Oscar Alcaide

El refranero dice que "querer es poder", y los movimientos que últimamente está protagonizando el sector inmobiliario español nos llevan a hacer una pequeña reflexión sobre el dicho popular que nos permite mirar más allá.
El último capítulo del culebrón corporativo que viene sacudiendo el mercado durante los últimos meses tiene tintes internacionales. En el contexto de "campeones nacionales" en el que nos movemos, no es únicamente el sector energético el que se decide a embarcarse en ambiciosas operaciones transnacionales. La oferta de Iberdrola por Scottish Power podría preceder a una gran fusión inmobiliaria internacional, cuyas negociaciones se estarían cerrando en estos momentos, de acuerdo con fuentes de mercado. El acuerdo definitivo podría hacerse público en próximas semanas, después de que se hayan cerrado los flecos pendientes. Son pocos los nombres que surgen como posibles protagonistas para este futuro enlace.
La creación de este gigante inmobiliario podría contar con ciertos obstáculos, procedentes de agentes externos a las propias empresas involucradas directamente en la operación, cuyo máximo objetivo no es otro que el de lograr mayor dimensión para tener argumentos más contundentes con los que competir. Ante este deseo, totalmente lícito, en una economía de consumo como la que vivimos, pueden surgir ciertos inconvenientes que hagan que la compañía resultante de sus primeros pasos a trompicones.
La cuestión es que se está produciendo un cambio en la economía internacional, como consecuencia de la tan cacareada globalización. Se están creando gigantes industriales de toda índole que ejercen su poder como lobbies de opinión en aspectos políticos, ademós de los económicos, más allá de sus fronteras nacionales. El querer, como dice el dicho, se convierte en poder, y la capacidad de estos gigantes se hace prácticamente infinita. La fortaleza de nuestras empresas se pone a prueba con estos movimientos y parece que le ha llegado el turno al sector inmobiliario.