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Montevideo/Mónica Figueres

Un teatro moderno cargado de historia

lunes 20 de octubre de 2014, 14:42h
El pasado 25 de agosto, el renovado teatro Solís reabrió sus puertas, coincidiendo con el día en que se inauguró en 1856 y con la fecha de la independencia nacional de Uruguay. El gran reto que ha conseguido cumplir es conjugar los tres siglos por los que ha pasado en casi 150 años y compatibilizar innovación con memoria histórica.
En la sala principal del teatro han actuado Caruso, Sarah Bernhardt, Vivien Leigh, Arthur Rubistein, Andrés Segovia y Anna Pavlova, ha sido también escenario de bailes de máscaras y hasta de venta de frutas. Para financiar su mantenimiento y arreglos se arrendaban las viviendas y los comercios de sus alas laterales y se llegó, incluso, a aprovechar un manantial que hay situado bajo el escenario para vender agua fresca. Ahora, cuando los nombres de todos esos artistas suenan tan lejanos, el teatro Solís abre sus puertas al siglo XXI y se convierte de nuevo en el mayor símbolo de Montevideo.

La última fase de las obras comprendió una superficie de 15.891 metros cuadrados, de los que 4.903 correspondieron a áreas de escena y de apoyos técnicos, 3.218 a las zonas destinadas para el público y 4.400 metros a la parte exterior. Todas las acciones se han llevado a cabo bajo la supervisión de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación, pero su renovación integral es el resultado del interés de distintas instituciones y organismos. La idea ha sido crear, con la base de un teatro del siglo XIX, un complejo cultural para el siglo XXI, capaz de recibir todo tipo de obras con una tecnología escénica actualizada, pero manteniendo su línea decimonónica.

El proyecto de renovación ha incluido obras en el vestíbulo, los accesos a la sala, los frentes de los palcos, las luminarias, la sala principal, el escenario, el patio de butacas y las infraestructuras necesarias para instalar la tecnología escénica.

La transformación más radical ha tenido lugar en el escenario, que ha aumentado un 20% en altura, un 40% en anchura y un 25% en el largo, con lo que la superficie total se ha multiplicado por cuatro. También destaca el nuevo foso de orquesta, que se ha montado sobre una plataforma móvil para poder cambiar la configuración. El proyecto ha incorporado, además, un nuevo telón cortafuego, montacargas y ascensores de escena, pisos desmontables y accesos directos desde el exterior para introducir escenografías de dimensiones importantes. Pero en la parte superior, justo en el centro, sigue presidiendo la tradicional lámpara roja con la que se anunciaban las funciones cuando no había otro medio de llegar a los barrios más alejados. Un símbolo, sin duda, de la futura convivencia pacífica de pasado, presente y futuro en el teatro Solís.
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