
Billones de dinero público
Ya sabemos que el Banco Central europeo que dirige Jean Claude Trichet está más que dispuesto a prestar a los bancos y cajas de la Unión la macro cifra de 33 billones de pesetas: se lo pondré en números para que se vea mejor la enormidad de dinero de que estamos hablando: 33.000.000.000.000, en apenas año y medio. Y también sabemos que el Gobierno español está dispuesto a llegar hasta los 90.000 millones de euros – 15 billones de pesetas – para ayudar a las entidades con problemas en el necesario proceso de reestructuración de bancos y cajas de ahorro que vamos a vivir desde este verano.
Las consecuencias del enorme maremoto financiero que se desencadenó a nivel mundial desde el epicentro de julio del 2007 aún no han terminado y se suceden las declaraciones de expertos y gobernantes, y las consiguientes cifras de saneamiento necesarias, a tal ritmo y niveles que la capacidad de comprensión del ciudadano de a pie se estrella contra un muro cada vez más elevado e incomprensible.
Quedan cada vez más claras algunas cosas: la primera y más relevante, que la crisis es financiera y producto de la avaricia casi irreprimible e inevitable de unos pocos que tenían a su alcance los instrumentos necesarios para llevar a cabo la más gigantesca operación fraudulenta de la historia; porque de eso estamos hablando, de fraude social, de fraude a la inmensa mayoría de los ciudadanos de todos los países, de fraudes a los empresarios y a los trabajadores; de fraudes a un sistema en el que la libertad de movimientos de capitales y de emisión de derivados financieros (en definitiva instrumentos de compra y venta, de “dinero” ficticio pero utilizable a nivel real cada día) sin apenas control por parte de los gobernantes ha generado un monstruo.
La segunda de las cosas que quedan claras es que la crisis nace desde los países y los grupos sociales más ricos, y que terminaremos pagándola todos y, sobre todo, las clases medias. Los pobres seguirán siendo pobres pero la esperanzada, soñadora y crédula clase media de los países desarrollados será la gran pagana de los excesos de los otros. Con un añadido cargado de sarcasmo e injusticia: los mismos que pusieron la leña y encendieron la hoguera que nos está abrasando a todos son los que se han colocado de bomberos y se arrogan el omnímodo papel de ser los únicos que tienen las recetas para resolver el problema y los únicos que pueden ponerlas en práctica. Y aquí estoy pensando tanto en
los Bancos Centrales, desde la Reserva Federal norteamericana al Banco Central europeo, como en las grandes corporaciones financieros que han recibido miles de millones para reencarnarse en nuevos clones, y de forma muy especial y crítica en esas que se dicen agencias de calificación, que deberían ser suspendidas de actividad por unos cuantos años ya que, en el mejor de los casos, no se enteraron de nada con sus “notas” de solvencia, y en el peor colaboraron de forma decidida en la estafa. Eso sí a cambio de jugosos beneficios para sus gestores.
El sistema financiero mundial está enfermo y, como la leucemia, exige un duro tratamiento de choque para limpiar la sangre que le alimenta, el dinero que fluye por las distintas economías. Hasta ahora los doctores que le atienden – esos mismos que le dieron una dieta capaz de llevarle a la tumba vestidos con toda solemnidad, eso sí - se están limitando a aportar más flujo vital al enfermo, fundamentalmente con transfusiones de dinero público, sin cambiar apenas nada más. Y las consecuencias las están pagando el resto de los “organismos” del sistema, la llamada economía real. Todo bajo el gigantesco hongo nuclear del miedo a la pobreza, del miedo social a que cada uno pierda lo poco o mucho que tiene, desde el empleo a la casa.
Podemos e incluso debemos pensar que tenemos una clase política manifiestamente mejorable, que se enfanga en peleas judiciales que dejan a un lado el servicio a los ciudadanos para dedicarse a la nada sana costumbre de cortar los corvejones al adversario, pero en estos momentos es esa misma clase política la que debe sacarnos del enorme embrollo en el que estamos metidos. Pese a todo, la solución a la crisis no es económica, ni financiera, es política. Se trata de alumbrar nuevos modelos de convivencia social, nuevos modelos de desarrollo a nivel mundial, de equilibrios entre países y zonas. De equilibrios con la propia naturaleza. Y para todo eso los que han demostrado que son mucho peores que los políticos, mucho más peligrosos que los políticos, mucho más destructivos que los políticos son los llamados gestores y expertos financieros, esos que se han dedicado a manejar la riqueza mundial como si fuera suya.