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Raúl Heras

Bajo el peso de las urnas

lunes 20 de octubre de 2014, 14:42h
El lehendakari ha tenido sus horas de gloria en el Congreso. Ha podido explicar ante el pleno de la soberanía nacional lo que quiere su partido y una parte muy importante de los ciudadanos vascos, sin intentar mezclar el resultado de unas elecciones autonómicas con la clara voluntad de segregación territorial de que hacen gala los dirigentes nacionalistas. Son dos votaciones distintas, con resultados previsiblemente distintos.
En el primero de los casos, se trata de “gestionar” el día a día de un territorio; mientras que en el segundo, se pretende separar ese mismo territorio del espacio común y estatal al que pertenece por el mismo mandato constitucional que se invoca para defender unos derechos políticos.

Juan José Ibarretxe ha tenido sus apoyos parlamentarios, bien medidos dentro de los distintos nacionalismos con representación en el vetusto edificio de la madrileña carrera de San Jerónimo. Y adversarios de lujo para sus tesis en las personas del presidente del Gobierno y del líder del primer partido de la oposición. La votación adversa ya estaba descontada, al igual que los deseos del PNV de llevar “su tema” al Tribunal Constitucional, más por el camino elegido entre PSOE y PP para afrontar el nuevo texto vasco, que por el fondo del mismo.

La imagen de él, en solitario, frente a los leones de Madrid que antes fueron cañones -si nos atenemos a la imagen que proporcionan las dos figuras que custodian la puerta principal del Congreso- , va a ser el cartel electoral de los suyos dentro de unos meses. Todos los movimientos que se están produciendo en torno al llamado “Plan Ibarretxe” se hacen bajo el peso de las urnas. Los “hijos” de Sabino Arana, por un lado, intentan desmantelar electoralmente a la antigua Herri Batasuna en busca de la mayoría absoluta en el Parlamento de Vitoria, mayoría que presentarán si la consiguen como un auténtico referendum. Xavier Arzálluz, el patriarca e ideólogo, lleva desde el inicio de la transición peleando por ese dato: la mayoría de los vascos quiere la independencia, la separación del resto del Estado, o por lo menos la negociación de un acuerdo en términos de igualdad. Lo que no está en la Constitución, ni puede estarlo bajo ninguna de las formas. Ni siquiera con la oportuna abstención de los socialistas vascos a la hora de dilucidar quién o quiénes se trasladaban a Madrid para intervenir en el Congreso, merced a la nueva estrategia regional de Patxi López, rubricada y apoyada sin reservas por Pepe Blanco y José Luis Rodríguez Zapatero.

Si el PNV camina en pos de la mayoría absoluta, el PSV busca la segunda plaza, desplazando al PP de los resultados que obtuvo hace cuatro año, cuando entre Mayor Oreja y Redondo Terreros se pactó el asalto total al “trono” de Ajuria Enea. No lo consiguieron y los dos dirigentes, el popular y el socialista, están fuera de los círculos de decisión de sus respectivos partidos. Como está fuera de foco, y los mismos terroristas lo saben, el atentado de Denia de hace unos días. A nada conduce, y de muy poco sirve. Desde la brutalidad del 11-M a manos del islamismo más radical y fanático, la solución a cualquier deseo y aspiración en el País Vasco sólo tiene un camino, que es el político. La violencia de ETA se encontró con otra violencia mucho mayor, más homicida, que cerró por completo las bazas de la intimidación, el chantaje del terror y el miedo. Sin que eso signifique que no vayan a producirse atentados e incluso asesinatos.

El nuevo marco institucional y estructural que se adivina en un futuro próximo está ligado a los votos, al debate parlamentario y a la negociación. Todo lo crispada que se quiera, todo lo larga que se sea capaz de mantener, todo lo ambiciosa que se sueñe, pero negociación política sin más. El resto sólo será cuestión de la policía y de la colaboración internacional para ir deteniendo uno a uno a los comandos. Y si en el ámbito de las cárceles, los condenados a cientos de años de prisión esperaban una “liberación” más o menos pactada amparándose en el Código Penal y en el cumplimiento de las penas con los “descuentos” que contemplaba antes de su revisión, el clima creado en las últimas semanas lo hace muy difícil, con recursos desde la fiscalía encaminados a revisar el proceso, a abrir nuevos sumarios o a simplemente aplicar todos los resortes legales disponibles para que los condenados permanezcan en los recintos penitenciarios hasta que el ruido de las armas desaparezca por completo y para siempre. Ningún gobierno, sea del color que sea, va a poder afrontar un debate público y las exigencias justas de los afectados sin ese mínimo exigible a ETA.

Lo que ocurra a partir del resultado electoral en el País Vasco va a partir de una notable contradicción por parte del partido en el Gobierno: por un lado, el PSV no quiere obstaculizar o cegar por completo las vías de negociación y diálogo, no sólo con el PNV, también con los más próximos al entramado de ETA, intentando volver a los viejos pactos de la década de los ochenta y primeros noventa del siglo pasado; por otro, mantiene unos acuerdos con el PP negociados en la época de Mayor Oreja y Redondo Terreros por los que no sólo se eliminaba cualquier posibilidad de acercamiento al mundo del terrorismo y la violencia, sino que se descartaban los pactos “medios” con el nacionalismo democrático.

Con el nuevo responsable y futuro candidato a lehendakari, Patxi López, los socialistas de Euskadi quieren tener las dos manos libres para hablar con todo el mundo, incluida una disminuida Izquierda Unida; o las dos manos ocupadas con todas las partes. Una difícil y compleja ambición que puede terminar en un estéril resultado en las urnas. El PNV necesita la mayoría absoluta y el PSV la mayoría minoritaria que le permita ofrecerse de comodín para el más grande o los más pequeños. Tal vez lo que ninguna de las dos fuerzas controla es la posición de Arnaldo Otegui y los suyos. Si se mueven en apoyo de los nacionalistas, corren el peligro de ser absorbidos por completo; y si deciden jugar a mantener al PNV en la actual situación, le darán una buena baza al equipo de Rodríguez Zapatero, que como casi todos los gobiernos cuando han alcanzado el poder y se han sentado en La Moncloa han soñado con ser ellos los que firmaran la paz con ETA. Ninguno lo ha conseguido..., pero alguna vez tiene que pasar.


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