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La mano que mece la cuna

Cuando en 1992 el director Curtis Hanson rueda la película “ La mano que mece la cuna” cambia por completo el sentido del poema en el que se basó Amanda Silver para su argumento, y lo convierte en la historia de una venganza. Los versos de William Ross Wallace, escritos a mediados del siglo XIX, glosaban el papel de las madres en la educación de los hijos desde su más tierna infancia y cómo, a través de ella, se podía mover el futuro del mundo. Ese homenaje a la maternidad desaparece en la pantalla y la cuna es transformada en el vehículo elegido para destruir a una familia.

Nada que ver el modelo de mujer que describe Ross Wallace con la niñera Peyton que retrata Hanson. La cara del amor y la cruz del odio. Bien es cierto que entre la poesía de 1850 y el cine de 1992, la misma mano y la misma cuna fueron transformadas en canción por uno de los grandes y breve grupos de rock británico de finales de los años 60, los Procol Harum, en su intento de resurrección a comienzos de los 90: concretamente en 1991 la renovada banda de Gary Broker graba “The prodigal stranger”, un album que pasó con más pena que gloria por las listas de éxitos y en el que incluyen “the hand that rocks the cradle…”.

Los 32 versos quedaron para los amantes de la poesía y para aquellos que tengan una visión del papel de la mujer muy alejado del actual, y los dos que cierran cada una de las cuatro estrofas del poema, se han convertido en una referencia política y social para describir a aquel o aquellos que están detrás de cualquier operación de asalto al poder. Hoy, aquí y ahora, en España, descubrir y describir la mano que mece la cuna del PP es una tarea que parece fácil pero que corre el peligro de confundir al que lo intente por la cantidad de “huellas” que encontrará en la inestable y bamboleante cuna.

Digamos que el primero que la movió (dentro de la metáfora de transformar al partido en el pequeño reino de los bebés) fue el propio Mariano Rajoy a las pocas horas de su segunda derrota electoral al afirmar que tenía las ideas claras, que quería seguir como presidente y futuro candidato a La Moncloa y que, ahora, iba a formar su propio equipo, con lo que expulsaba de la dirección interna y del futuro a casi todos los que le habían acompañado en los últimos cuatro años, tal y como así ha sido. El segundo vaivén se lo proporcionó Soraya Sáenz de Santamaría a la hora de organizar el cuadro de mando del nuevo Grupo Parlamentario del PP.

A partir de ahí y como suele ocurrir con el péndulo, los movimientos internos y externos se sucedieron, las manos deseosas de mecer al partido se multiplicaron y militantes y votantes del centro derecha español se convirtieron en mudos espectadores de una versión actualizada de la película de Hanson en la que sobraban niñeras, sobraban ambiciones, nacían y crecían venganzas y hasta los “padres” de la criatura se divorciaban: Manuel Fraga, por un lado; José María Aznar, por otro. Y no hablemos de los padrinos: casi todos se colocaban a un lado junto a una de las “niñeras” (una por cada bando, una conocida y destacada, Esperanza Aguirre y otra que puede aparecer en cualquier momento y que parece destinada a convertirse en la nueva secretaria general del partido, Dolores Cospedal), desde Francisco Alvarez Cascos a Rodrigo Rato pasando por Jaime Mayor Oreja, Angel Acebes o Eduardo Zaplana, y miraban con desconfianza, recelo y amargura a los “primitos” de enfrente, la otra generación que desea encarnar el cambio y en la que estarían desde Esteban González Pons a José Luís Ayllón.

Desconfianzas y recelos que se están extendiendo por las 17 autonomías de cara al Congreso de finales de junio pese a la continua campaña electoral que lleva haciendo Mariano Rajoy por toda la estructura territorial del PP desde que decidió seguir y plantar cara a todos los que creyeron que arrojaría la toalla y que, comprobada su resistencia numantina, han colocado cañones y fusilería frente al fortín de la calle Génova donde se ha refugiado la guardia pretoriana del líder gallego.

Menos de un mes de la cita que los populares tienen en Valencia sólo pueden pasar dos cosas, y las dos son malas para esos diez millones de personas que dieron su voto al PP y a Rajoy el pasado nueve de marzo: la primera es que Rajoy gane el Congreso con tranquilidad, tenga o no rival enfrente, y que la pelea interna se prolongue durante otros doce meses, hasta que pase el purgatorio de las tres elecciones seguidas que nos esperan a todos: gallegas, vascas y europeas. En las tres, Rajoy arranca como gran perdedor, y en las tres sus adversarios o enemigos internos aprovecharán para debilitar aún más su figura.

La segunda es que antes del Congreso o durante el mismo aparezca una alternativa (llámese Juan Costa o incluso Esperanza Aguirre) en la que los descontentos vuelquen sus votos de cara a conseguir parcelas de poder interno en el inmediato futuro y minar desde dentro la “autoridad” del reelegido presidente. Incluso podría darse la sorpresa y que el “outsider” ganara – a semejanza de lo que ocurrió en el PSOE entre José Bono y José Luís Rodríguez Zapatero –pero existen demasiadas ambiciones en juego para que alguno de los futuros aspirantes pudiera hacerse con la mayoría de los votos, y que el resto aceptara el nuevo reparto de papeles.

Lo más probable es que este Congreso popular, en el que ya muy pocos creen, cumpla un papel de trámite hasta dentro de un año. Que lo que ocurra en Valencia entre el 20 y el 22 de junio sirva para muy poco. Serán los resultados electorales del 2009 los que marquen de verdad el futuro del centro derecha en España. Por más cambios y acomodos que pueda hacer Mariano Rajoy con la nueva dirección, por más pactos de apoyo que establezca con Paco Camps, con Herrera, con Núñez Feijóo, con Ruíz Gallardón y con Javier Arenas, serán las urnas las que dictaminen si puede o no puede seguir al frente del Partido Popular. El lo sabe, los que le acompañan lo saben, los que le apoyan lo saben y los que le combaten, lo saben. Salvo sorpresas que siempre pueden darse, van a firmar un tiempo muerto, una prórroga de un año.

Un año más de regalo a un poder, el del Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero que, sin oposición real que le critique, le controle y ofrezca alternativas, está viviendo una de las etapas más pacíficas con las que puede soñar un político. Lo de la flor que acompaña al jefe del Ejecutivo es poco. Tiene el Jardín Botánico al completo.
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