El búho/ Lope de Aguirre
Herencia envenenada

La desaparición del expresidente del Atlético de Madrid, Jesús Gil, además de poner punto y final al largo peregrinar a los juzgados de la saga del ex alcalde de Marbella, en Málaga, ha tenido una traducción más amarga en la vida familiar de su prole. El forzado entendimiento que desde años existía entre los cuatro hijos del presidente del Atlético, Jesús, Miguel Angel, Oscar y Miriam (el orden es importante para calibrar el poder que ahora tiene cada uno), ha quedado definitivamente roto tras la muerte de su padre. Ninguno de ellos se cruza una palabra con el resto de los hermanos, a pesar de los intereses económicos que les unen, incomunicación que suplen a través de sus respectivas secretarias.
Jesús, el mayor, se encuentra al frente de Gilmar, la promotora inmobiliaria de la familia, pero es Miguel Angel, a decir de muchos “heredero de las esencias del padre”, el que está en el centro de la disputa fraternal. Como consejero delegado del equipo de fútbol rojiblanco que hacía las delicias de su padre, será quien pilote la operación de la venta del estadio Vicente Calderón de Madrid (los cálculos rondan los 226 millones de euros), y quien, por tanto, administre las ganancias que queden después de amortizar la deuda de más de 120 millones de euros que en estos momentos tiene el club colchonero.
El uso de esos millones de euros es lo que preocupa al resto del clan, donde la desconfianza parece ser una moneda de cambio habitual.
Siguiendo con los negocios familiares, y es que Jesús Gil tenía unos cuantos, y obviando que los hermanos mayores son los que llevan el grueso de las finanzas en el desunido clan familiar, Oscar está al frente de la urbanización de Los Angeles de San Rafael, en la provincia de Segovia, y del Club Náutico Nayade, mientras que la única fémina del clan, Miriam, ha encontrado acomodo en la Fundación Atlético de Madrid.