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Raúl Heras/ esta españa nuestra

Escuadrón Guillotina

lunes 20 de octubre de 2014, 14:42h
Desde que comenzara a actuar en Francia con siniestra eficacia a finales del siglo XVIII, la guillotina se ha convertido en una pieza literaria a la que se puede pedir ayuda cuando de explicar con claridad y brevedad el destino que aguarda a algunos personajes públicos, se trata.
La feroz cuchilla ya no separa cabezas del tronco en aras de ninguna revolución, pero sí separa de los cargos y nombramientos a muchos que soñaban con tenerlos en propiedad, y que se encuentran de la noche a la mañana conducidos al patíbulo del cese. De nombre femenino, pese a ser hombre su creador, el artefacto que se llevó por delante a buena parte de la aristocracia francesa y a otra buena parte de los iniciales revolucionarios que inspiraron el asalto a La Bastilla el 14 de julio de 1789, se me antoja que es la mejor de las imágenes que se puede ofrecer sobre el destino que una gran parte de los políticos del PSOE, la totalidad de los políticos del PP, y la gran mayoría de los comentaristas políticos de los medios de comunicación, percibe cuando se habla de la cuota femenina del Gabinete socialista.

Las ocho mujeres que integran el grupo comandado por la vicepresidenta Teresa Fernández de la Vega son las más criticadas, las más atacadas y las más sometidas a desgaste de todo el Gobierno. Es raro el día en que, por activa o pasiva, no se pide o se sugiere que el presidente Zapatero debe prepararse para atajar una crisis del Ejecutivo y desembarazarse de la mayor parte de sus colaboradoras. Se niega que el análisis de las actuaciones ministeriales tenga cierta dosis de machismo recalcitrante, pero lo tiene; como lo tiene el izquierdismo a ultranza que se les atribuye, muy por encima del que se asigna a sus compañeros varones; e incluso la radicalidad en los planteamientos de que hacen gala, mucho mayor que la del resto del Gabinete.

Existe un personaje de ficción creado por el escritor Guillermo Arriaga, y que éste sitúa en el Méjico revolucionario de Pancho Villa. Se trata de un burgués elitista y soñador que, presto a entrar en la historia y a escalar peldaños en el entorno del poder, ofrece al líder mejicano una guillotina como el mejor de los instrumentos a emplear una vez conquiste la capital. El título de la novela es tan expresivo que me ha sido imposible resistir su hechizo para explicar lo que está ocurriendo con María Antonia Trujillo, con Magdalena Alvarez, con Elena Espinosa, con María Jesús Delgado, con Cristina Narbona y con Carmen Calvo.

He escuchado a compañeros y adversarios catalogar de peligrosa ideológicamente a la vicepresidenta, y de la necesidad de “acortar” lo más posible el tiempo de su “mala” influencia sobre el presidente Zapatero. Las críticas más duras se las lleva un día sí y otro también la titular de Vivienda, que no es culpable de la promesa electoral del secretario general del PSOE y de la escasa capacidad normativa que tiene su Ministerio tras la ya lejana sentencia del Tribunal Constitucional. A la titular de Fomento se la teme tanto como se la denuesta, colocándola en Madrid como descarte apresurado de Manuel Chaves, lo mismo que a la titular de Cultura. A la responsable de Agricultura se la ha querido endosar el retroceso agroalimentario en Europa, cuando apenas llevaba unos días en el cargo y todo se lo encontró bien o mal negociado por su antecesor en el cargo. Y en un país consagrado a las autonomías y con la mayor parte de las transferencias realizadas otro tanto muy similar se puede decir de la Sanidad y la Educación. Si a eso le unimos los compromisos parlamentarios de la investidura del presidente llegaremos a la lógica conclusión de que las ministras tienen muy poco espacio para moverse, y que sus equivocaciones son tanto fruto de la rapidez con la que se les piden soluciones como del escaso margen del que gozan para elaborarlas.

Hoy, a los seis meses de la toma de posesión de su Gabinete, el presidente no puede –si es que quisiera– abordar cambios en el mismo, y mucho menos circunscribirlos al “área femenina”, a ese “Escuadrón Guillotina” que se pretende sea el chivo expiatorio de todo un conjunto de responsabilidades. Es injusto que no se trate de igual forma al Ministerio de Justicia que comanda López Aguilar; o al de Defensa que patrimonializa José Bono, al que las “circunstancias” de las que hablaba Ortega han llevado del populismo progresista del que hacía gala en Castilla-La Mancha, al conservadurismo católico que evita la ruptura total con la Iglesia, mientras logra sin sobresaltos que la antigua cúpula militar del PP pase de verdad por la guillotina del cambio y además critique abiertamente el equilibrio contractual y defensivo con Estados Unidos. Y así podría seguir con la España invertebrada y nacionalista a la que Jordi Sevilla debería poner freno; o a las calculadas ambigüedades de José Montilla, un enviado de Maragall para controlar a Zapatero en Madrid, y un enviado de Zapatero para controlar a Maragall en Barcelona. Los “chicos” han sido mucho más prudentes que las “chicas”, en un fenómeno general que afecta a toda la sociedad española. Una sociedad en la que las mujeres han decidido que su toma del poder debe hacerse con todo el coraje sobre la mesa, sin pararse en medias tintas.


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