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El miedo del señor ministro

El miedo del señor ministro

Resulta que pretenden ahora que Sadam Husein estampe su firma en un papel, para que los grafólogos determinen si es la misma que figura al pie del documento en el que se ordenó apiolar a 148 chiíes. Sadam y su hermanastro Barzan al Tikriti se han negado a proporcionar al tribunal muestras de su escritura, pero ambos han argumentado que matar a los chiíes no fue delito alguno, “porque eran unos facinerosos y habían conspirado para asesinar al presidente”.
Está claro que cada cual ve la feria según le va en ella. Lo que me choca es que los jueces y los abogados de la acusación sean tan ingenuos y se anden con esas sutilezas.

En tiempos de Sadam hubo ejecuciones en las que se mató a miles de personas de una tacada. En esos casos, para ahorrar trabajo a los sepultureros se abría un foso con un buldózer y se les enterraba a lo bruto. Que les pregunten a los legionarios que estuvieron destinados cerca de Babilonia sobre lo que encontramos allí, apenas un par de metros bajo suelo.

Caso distinto eran las penas de muerte individuales o cuando el desventurado fallecía en prisión, víctima de la tortura. En esas ocasiones, el régimen ordenaba a la familia del finado que se presentase en la cárcel, que trajese el ataúd y se le enviaba de vuelta a casa o camino del cementerio de Najad, con el féretro en la baca del taxi.

A la luz de todo esto se entiende que me haya quedado de piedra al saber que el último ministro de Exteriores de Sadam Husein era agente de la CIA. Debo confesar que hace tres años, me extrañó que Naji Sabri no figurase entre los gerifaltes detenidos ni entre los que fueron retratados en la baraja de “maleantes más buscados”.

El ministro se había evaporado misteriosamente. Reapareció unas semanas después en Viena, donde reside. Naji no era como los demás. De él dependían los visados de entrada y las entrevistas. Y aunque era amable y elegante, tenía siempre ese gesto que se les pone a los que padecen úlcera de estómago. Ahora entiendo la razón. Uno de sus primos y su hermano mayor habían sido ahorcados por conspirar contra el tirano y seguro que la posibilidad de correr una suerte parecida, le bailaba en la mente.

Lo captaron para la CIA en septiembre de 2002, aprovechando que estaba en Nueva York intentando buscar apoyos en la Asamblea General de la ONU. Resulta evidente que era a Naji Sabri a quien se refería el entonces director de la CIA, George Tenet, cuando alardeó de tener “una fuente con acceso directo a Sadam”.

La captación de Naji fue una jugada maestra de la CIA, pero no le sacaron jugo. Les dijo que Sadam tenía mucho interés en conseguir la bomba atómica, lo que era un secreto a voces desde 1981, cuando los F-16 israelíes hicieron fosfatina el reactor nuclear de Osirak. Sabri confesó además que el sátrapa no tenía armas químicas o biológicas, cosa que luego, después de la guerra, resultó ser cierta.
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