como la vida misma/Arturo Ruibal
Los desastres de la guerra
Negocio Inmobiliario

Hace algún tiempo, los candidatos del PP miraban a la vida de frente, con una sonrisa que incluía proyectos de futuro: en la próxima legislatura, te decían, haremos esto y aquello; eran personas con el coche oficial incorporado, que aceptaban con naturalidad las prebendas y servidumbres de un cargo que veían cercano o que, en muchos casos, prorrogarían cuatro años más.
De todos ellos era, sin duda, Gallardón el más risueño: ganador absoluto por definición, alcalde de Madrid por hacer un favor a su partido pero candidato in pectore a ocupar La Moncloa, su sastre le había preparado un traje sencillo, bien entonado con el sur, para inaugurar el "Metroidem", esa obra que justifica una vida y, con mayor motivo, un triunfo electoral.
Más Aznar cayó rendido ante el embrujo de Bush, y allá comenzó a cambiar el rumbo de muchos destinos: a las conferencias en privado siguieron las multitudinarias ante televisiones de todo el mundo, y el despreciar a la ONU, y el acento tejano, y el envío de soldados, y los primeros bombardeos, y las manifestaciones, y los muertos en combate, y más manifestaciones, y las encuestas desastrosas, y misiles sobre un mercado, y más manifestaciones... Los candidatos del PP son hoy personas demacradas, a la defensiva, que han visto truncadas sus vidas por una decisión ajena; del jefe, pero ajena. Y hasta Gallardón sufre en carne propia el desastre de esta guerra: tras lo ocurrido en la Universidad y el Colegio de Arquitectos, en cuantas apariciones públicas programa, ha tenido que acudir a una consulta privada para evitar sueños alarmantes, pues en el último su quiosquero habitual se negaba a venderle el periódico y su propia familia le recibía con una pancarta de "No a la Guerra".
Gallardón recuerda hoy los versos de Calderón "que toda la vida es sueño/ y los sueños, sueños son" mientras, demacrado y observando con recelo a su conductor, se dispone a inaugurar el Metrosur, esa obra que justifica una vida.