Tal vez por esos motivos, los líderes de la FSM han tenido que combatir de forma permanente con la fragmentación “familiar” de los suyos, con los desplazamientos a dedo de la dirección nacional, y contra la calculada estrategia del secretario de organización de turno de no permitir (o por lo menos intentarlo) que la voz de Madrid sonase por encima de la del Ejecutivo federal. Lo que no ocurre en ningún otro sitio, ya que, al desaparecer la propia duplicidad del espacio físico en el que se realiza la tarea política, desaparece una buena parte del conflicto.
En ese clima, los distintos secretarios generales de la FSM han pasado con más pena que gloria por ese calvario, ya fuese en los últimos tiempos de la corriente renovadora o de la corriente guerrista, ya se llamasen Teófilo Serrano, Jaime Lizavestky o Rafael Simancas. El pacto, la negociación con la sede central del partido se imponía y se impone como causa de fuerza mayor. Oponerse a Ferraz desde A Coruña, desde Toledo, desde Valencia... por no mencionar a Vitoria o Barcelona, es bastante más fácil que hacerlo desde la Villa y Corte.
Y a pesar de todo y de todos, Madrid y la FSM marcan una buena parte del rumbo socialista. Ver lo que sucede en su interior – y vamos a poder contemplarlo este fin de semana en su X Congreso– aclara posturas y permite entender lo que sucede en el resto del país, y el inmediato futuro del partido, que hoy es el que gobierna en el Estado.
Sin ejercer de centralista, la FSM ha sido y es atacada con ese sanbenito de forma continua. Es como una gran sartén siempre hirviendo en ella el aceite, y con muchas manos queriendo “mojar” en su interior, aún a riesgo de quemarse los avariciosas labios.
Su actual responsable, que aspira a revalidar el título con una holgada y confortable mayoría tras los pactos, promesas y presiones de las últimas semanas, y por encima de las decenas de citas, comidas y cenas que han mantenido el resto de los dirigentes y sobre todo aquellos alcaldes que con toda justicia se creen con el derecho y la obligación de opinar, sabe que está en el laberinto, que no puede escapar de él y que al Minotauro que lo habita no se le pude matar, tan sólo pactar y engañarle para que le permita salir a la luz.
Rafael Simancas, que nacía el mismo 1 de julio en el que otro “niño pobre”, Manuel Santana, conquistaba la gloria del torneo de Wimblendon tras salir de las pistas del club de tenis Velázquez, siempre aparece en público en una curiosa mezcla que a mí me trae a la memoria a dos personajes de ficción, separados por 120 años: el Macías que convierte en protagonista de su novela “El doncel de don Enrique el doliente” Mariano José de Larra, tan puesto de actualidad por el compromiso y la boda del Príncipe de Asturias; y el Marcelino, niño huérfano del convento que dejara plasmado en el cine el director Ladislao Vajda como un hermoso cuento de amor y resignación.
Simancas vivió hace poco más de un año quince días de gloria, que se arrumbaron por culpa de una malísima gestión de una crisis política larvada desde el 35 Congreso Federal, y los posteriores pactos que le llevaron a él a la secretaría general de la FSM y a la candidatura por parte del PSOE a la presidencia de la Comunidad madrileña. Con constructores y sin constructores, con traiciones y pésimos cálculos, el responsable máximo del socialismo madrileño repitió en el pasado octubre, en contra de la opinión y los deseos del hoy presidente Zapatero, y tras cerrar el paso a Gregorio Peces Barba consiguió unos “buenos resultados”. Perdió lo ganado, pero no se hundió. Y aquí está, a lo que parece dispuesto durante esos tres años a conseguir que no le muevan la silla y le permitan subir de nuevo al ring y enfrentarse a Esperanza Aguirre. Los que le rodean: amigos y enemigos, seguidores por convencimiento o por aquello del “mal menor”, se lo han dicho: en su mano está el ganarse al Partido Socialista de Madrid. Tendrá que dejar de ser tan reservado, tan desconfiado, tan previsible en sus gestos y sus frases. No se lo van a poner en bandeja, ya que Madrid, en la nueva situación tras la victoria del PSOE en las elecciones generales, tiene un “trono” muy goloso, y que desde Ferraz y La Moncloa creen que está a su alcance. No es que vaya a estar bajo vigilancia, pero sí en observación. Su cabeza no pende de un hilo, como pudo estar hace unos meses, pero su destino, como en la obra de Shakespeare quedará durante este largo trayecto en la mano, un tanto hamletiana, de ZP. El “ser o no ser” se empezará a configurar en la cuantía de los votos. Su ‘colega’ mallorquín no es el mejor de los ejemplos, claro que peor lo tienen en Valencia.
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