Premios/Gema Fernández
Un icono arquitectónico con alas
lunes 20 de octubre de 2014, 14:42h
Un edificio en el que confluyen “arte, arquitectura y una espectacular pantalla solar que se abre y cierra como una escultura en movimiento”, así ha definido el jurado del galardón la ampliación del museo de arte de Milwaukee diseñada por el arquitecto español Santiago Calatrava, motivos que han considerado suficientes para entregarle este premio internacional. El edificio ya fue distinguido en 2001 por la revista Times como “mejor realización arquitectónica del año”.
El museo de arte de Milwaukee, ubicado en la avenida Wisconsin, junto al lago Michigan, ocupaba inicialmente las dos plantas inferiores de un edificio diseñado en 1957 por Eero Saarinen como monumento de guerra y fue ampliado en 1975 por los arquitectos locales David Kahler, Fitzhugh y Scott. El conjunto Saarinen-Kahler, una estructura de cemento de forma cruciforme conectada a la ciudad mediante un puente, también de cemento, tenía un carácter sólido, pero carecía de identidad arquitectónica y funcionalidad.
La idea de una nueva ampliación del museo para cubrir las necesidades de exposición surgió en 1994 como una oportunidad única para conseguir un edificio emblemático, al estilo de la ópera de Sydney o del museo Guggenheim de Bilbao, que diese fama internacional a la ciudad. El programa del concurso internacional era simple: dar una nueva entrada a las instalaciones, ampliar la superficie, mejorar la conexión con la ciudad y crear un nuevo símbolo arquitectónico.
El diseño de Calatrava convenció a las autoridades locales, que apostaron por su propuesta frente a las de los arquitectos japoneses Fumihiko Maki y Arata Isozaki.
El coste total de la obra ascendió a 100 millones de dólares, frente a los 75 millones previstos en un principio, y las obras sufrieron un retraso de un año, ya que estaba previsto que el nuevo museo abriese sus puertas a finales de 2000. Pero eso no ha sido un problema para los promotores. “Queríamos un edificio con firma, algo que nos identificara -aseguraba en la inauguración del edificio el director del museo-. Teníamos la responsabilidad de construir una obra artística importante, lo que algunas veces lleva un poco de tiempo y más dinero”.
El nuevo museo se compone ahora de una doble galería paralela al lago que, como un blanco interior de ballena, comunica la vieja estructura con el área que concluye la ampliación y un luminoso vestíbulo de 27 metros de altura que se abre al lago como si fuera la proa de un barco.
A nivel de la orilla, la ampliación alberga un atrio, un espacio de 1.500 metros cuadrados destinado a exhibiciones temporales, un centro educativo con un auditorio para 300 personas, una tienda de regalos y un restaurante con capacidad para un centenar de comensales y con vistas panorámicas sobre el lago.
Pero el elemento más emblemático del nuevo edificio es la especie de parasol gigante articulado que lo corona. La estructura, que pesa unas 110 toneladas y está realizada en cristal y acero, se despliega durante el día, mientras el museo está abierto, hasta alcanzar los 66 metros de envergadura, simulando un ave en pleno vuelo, aunque hay quien la compara con la cola de una ballena emergiendo del mar. Su objetivo es regular la luz y la temperatura en el interior.
Además de plegarse durante la noche, cuando el museo cierra, esta estructura móvil también está diseñada para hacerlo en el momento en que la velocidad del viento roce durante cuatro segundos los 38 kilómetros por hora, algo que es muy habitual a las orillas del lago Michigan.