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Raúl Heras

Los 3 problemas del Referéndum

lunes 20 de octubre de 2014, 14:42h
El presidente del Gobierno, su Gabinete con el titular de Exteriores en primer plano, y su partido, que es minoritario en el Congreso y ve cada día cómo sus socios en el Hemiciclo preconizan el “no” a la consulta, tienen tres serios problemas con el Referéndum sobre la Constitución Europea que se celebrará el próximo día 20. Uno es la fuerte abstención que se vislumbra en el horizonte, con sus guarismos por encima del 50%, y que dejaría a la mitad de la población con derecho a voto al margen de lo que se proclama como paso necesario y vital en la construcción de Europa.
Otro, el número de “no” de los que acudan a votar, que si bien será inferior a los “sí”, puede estar a menos de diez puntos de distancia, lo que provocaría que la suma de ambos, abstención y “no”, ganaría con contundencia y seguridad a los partidarios del “sí”. Y el tercero, la aún más débil posición internacional en que quedaría España y su Ejecutivo si aparecemos como los abanderados de una derrota y un fracaso, que a buen seguro se vendería en el resto de las cancillerías como la prueba más visible de la falta de confianza que podemos y debemos inspirar. Una venta en la que los demonios internos españoles, a los que de nuevo se está invocando en nombre de otros Referéndum más domésticos y preocupantes, saldrían gozosos a pasear de la mano de doña Cuaresma.

Con esos resultados – más que posibles- tendrá que presentarse Rodríguez Zapatero ante la Europa de los 25. Una Europa mucho más cauta, vieja y precavida en sus usos políticos que la nueva hornada de dirigentes socialistas llegados al poder tras el 14-M; que prefiere ver las barbas del vecino en remojo antes de pensar en las suyas. Si alguien tiene que equivocarse y mostrar los “agujeros” del sistema ideado por Giscard Dèstaing y su puñado de sabios constitucionalistas, que sean otros. Desde Shroeder a Chirac, pasando por Berlusconi, la nueva Europa puede esperar mientras se sientan a “normalizar relaciones” con el Imperio USA, aprovechando la gira triunfal de Condolezza Rice.

El político Rodríguez Zapatero está acostumbrado a jugar en contra de los pronósticos y a ganar. Lo hizo en el 35 Congreso Federal del PSOE, frente a José Bono –hoy su titular de Defensa-, y lo volvió a hacer el 14-M, frente a Mariano Rajoy en las elecciones generales, logrando una victoria a la primera y en un tiempo record. Es optimista por naturaleza y por tradición, desde su León materno y sus inicios mirando y “copiando” gestos y expresiones de Felipe González, hasta ahora nuestro presidente más longevo en el sillón de La Moncloa. Se sienta ZP con “baraka”, ese “instrumento” que salvó a José María Aznar la vida en el atentado de ETA, y que mantuvo a Hassan II en el trono de Marruecos hasta su muerte por encima de las mil y una conspiraciones que sufrió para derrocarlo. Baraka y dureza en el fondo, por más envuelto acaramelado de gestos que se coloque de cara a los ciudadanos. Y ese sentimiento, esa sensación de euforia personal, de falta de miedo ante el riesgo, es peligrosa, muy peligrosa, en los tiempos de cólera en que vivimos.

Con la escasa pedagogía que se ha hecho sobre lo que significa la Carta Magna de la nueva Europa en este apresurado marketing promocional en el que unas frases mal leídas por famosos en televisión es lo más “agresivo” y popular que se ha diseñado como campaña; y el diminuto conocimiento ciudadano, al margen de edades, sexo y posición social, que se tiene de su alcance y significado en nuestro futuro en común con el resto de los 25 países miembros, es fácil deducir que los españoles no vamos a ir en masa a las urnas.

No sabemos qué nos jugamos, ni con quién. Ni sabemos las reglas viejas que nos han llevado al euro, ni estamos al tanto de lo que se pactó en Niza, y ahora ya no vale ni si España es grande entre los medianos, si es pequeña entre los grandes, si Francia y Alemania son de nuevo nuestros socios de referencia..., muchas preguntas y pocas respuestas. Algo que en el universo mediático en el que se desenvuelve la vida de los europeos democráticos y libres de este tiempo, es todo un desafío.

Recordemos como memoria colectiva y didáctica que en el referéndum de 1976, en el que nos jugamos ni más, ni menos que el cambio de régimen, pasar del franquismo y la dictadura a la transición democrática que desembocaría en las primeras elecciones de un año más tarde, se alcanzó el record de participación y votos afirmativos: votó un 77% de los que tenían derecho a hacerlo. En el siguiente, en el de la Constitución de 1978, el texto legal que nos gobierna desde entonces con algunos pequeños retoques, ese porcentaje bajó 10 puntos y se quedó en el 67,11%; y en el más polémico y apasionado de todos ellos, en el de la OTAN, en 1986, con su paso adelante y su paso atrás desde el poder por parte del PSOE, la participación se quedó en el 59,42%. Un 40% de los españoles decidió quedarse en casa, irse de fin de semana, o simplemente indicarle al Gobierno que no estaba de acuerdo con el procedimiento, que no le interesaba el tema, o que le daba lo mismo el resultado. Que cada uno escoja el camino que mejor le parezca. Y los tres referéndum tenían de cara a los ciudadanos unas características de compromiso muy superiores al que ahora, el próximo día 20 de febrero de 2005, está sobre la mesa. Esperando en las urnas.

Si sumamos la abstención que va a producirse y los votos en contra de aquellos que lo piden y lo proclaman, y de los que están dispuestos a decir una cosa y hacer otra para castigar y desgastar al Gobierno, como aperitivo para las próximas citas electorales, tendremos que en nuestra propia y más reciente historia tenemos los datos del futuro: en los dos primeros referéndum ganó el “sí” (en el segundo de forma ajustada), pero en el tercero habría perdido de forma clamorosa: sobre un censo de 29 millones de personas, sólo dieron su asentimiento a la permanencia en la Alianza Atlántica nueve. Y es éste, el de 1986, convocado por Felipe González en contra de los consejos de amigos y adversarios, el más parecido al que ahora abordamos, incluso por el posicionamiento público y privado de los distintos grupos políticos y sociales que se mueven en la vida pública. Felipe González salió de aquel trance decidido a no convocar más referéndum que los inevitables y exigibles por la propia normativa constitucional. Es más que posible que a ZP, el lunes 21, le ocurra otro tanto.



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