
La ciudad alegre y confiada
Durante durante algunos años, Madrid fue una ciudad alegre y confiada. La expansión económica, la conjunción de propósitos entre el gobierno regional, los empresarios y los sindicatos, el fuerte ritmo de la actividad en los diferentes sectores, con la consiguiente repercusión en la creación de puestos de trabajo, hicieron pensar a muchos que la situación iba a prolongarse en el tiempo. Los que peinamos canas sabíamos que los ciclos económicos no son eternos, que a tiempos de bonanza tenían que suceder, por la fuerza de la historia, otros de recensión. El estallido de la burbuja inmobiliaria se veía venir, pero no se hizo nada por evitarlo.
Y los madrileños se encuentran ahora con el cáncer de la inflación, con la subida de los tipos, con la pérdida de capacidad adquisitiva, con los problemas para llegar a fin de mes. Miles de empleos, y no sólo en la construcción, están en peligro. Son muchos los madrileños que no pueden irse de vacaciones, y la confianza ha dado paso al temor. Ha llegado el momento de apretarse el cinturón, aunque haya quienes no tengan cinturón con el que apretarse.
En este extraño y desorbitado movimiento pendular, corremos el riesgo de pasar de un optimismo ciego a un pesimismo exagerado. La situación es difícil, pero contamos con los medios necesarios para hacerla frente. Madrid sigue siendo una región con un enorme potencial; los empresarios y los trabajadores cada vez están más preparados, y hay sectores, especialmente en los servicios, que pueden absorber buena parte de los que han perdido su puesto de trabajo en la construcción.
Madrid es ahora una ciudad menos confiada, pero esperemos que no pierda la alegría. En peores situaciones nos hemos visto, y saldremos de esta crisis como salimos de otras, aunque sean muchos los perjudicados. El Gobierno de la nación tiene ahora la mayor responsabilidad: la de no ignorar la gravedad del problema, y establecer los cauces para resolverlo. Y el Gobierno regional tiene que esforzarse, con empresarios y sindicatos, en que las familias no pierdan su bien más preciado: el empleo.