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Raúl Heras/ esta españa nuestra

Trinidad o triunvirato

lunes 20 de octubre de 2014, 14:42h
La futura existencia de tres presidentes en el Partido Popular, iguales pero distintos, pertenece al ámbito de la política y podríamos explicar el fenómeno recurriendo a los filósofos que, como Ortega y Gasset, añadían a cada persona su circunstancia para explicar no sólo sus comportamientos, sino también la esencia misma del ser que constituía la base de su existencia.
Desde esa posición, el presidente ejecutor, Mariano Rajoy, tendría la potestad y la autoridad en sí mismo desde su elección democrática en el próximo Congreso; el presidente de honor, José María Aznar, mantendría la autoridad en razón de su pasado, pero si intentara ejercer la potestad provocaría un cisma en el partido; y el presidente fundador, Manuel Fraga, gozaría de la autoridad como privilegio de la edad, y ejercería la potestad a nivel nacional, con la condición de mantenerla a nivel regional tras las elecciones gallegas de 2005. Y en los tres casos, tanto la autoridad como la potestad estarían viciadas hoy por las circunstancias personales de cada uno de los protagonistas: Rajoy ha perdido nominalmente unas elecciones que perdió en el espíritu popular Aznar, elecciones en las que el PP fue desalojado del poder en contra de todas las previsiones efectuadas apenas cien horas antes de ir a las urnas. En Fraga, por su parte, concurre la circunstancia de un poder tan largamente ejercido que su “obligación” por mantenerlo corre el peligro de fundirse de forma inseparable con su demostrada pasión por ejercerlo y el deseo de que vida política y vida física se unan en el mismo adiós.

Al margen de la estructura real de poder que salga del cónclave de los populares, y de los nombres que se añadan o desaparezcan del equipo que acompañe al nuevo líder, las explicaciones sobre el inédito experimento de tres presidentes conviviendo en una misma organización se puede abordar desde la historia y su análisis o desde la teología y el dogma. Si lo hacemos desde la historia, descubriremos con enorme rapidez que los triunviratos del poder, que se inician en Roma con César, Pompeyo y Craso sesenta años antes de la era cristiana, terminaron con sangre y destrucción, por más reparto de funciones y territorios que se hiciera, por más equilibrios de posición y familias políticas que se ensayaran, y por más prebendas que se otorgaran los tres a cuenta de sus personales intereses. Muerto Craso, por enfermedad o envenenamiento, César acabó con Pompeyo, y él mismo terminaría siendo asesinado en los cantados Idus de marzo. Cicerón los denominó los “tris himinis inmoderatis”, y tal parece que estuviera hablando de nuestros Rajoy, Aznar y Fraga, toda vez que bajo la apariencia de moderación se esconde el afán de perpetuidad que la soberbia, la vanidad o la necesidad reclaman de los hombres. Si lo hacemos desde la teología, desaparece el triunvirato y aparece la trinidad. El dogma sustituye a la explicación científica y la fe a la razón. En el PP habrá tres presidentes, pero sólo existirá uno. Los tres existían desde el inicio del partido, pero el padre dio razón de ser al hijo y entre los dos y de mutuo acuerdo alumbraron al espíritu, dejando la santidad de éste para otro momento.

Aquellos que desde el seno de la Iglesia –en este caso nuestro tendríamos que hablar del partido– intentaron explicar el fenómeno de forma heterodoxa para las necesidades comunales de la época fueron excomulgados como Sabelio o condenados como Atrio y Macedonio. Ni se podía cuestionar la unidad, ni se podía dudar de la trinidad. Los tres existían en uno, y cada uno de ellos era al mismo tiempo la esencia de los tres. Difícil de entender, salvo que se acate el dogma y la fe en que está basado.

Dado que es un misterio y que tan sólo el tiempo nos alumbrará en si estamos ante un triunvirato o ante una trinidad, me voy a permitir aconsejar a los dirigentes y militantes del PP que con tanto afán y preocupación esperan el desenlace del Congreso y los posteriores pasos en busca de la vuelta al poder; y a sus adversarios políticos que pueden caer en la tentación de la fácil y desnaturalizada chanza de los que carecen de argumentos de mayor solidez para explicar la realidad, que lean o relean a Cicerón y su retrato de aquel tiempo del gran César apuñalado por Bruto y el resto de conspiradores; o que se sumerjan armados de valor y paciencia en las explicaciones teológicas de Santo Tomás y San Agustín –que siempre les vendrán bien para la retórica parlamentaria– y aprendan de sus ilustres y farragosas plumas que al Padre se le atribuyen de modo muy especial las obras de omnipotencia, al Hijo la sabiduría que da el entendimiento, y al Espíritu el amor que procede de la voluntad. Que Fraga ha hecho gala de su omnipotencia política en los últimos 50 años no necesita demostración; que Aznar ha presumido de una sabiduría sólo al alcance de su entendimiento privilegiado es comprobable en cualquier hemeroteca; y que Rajoy está donde está por ser el más amoroso de los tres candidatos a la sucesión era conocido y asumido ante los caracteres más duros y críticos de Rodrigo Rato y Mayor Oreja.

Trinidad o triunvirato, de lo que podemos estar todos convencidos y seguros es de que terminará en deicidio, con minúsculas.


raulheras@retemail.es
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