Raúl Heras
El suflé de Maragall
lunes 20 de octubre de 2014, 14:42h

Las imágenes que evoca el presidente de la Generalitat cada vez que afronta las inevitables explicaciones sobre su acusación de cobro de comisiones del 3 por ciento por parte de los anteriores Gobiernos de CiU en las adjudicaciones de obras públicas, van desde el sexo a la gastronomía, pasando por el maltrato contra las mujeres y un recurrente e injusto guerracivilismo atribuido a la derecha frente a la izquierda que no es otra cosa sino el sacar a pasear a unos fantasmas que, por voluntad de todos, se guardaron en el baúl de la memoria colectiva en 1977 en el mismo momento en que acudimos a las urnas y elegimos el primer Parlamento democrático.
Una mezcla demasiado explosiva hasta para un hombre y un político heterodoxo como Pascual Maragall, que siempre ha representado en Cataluña y en el socialismo a una pretendida aristocracia republicana tan pagada de sí misma, y tan elitista, que dobló el espinazo ante el dúo González y Guerra y la pujanza interna en el PSC de los “charnegos” como Montilla, muy a pesar suyo y con evidentes deseos de imponer algún día sus tesis y su presencia en el resto de España.
Tan peligroso es el aluvión de metáforas empleadas que, si comenzó hablando del Prestige y los intentos de la derecha españolista de “pasar factura” a su gobierno como venganza por la dura oposición del socialismo en la catástrofe ecológica de Galicia, ha acabado (por ahora) en la guerra civil que destrozó España hace más de sesenta años. Ni su abuelo, el poeta, lo habría hecho mejor y más rápido. Ni Jordi Pujol, su antecesor en el cargo, se habría intentado envolver en la bandera del estado catalán y el Estatuto diferenciador de forma más rápida. En este caso, es evidente, que de forma mucho menos efectiva de lo conseguido por el líder de CiU con ocasión del escándalo de Banca Catalana y los intentos de los fiscales Mena y Villarejo. En aquella ocasión Pujol ganó el pulso y González y Narcís Serra tuvieron que retroceder. Ahora, Maragall pide excusas, éstas no bastan, comienza la larga retahíla de metáforas a cada cual más desafortunada, y llegamos de nuevo a los tribunales y a la fiscalía. El paraíso catalán perdido por culpa de la dichosa manzana prohibida del 3 por ciento.
A Pascual Maragall, que ha recibido el apoyo sin fisuras de la Ejecutiva Federal del PSOE tras escuchar las duras críticas de Pepe Blanco y Juan Carlos Rodríguez Ibarra – y el “perdón” de Rodríguez Zapatero - le espera un futuro más que incierto al frente del socialismo catalán. Ya no es la referencia. Desde el PP le han colocado una moción de censura como desgaste y como “respiro” de Josep Piqué. Desde Convergencia i Unió le han colocado una querella en los juzgados como “respuesta social” a sus acusaciones, sabiendo Artur Mas que no puede prosperar en los tribunales, al tiempo que le hace guiños a los socios de gobierno de Esquerra por si cambian de parecer y aceptan la vieja alianza propuesta tras los comicios catalanes: Carod vuelve a reforzarse en sus ambiciones. Ya puede elegir entre la izquierda y el nacionalismo o el nacionalismo y la derecha nacionalista. Y el fiscal Mena que quiere investigar ante unas puertas que se le cerrarán en cualquier momento ha colocado a todos ante la tesitura de desnudar ante los ciudadanos a los partidos políticos y su verdadera financiación.
Lo sucedido en el Carmel y sus culpables ha pasado a un segundo plano. La Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona han aprobado fondos y dinero suficiente para los que se han quedado sin casa. Y una Comisión en el Parlament se encargará de que dentro de unos meses nos digan lo que todos ya sabemos: culpas repartidas entre muchos, culpas de nadie.
El president lucha por mantenerse en el puesto, evitar elecciones anticipadas y dejar que la Legislatura vuelva a colocarle en el centro de la política catalana, incluso con nuevo pacto con Zapatero y el perdón del PSC de José Montilla, Manuela de Madre, Miquel Iceta y compañía. Si no aguanta y se convocan nuevas elecciones dentro de unos meses, tras los comicios gallegos y el previsible reforzamiento del núcleo duro del PSOE , Maragall sería la pieza sacrificada. El lo sabe, y lo dicen los manuales que consulta en sus “saltos” a la Gran Manzana neoyorkina. La vaselina a la que tan oportunamente se ha referido como imagen gráfica del ahora añoso “Tango en París” que protagonizara Marlon Brando con la mantequilla como sustituto, no va a evitar el daño social que se ha hecho a los ciudadanos de a pie, ni el desgarro partidista que amenaza con extenderse por todo el cuerpo de la vida pública. El suflé gastronómico podrá bajar, pero será incomible e indigesto. Las mujeres no le van a perdonar la mala comparación y si tuviera alguna duda de lo que piensan sus propias compañeras de partido, ahí están las declaraciones de la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega con ocasión del Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
Los recuerdos de la guerra duermen en los documentos y los libros, que es donde deben estar para las actuales generaciones. Maragall se ha convertido él mismo en el suflé. Hace unos meses, tras su incierta y apretada victoria y la posterior negociación del tándem Montilla-Iceta con Carod Rovira y Joan Saura para asegurarle una presidencia de la Generalitat que se le escapaba para siempre soñó con convertirse en el gran cocinero de la España del Tercer Milenio, el abanderado de una nueva forma de gobernar, casi, casi el Juan Bautista del ZP al que tanto había ayudado a emerger de las aguas del Congreso y las listas de León. Hoy, con el largo invierno defendiéndose a dentelladas de hielo y nieve de la siempre complicada primavera, el suflé Maragall está bajando, bajando, bajando...