ZP, con su efecto sociológico a la americana, tuvo suerte en el 35 Congreso del PSOE, cuando con nueve votos de ventaja dejó en la cuneta de las ambiciones presidenciales nada menos que al por entonces máximo valor del PSOE y vencedor en todas las confrontaciones electorales a las que se había presentado, José Bono. Tuvo suerte en su primer asalto a La Moncloa cuatro años más tarde, cuando sus dos referencias anteriores, Felipe González y José María Aznar, habían necesitado tres intentos. Tuvo suerte en el difícil Referéndum sobre la Constitución europea con la abstención convertida en el peor de los enemigos y superada con un “europeo” y moderno 42% de participación entre una población que apenas sabía el por qué de su voto. Y está teniendo suerte en el tema más complicado y espinoso de los que debía afrontar en los próximos meses: los nuevos estatutos de autonomía, con el de Cataluña en primer lugar. Un Estatuto que se debía presentar en Madrid de la mano del poderoso “hermano socialista” Pascual Maragall y con el pleno respaldo de todas las fuerzas políticas de la autonomía catalana, incluido ese PP viajero del exministro Josep Piqué, que ha pedido la dimisión del primer mandatario de su tierra y recibido como contestación un: “no te hablaré nunca más”, unas palabras más de chico de colegio que de líder político acostumbrado a la contienda parlamentaria.
El derrumbe de las casas y las grietas aparecidas en el barrio barcelonés por el túnel del Carmelo; la mala gestión administrativa e informativa de esa chapuza; y las posteriores y sorprendentes acusaciones de corrupción lanzadas por el president Maragall hacia CiU en sede parlamentaria, con la consiguiente reacción de todos líderes, desde Artur Mas a Carod Rovira, han provocado una crisis institucional en Cataluña de tal calibre que, una vez pasados los efectos de la primera ola, le van a dejar las manos libres a Zapatero para administrar los ritmos y las condiciones del cambio legal y constitucional en las relaciones entre el Gobierno central y el catalán. Sin olvidar ese frente judicial que el fiscal Mena ha abierto y que le proporciona al fiscal general Conde Pumpido nuevas bazas en las siempre polémicas relaciones entre poder político y poder judicial, por mucho que el titular de Justicia, Juan Fernando López Aguilar, intente deslindar esos terrenos.
Pascual Maragall ha perdido peso político en Madrid y en Barcelona. Dentro y fuera del socialismo. Las fuerzas políticas de Cataluña han roto el pacto de no agresión y de silencios en torno a la financiación de los partidos, que han marcado todo el periodo democrático con Jordi Pujol y CiU en el centro del escenario. El proyecto de nuevo Estatuto, tan arduamente trabajado como sonoramente anunciado, ha pasado a un tercer plano, y el tiempo, ese bien precioso en la vida pública, corre a favor del inquilino de La Moncloa. Menos presión desde la periferia, menos altivez en los protagonistas, mayor movilidad en una Legislatura en minoría, que mantiene el cartucho de las elecciones anticipadas en la recámara, pero con la pólvora en manos de ZP.
Si Cataluña va más despacio en sus reiteradas e históricas reivindicaciones de autogobierno, con divisiones y ataques personales entre sus dirigentes, todo el proceso de cambios constitucionales previsto en nuestro país, del que se sabía la estación de salida, pero no las 17 de llegada, entra en vía lenta. Nadie va a correr por delante de Cataluña y Euskadi, por más que lo intente Andalucía y lo declare Manuel Chaves, por más cambios de Gobierno y de color partidista que se produzcan en, el País Vasco y Galicia; por más fuerza que exhiban las pujantes Comunidad Valenciana y madrileña. Con dos citas electorales por medio en este año que van a cambiar –sea cual sea el resultado- el actual equilibrio de fuerzas y de pactos en dos de esas comunidades, el Gobierno central tiene una agenda muy a su favor.
En Madrid se respira mayor tranquilidad, desde el Ministerio del valenciano Jordi Sevilla al del cordobés José Montilla, pasando por la sede socialista de Ferraz que controla el gallego Pepe Blanco. Tan distintos los tres y tan de acuerdo los tres en restarle fuerza y protagonismo a ese hasta ahora “enfant terrible” del socialismo hispano que era Pascual Maragall con sus propuestas de grados autonómicos y federalismos transversales. El núcleo duro del “zapaterismo”, el que ideó el asalto al poder interno tras la renuncia de Joaquín Almunia, el que se reunía en casa de Trinidad Jiménez, el que está sirviendo de modelo para otros jóvenes cachorros con experiencia en el seno del PP, es consciente de que las “deudas” internas con Pascual, negociadas en su momento por Miquel Iceta, se han saldado del todo y es el presidente de la Generalitat el que necesita y pide que le ayuden a salir del barrizal en el que se ha metido. Una ayuda con condiciones. Una ayuda negociada con los socios del tripartito en las personas de Carod y Joan Saura. Una ayuda que confirmará que la flor de ZP se ha transformado en todo un jardín de rosas y bien cargado de espinas contra aquellos que se acerquen demasiado al trono de La Moncloa.
[email protected]