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Raúl Heras

Luis Eduardo Cortes: el amigo incómodo

La actual presidenta de la Comunidad de Madrid le conoció trabajando codo con codo en el Ayuntamiento de la Capital hace más de un cuarto de siglo, cuando el alcalde Tierno consiguió convertir Madrid en una ciudad de referencia a nivel mundial, con todo lo bueno y lo malo que de aquellos tiempos hemos heredado.
Por aquel entonces Luís Eduardo Cortés ya era dueño de dos de los mejores restaurantes de la Villa y Corte, ejercía políticamente de liberal a todo lo ancho y largo de la palabra y soñaba con alcanzar un día, un Ministerio o cuando menos una Consejería autonómica. Nunca llegó a lo primero pero sí a lo segundo de la mano del que durante muchos años fue su amigo y su mejor carta política dentro del centro-derecha español, Alberto Ruiz-Gallardón. Luego, cuando la victoria de Esperanza Aguirre en la prórroga, indicaba que su mejor baluarte en la Asamblea de Madrid y en las difíciles negociaciones con el PSOE e IU, iba a ser premiado con su mantenimiento en el Gobierno llegó la cruda realidad de la mano de Ignacio González, número dos del Gabinete y de su más que notable influencia en la voluntad de la presidenta, y el amigo Cortés, el necesario Cortés, el sabelotodo Cortés, se quedó compuesto y sin premio. Ni siquiera el de la consolación que sí obtuvo y se buscó Pio García Escudero.

Su salida de la política era tan sólo cuestión de tiempo, de los dos años que exige la Ley a todos los gestores de la cosa pública para que puedan estar en el sector en el que han estado trabajando desde la Administración. Dos años de Legislatura han pasado y Luís Eduardo Cortés, que había logrado extender el Metro madrileño más allá de lo querido por su entonces presidente, y se había codeado con todos los mandamases de las empresas de construcción e inmobiliarias de medio país, dejaba la Asamblea para asumir la presidencia no ejecutiva de Vallehermoso, la pata inmobiliaria del poderoso grupo creado por Luís del Rivero, José Manuel Loureda y Manuel Manrique, y al que se sumaron en los últimos años el financiero Juan Abelló, y uno de los empresarios más listos y rápidos del sector, Fernando Martín. Uno y otro expertos en multiplicar los rendimientos de sus inversiones por varios dígitos, y los dos con silla de mando y plaza en uno de los reductos de mayor influencia de España, el palco del Bernabeu. Influencias que traspasa los colores y se pasa del blanco al rojiblanco cuando de negocios se trata.

Luís Eduardo Cortés ha demostrado que es hombre de partido, que es amigo, que es discreto y que sabe abandonar la escena antes de que baje el telón. Guarda mil y un secretos en su cabeza de patriarcal senador hispano, que podría ir desgranando uno por uno de la misma forma que hizo Sherezade para evitar su muerte hasta seducir al califa, pero que lamentablemente para el saber del personal, no lo hará, ni siquiera en forma de cuento. Ocho años con Ruiz Gallardón en la Consejería de Obras Públicas dan para mucho y más; y otro tanto, sin tanto tiempo, cabe decir de los cinco meses que separan las elecciones autonómicas de mayo de 2003 de su repetición en el mes de octubre tras las “espantás” socialistas de Eduardo Tamayo y María Teresa tras su primer y desconcertante “no” del 10 de junio. En el centro político estaba aquel día y allí se mantuvo y lo mantuvieron el barbudo, bon vivant y paciente Cortés.

Su marcha, con las bodas de plata políticas cumplidas, hace ver que los tiempos y las formas y los actores de la comedia pública ya han cambiado. Y que las aspiraciones de los que hoy ocupan el escenario no van más allá del 2007. Sin querer viajar ligeros de equipaje como aconsejaba Machado, los liberales de viejo cuño han descubierto que no valen para las nuevas situaciones, en las que el mercado queda reducido a unos pocos oligopolios, y en los que desde la Administración se generan plusvalías latentes y constantes de decenas de miles de millones de nuestras antiguas pesetas, a mayor gloria de bolsillo de los pocos amigos que hacen de mascarón de proa mientras esperan nuevas y aún más gloriosas recalificaciones urbanísticas con las que deshacer Madrid mientras navegan por el Mediterráneo, pero esta es otra historia de la que les hablaré más adelante, que de los toros al deporte y a los conciertos apenas hay un paso.

Hoy toca hablar de Cortés y se algunos recuerdos comunes. Se había vuelto incómodo para Ruiz Gallardón y sus amigos en los últimos meses de su mandato como presidente, y hubiera sido incómodo para Aguirre y sus amigos en sus primeros meses como nuevos gestores de la Comunidad. A esa conclusión llegamos cuando se le derrumbaron las últimas torres de papel que había construido dejándose llevar por los encargos que el nuevo poder le había hecho. Le advertí que los idus de octubre eran tan malos como los de marzo, y que las mejores promesas se disuelven en una gota de café. Ni él lo creyó entonces y pecó de ingenuidad; ni ahora lo han creído otros tantos, también por una ingenuidad o credulidad mal entendida.

Todas las grandes operaciones urbanísticas que se han realizado en la Comunidad de Madrid en la última década han pasado por sus manos y las conoce, por dentro y por fuera, por arriba y por debajo, desde Chamartín al Manzanares pasando por todas las Ciudades Deportivas de nuestros grandes del fútbol. Conoce lo que costó convencer a Izquierda Unida para que pudieran levantarse las cuatro torres que cerrarán por el norte el Paseo de la Castellana; y lo que costó conseguir el dictamen que posibilitó aumentar el concurso de Chamartín (sin concurso) en más de un millón de metros cuadrados; y lo que le costó a él y al por entonces alcalde de Valdemoro alargar las tramitaciones urbanísticas para que uno de los grandes empresarios con velero de 45 metros de eslora y dos más que buenos padrinos políticos, no arrancara con los campos de golf y urbanizaciones que tenía planeadas en esa localidad; por no hablar de los sinsabores y olvidos que le han costado sus negativas y veleidades al exalcalde de Alcorcón. Y la lista de secretos sería interminable, incluida la mayor y mejor parte de la farsa que se desarrolló en la Asamblea de Madrid y que le arruinó la llegada a la presidencia de la Comunidad al socialista Rafael Simancas.

Si un hombre vale, lo que valen sus silencios, Luís Eduardo Cortés vale mucho. De los recelos iniciales con los que nos conocimos pasamos a tener y mantener una buena relación de mutua independencia. Los dos apasionados por el análisis político y por la información necesaria y buena para no equivocarse al hacerlos. Algunas comidas y cenas sirvieron para lograrlo y espero que algún día su memoria y su voluntad despejen las dudas que las envuelven y se proyecten en unos comprometidos, públicos y publicados recuerdos. Podría empezar, y se lo ofrezco como sugerencia de estos tiempos, por la llamada a la hora de cenar que recibió cuando mano a mano y en compañía de un amigo común escribíamos las notas de la crisis de Madrid. Madrid sigue en crisis y la prima del primo que trabajaba en el despacho del amante, también. Como en las mejores novelas de intriga. O en los culebrones de televisión, en los que hasta las tías parecen copiadas a imagen y semejanza de Angela Chaning.

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