Protagonistas electorales

Como de costumbre, confunden el culo con las témporas: Gallardón no es Marat, por más que su actitud aparentemente contestataria le hiciese parecer un revolucionario a ojos de la caverna.
La invitación a Ana Botella no ha sido más que un modo de corresponder a los piropos de Aznar cuando le pidió que aspirase a la alcaldía madrileña: al otorgarle el papel de último bastión para impedir la derrota, le estaba armando caballero de la Santa Sucesión y, de paso, reconociendo que a largo plazo era más eficaz su derechismo de guante blanco, ilustrado, que el puño de hierro empleado por otros dirigentes. ¿No era obligado corresponder a tanta gentileza obsequiando a la señora de la casa con la rosa de una concejalía?
Faltan cuatro meses para la cita con las urnas y el PP vela las armas mientras los otros partidos, que parten en desventaja, llevan ya tiempo recorriendo la ciudad en busca de votos. Recuerda en esto Gallardón al cazador que, fría la cabeza, observa los movimientos de su presa mientras aguarda el momento más propicio para no fallar: así actúan los felinos. Trinidad Jiménez, en cambio, necesita armar barullo, hacerse notar: cuando Zapatero la impuso como candidata pocos la conocían y casi nadie creía en ella, pero su capacidad de trabajo, su listeza, atractivo personal y populismo, la han convertido en una rival a considerar. ¿Puede cortar en seco la carrera del candidato Gallardón? Ignoramos si la Historia le reserva el papel de Carlota Corday.