
El año de los inocentes
Como escribió el poeta, “que el tiempo nos encuentre destrozados”. Y aquí estamos, un poco ahítos, y ateridos por este frío de fin de año que muerde con dentelladas secas. Este fin de 2006 ha sido un tramo denso de inocentes, que largan con la facilidad y el desparpajo de los irresponsables. Benditos ellos. Enumerémoslos.
Una ministra que es célebre por haber viajado por la patilla, ella, sus familiares, sus amigos, primos, y la asistenta de su tía Macarena, en los vuelos de Aviaco cuando la nena era consejera de la Junta, dice que el Estado no está para pagar vacaciones a los afectados por la quiebra de Air Madrid. Con esa voz de estropajo, con ese acento despectivo, con ese estilo macarra que se ha instalado en nuestra vida como un cuervo sobre la nevada, dice que no paga viajes a Cancún.
Otra ministra, la que simuló ser pareja de otro que iba para presidente y se quedó en postulante, dice que por vergüenza torera es mejor matar al toro con una eutanasia secreta, en el silencio oscuro del desolladero, quizá con una inyección letal, para que la muerte que en el toro es valentía, abrazo agresivo a una vida que se abre como una herida sangrante, sea un momento sucio, con olor a formol y batas de veterinario. Si como diría ella la eutanasia y el aborto son dos conquistas sociales, ahora solo nos queda librar al morlaco de la muerte pública. Quizá se animó ella al leer que en Barcelona van a convertir la Monumental en un mercadillo, en la almoneda de las comisiones.
Hay una tercera que está por quitarnos el vino y la carne, para administrarla con su bisturí tacaño de mujer seca, de esas que desprecian un kilo de más y tienen un tic como de vigilante de un campo de concentración, para que nadie unte el dedo en el tocino de la vida. Hasta Pepiño Blanco queda bien en este paisaje.
La otra, la de Vivienda, ha aprendido a estar callada. Una de las primeras lecciones de la comunicación, cuando no tienes nada que decir y tus palabras no valen más que tu silencio. En su lugar, la que habla es Ruth Porta, propietaria de catorce pisos, fincas rústicas en Mallorca, y acciones en unas cuantas empresas. Le reprocha a la presidenta Aguirre vivir en un piso de mil metros. Todo un hallazgo.
Este ha sido el año de inocencia. Nos han vendido sueños juveniles, sembrados de acné, delirios de las buenas voluntades que flotan en el aire, bendecidos por los buenos sentimientos, de una generación criada en el dulce onanismo de las películas de Walt Disney. Han vaciado nuestro equipaje identitario, y han rellenado la mochila con el uso horario gallego, un piso de treinta metros, y unas rodajas de alianza de civilizaciones. Lo demás, a la basura.