña en el Preámbulo o en el articulado, tal y como “filtraba” a los periodistas el ministro de Defensa, José Bono (al que tanto Maragall como Iceta profesan especial animadversión, que es correspondida en idéntica o superior medida), esa asignatura constitucional se quedará para septiembre, y se unirá a la lluvia de estatutos autonómicos reformables que anegarán el Congreso de los Diputados, siguiendo los vientos que ya han dejado en Madrid el Estatuto valenciano. Lluvia que será de pedrisco en algunos casos, y fina en otros. Diecisiete en total, mientras la sequía de ideas y alternativas se deja sentir por todas partes. Ninguna autonomía va a dejarse ningunear por otra, y, al margen de que se incluya en la redacción de su “Carta Magna” regional o no la palabra nación, lo seguro es que nadie está dispuesto a perder cuota económica, posibilidad fiscal o fondo de compensación, venga éste del Gobierno central o de Bruselas.
Los 17 presidentes y los 17 parlamentos tienen conciencia de que quedarse descolgados del proceso -haya o no en su territorio algún partido “nacionalista” se paga en las urnas-. Y éstas están mucho más cerca de lo que las fechas indican. Es verdad que hasta marzo de 2007 no deberían realizarse elecciones, pero la precampaña autonómica y municipal va a ser larga y dura, y comenzará en el próximo otoño, tanto dentro de todas las formaciones políticas, con la vista puesta en la elaboración de las listas y en quién las encabeza, como de cara a los adversarios del exterior. Con dos plazas como objetivo principal de los grandes partidos: Madrid y Valencia, en las que, tras rumores y tensiones, parece que repetirán los ocho candidatos que ahora mismo detentan el poder o dirigen la oposición.
Si las llamadas comunidades históricas del 151 van por delante (Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía), las otras trece, las del 143, más Ceuta y Melilla, no van a aceptar, con historia y siglos por detrás de los que todas pueden presumir o avergonzarse, que el futuro las diferencie, ya que el futuro nos pertenece a todos por igual en estos comienzos del Tercer Milenio. No parece que sea el momento de remontarnos a los celtas e íberos, a los visigodos y tartesos, y mucho menos a los cerca de ochocientos años de presencia del Islam en España.
Los casos de las dos Castillas y su pacto entre los presidentes Barrera y Herrera; y el de la Comunidad Valenciana, con la firma de Camps y Pla, son un buen ejemplo. En el primero, los dos jefes de filas del PSOE y el PP han unido fuerzas para defender el eje central del espíritu que ha mantenido a España como nación, estado y pueblo durante los últimos 500 años, en contra de las tensiones disgregadoras y periféricas que aparecían y desaparecían en razón de la mayor o menor fortaleza de la Corona o las breves repúblicas, pero sin caer en la defensa de un centralismo tan inexistente como políticamente ninguneado por parte de Cataluña y Euskadi, sobre todo. Y en el segundo, ha sido la prudencia y buen juicio de los dos líderes regionales los que han conseguido la redacción de un nuevo texto estatutario que no rompe los equilibrios constitucionales de 1978 y que puede convertirse en la base consensuada para el resto de las autonomías.
Lo mismo cabe decir de la ancha, histórica y crucial Andalucía, con un presidente socialista como Manuel Chaves, que “renuncia” a que la palabra nación aparezca en la nueva propuesta de marco legal autonómico, entre otras poderosas razones porque a lo mejor estaríamos hablando de la “nación islámica”, en cualquiera de las variantes que se dieron en España durante esos ochocientos años que fueron desde la llegada de Tarik a la salida de Boabdil, y que sirvieron para que las tres culturas y religiones “emanadas” del Libro se mezclaran y remezclaran con tantas risas como llantos, con tantos enfrentamientos como talantes. La convivencia siempre tiene un precio y genera deudas. Lo que no se puede es querer cobrarlas, por grandes y dolorosas que fueran, con siglos de retraso. Están caducadas y sirven para estudiarlas e intentar evitar los errores que se cometieron.
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