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Crisis y ajuste de cuentas

Lo que está ocurriendo en el mundo inmobiliario es inexplicable, a no ser que se entienda desde la perspectiva de lo que es el capitalismo puro y duro, algo a lo que los españoles no estábamos todavía acostumbrados en un país donde Papa Estado ha sido siempre determinante desde que Isabel II instauró el Banco de España y Franco inauguró el Instituto Nacional de Industria (INI). Que el Gobierno permita que la mayor inmobiliaria, por activos, del país suspenda pagos no se le ocurre ni a Estados Unidos, el país del liberalismo absoluto. Pero en España, ya se sabe, somos los más liberales del mundo. Que cada palo aguante su vela.

Dentro de pocos meses vamos a ver a los empresarios de este país haciendo manifestaciones para pedir que el Estado intervenga y que les ayude a salir de la crisis, abominando del liberalismo y aliándose con los sindicatos que de eso de sacar los dineros al Estado saben más que nadie. En la época de las vacas gordas todo el mundo es liberal, pero cuando llega la crisis todos añoran las leyes proteccionistas. Así que los liberales de toda la vida lo tienen difícil, muy difícil. Una cosa es abogar porque el Estado baje los impuestos y baje la presión fiscal, y otra muy distinta pedirle que se desentienda de los problemas de las empresas.

El portavoz de Economía del Partido Popular, Cristóbal Montoro, podría ser linchado, eufemísticamente hablando, por los propios empresarios si sigue apoyando la tesis de que el Estado tiene que permanecer al margen, negando la ayuda que le reclaman los empresarios. Comparar a España con un Estado soviético para criticar a Miguel Sebastián que había sugerido que el Gobierno aprovechara la crisis pàra comprar suelo y destinarlo a vivienda pública, ayudando así a la empresas con problemas financieros, es una exageración.

Sobre todo después de ver que al propio super liberal presidente norteamericano George Bush no le duelen prendas para intervenir bancos y enchufarles dinero público. Todo con tal de evitar sus quiebras. Todavía no se ha enterado de que un patrono liberal tipo es aquel que reclama anulación de los impuestos, despido libre y gratuito, pero que se presenta a todos los concursos de obra pública -recurriendo a todos los amigos ministros que puede- y que cuando no obtiene los beneficios que esperaba solicita la nacionalización del servicio. Faltaría más: si no se gana dinero, que se encargue el Estado.

Lo que está ocurriendo con la economía española en crisis es además un auténtico ajuste de cuentas entre los grandes empresarios. Todos los “self man” que se han hecho millonarios en la época del ladrillo están cayendo como moscas a manos de los ricos de siempre, de los que son por nacimiento. El “síndrome Mario Conde” se ha instalado en el mundo de la empresa española. Una cosa es dejar entrar a advenedizos y otra aceptarlos en sociedad. Al final, si alguien tiene que pagar los platos rotos serán los Portillo, Martín, Bañuelos, etc, a los que si después de la batalla les dejan sus respectivos patrimonios personales, que no son moco de pavo, tendrán suerte.

Como estudió Carlos Marx, el capitalismo no es más que la historia de una guerra cruenta tras otra. A los años de riqueza le suceden los de ajustes de cuenta. Solamente unos pocos sobreviven. Y luego, pasada la crisis, vuelta a empezar. Pero una cosa es conocerlo en teoría y otra muy distinta, como van a poder comprobar los perdedores de las mil batallas empresariales que se van a dar en los próximos meses. La piedad no existe en este tipo de guerras económicas, donde los contendientes se juegan sus patrimonios, el poder que el dinero les dió y hasta el futuro de sus familias.

El dinero, como la energía, ni se crea ni se destruye, solamente cambia de manos. Si unos ganan es porque otros pierden. Es imposible que todos ganen al mismo tiempo, sería como la cuadratura del círculo, aunque siempre hay quien pretende ir contra las leyes naturales del capitalismo y encontrar oro donde sólo hay cobre.

Los nuevos millonarios del ladrillo creyeron que el precio del suelo y de la vivienda iba a seguir subiendo indefinidamente, o por lo menos el tiempo suficiente para que ellos devolvieran los costosos créditos con los que habían comprado los terrenos y estaban edificando casas y oficinas. Lo primero que hicieron, además, fue descontar de esos créditos sus beneficios personales, mientras trataban de encontrar otros compradores que pagaran más que ellos por sus productos. Y así seguía creciendo la pirámide inmobiliaria, hasta que nadie ha estado dispuesto a mejorar la oferta y toda la montaña corre el peligro de venirse abajo.

La crisis se ha visto empeorada además porque ninguno de los nuevos millonarios quiere arriesgar ahora su patrimonio personal- ganado en los últimos años al calor de la especulación urbanística- en tratar de rellenar los agujeros contables. Un periódico económico lo resumía muy bien con las palabras “No con mi dinero”, puestas en boca de los accionistas principales de Martinsa-Fadesa, ninguno de los cuales ha querido evitar la suspensión de pagos aportando los 150 millones que necesitaba la inmobiliaria para superar la situación. Si ellos no están dispuestos a arriesgar, cómo lo vana a hacer otros.

Al final de la crisis, una vez resuelto el problema de quien paga -al margen de que, como siempre, haya crisis o no, lo más gordo recaerá en los trabajadores y los consumidores- los grandes patrimonios acumulados por estas inmobiliarias volverán a sus dueños anteriores que habrán ganado dos veces: una cuando vendieron a los nuevos ricos y dos cuando recuperen por la mitad de su valor esos mismos bienes.

Lo malo de este ajuste de cuentas entre capitalistas son los 12.500 ciudadanos que han entregado un dinero a Martinsa-Fadesa para comprar su vivienda y que ahora tendrán que esperar a que el juez que lleva la suspensión de pagos autorice que se siga trabajando en la construcción y que, de una manera u otra, quieran cobrarle al consumidor, los gastos extras inherentes a los problemas judiciales y administrativos.

La vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, que parece haber cogido la batuta ante un Pedro Solbes que ya no sabe qué decir, ha prometido ayuda a las víctimas de la crisis de la inmobiliaria, pero no ha dicho cómo se va a hacer. ¿No habría sido mejor intervenir la empresa. al estilo Banesto, para asegurar los puestos de trabajo y la construcción de las viviendas, que no andar ahora con parches? Una vez metida la empresa en la vía judicial poco se puede esperar.
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