www.euroinmo.com

Raúl Heras

Los Balcanes nacen en Madrid

lunes 20 de octubre de 2014, 14:42h
El problema más grave que ya tiene el presidente Zapatero sobre su mesa, y que va a perdurar a lo largo y ancho de esta Legislatura, es el de los dos grandes nacionalismos. Los llamados “problemas” vasco y catalán caminan en nuestra Historia con paso lento, a trompicones, aprovechando cualquier atajo que aparezca en su recorrido y con la vista fija en el pretendido final en el que se afana desde hace un par de siglos la clase dirigente de Euskadi y Cataluña. No es un problema nuevo y sí muy viejo, pero, como no conviene adentrarse en los legajos de la Historia excesivamente por el riesgo de equivocarnos en el día de hoy, partamos del más reciente “pacto constitucional” sobre el que se ha edificado la España en la que vivimos, y sobre el que se asientan las demandas nacionalistas de uno y otro color. Ambas unidas por el bloque social al que representan y que no es otro que el de la burguesía territorial.
Tanto el Partido Nacionalista Vasco como Convergencia i Unió son dos formaciones que quieren recoger y representar –al menos así lo proclaman– el sentimiento nacional de unas comunidades, territorios y poblaciones que han estado “sometidos” al centralismo más o menos absolutista de Madrid, ya fuese la capital de la Monarquía o de la República. Si unos no pueden remontarse más allá de unas decenas de años en busca de una identidad diferenciadora del resto de la España histórica, otros tienen que ir más allá del siglo X para aferrarse a un pasado en el que la España de romanos y visigodos quedó rota y en pedazos por la irrupción de un Islam que se quedaría en la Península durante ocho siglos, en los que se mezcló con el resto de las culturas hasta formar la España que unifican los Reyes Católicos en lo que podríamos considerar una auténtica “monarquía federal”, ya que debían jurar y hacerse coronar varias veces en todo el territorio.

De entonces aquí, sin una auténtica monarquía autóctona –que tal vez podrían haber sido los Trastámara– España pasa de los Austrias a los Borbones, cruza brevemente por dos repúblicas, aguanta un intento de revolución bolchevique y cae de rodillas ante la Historia, tras triunfar el más cruento y violento de los variados pronunciamientos militares que hemos vivido, luego de tres largos años de Guerra Civil.

Con estos mimbres y la obligada destreza que debían tener los llamados franquistas moderados, la oposición interna de la Dictadura y el exilio republicano que regresó a partir del año 1975 se fabricó la Constitución de 1978, la más abierta, plural y descentralizadora de todas nuestras Cartas Magnas, y que nos ha permitido desarrollar un modelo de Estado con bastante paz y éxito político y económico, sólo ensombrecido por la presión terrorista de una ETA que no quiso comprender el cambio que se había producido tras la muerte de Franco, y que apenas se está dando cuenta de sus errores tras la caída del muro de Berlín y el desmembramiento de todo aquello que fue el Pacto de Varsovia, la URSS y el llamado “comunismo real” salido del cambio revolucionario de la Rusia zarista.

Lejos de leer la Historia española y europea para intentar, por lo menos, no repetir de forma mecánica los graves errores cometidos por los dirigentes políticos de nuestros pueblos, los líderes de los partidos nacionalistas españoles –bien acompañados en su cortedad de miras por los del resto de las formaciones– se empeñan en repetir hasta el infinito los peores pasajes de la vida en común dentro del ‘primer continente’. El grave defecto de Ibarretxe y Carod Rovira, y de aquellos que les acompañan, incluido el socialista Maragall, es que caminan hacia el modelo balcánico que tantas guerras ha desatado en Europa, en lugar de hacerlo hacia el que impera de forma federal en cualquiera de los grandes estados de nuestro entorno. No se fijan en Suiza, Alemania o Estados Unidos. Se fijan en la Yugoslavia moderna, troceada hasta el infinito. Se fijan en el mosaico empobrecido de la antigua URSS. En los dos casos, bajo el peso que la violencia y el odio han dejado en las conciencias para varias generaciones de sus ciudadanos.

Nuestros nacionalistas han conseguido en los últimos 25 años un éxito considerable, ante la inoperancia, estulticia, carencia de ideas y falta de empuje común de los que consideran sus adversarios. Dicen que tienen, y es muy posible que así sea, a la mitad de las poblaciones de sus respectivos territorios con ellos. Y unen el voto a sus colores con su estrategia a largo plazo, y que van mostrando en pequeñas porciones. Es una mentira consentida, e incluso avalada en la “entrega” de los llamados símbolos externos: lengua, documentos, banderas… Señas de identidad común que desaparecen sin que se aplique el más pequeño de los principios legales que los amparan, y que no sólo desaparecen en los que podríamos llamar “territorios hostiles”, sino que lo hacen de igual forma en los que dicen y aseguran estar en el otro lado de la red y que tienen entre sus riquezas otra lengua y otra cultura, como puede ser Baleares, Navarra o la Comunidad Valenciana; por no entrar en los tímidos y chirriantes intentos en torno al bable asturiano o el castuero extremeño.

Los Balcanes se han dado cita en Madrid y en este momento en el que no se puede retroceder al acto fundacional de la nueva España en la que vivimos, aquel ya lejano 1977–1978, conviene que los políticos miren por encima de sus cabezas y comprendan tanto el bosque en el que nos encontramos como la importancia de cada uno de los árboles que lo forman. Y si no se trata de talar las diferencias que nos enriquecen, tampoco se trata de dejar que unas minorías agosten y pongan en peligro la existencia de la mayoría.


[email protected]
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios