Horas antes de sentarse en Marraquech con el Rey Mohamed VI, nuestro Rey se sentó en La Zarzuela con los líderes de los dos partidos que representan el ochenta por ciento del voto ciudadano en España. Política internacional para coser las roturas ocasionadas en las siempre conflictivas y delicadas relaciones con nuestro vecino del sur tras la “liberación” obligada del islote de Perejil, con o sin viento de Levante; y política domestica para suturar con rapidez las fisuras que en la unidad interna de la Nación representan tanto el Plan Ibarretxe – que ya ha llegado a Madrid a dos manos : las del lendakari y las del presidente del Parlamento vasco- como la formulación del nuevo Estatuto para Cataluña, que aterrizará en la Villa y Corte con muchos más apoyos y más inquietantes. Ambos temas eran y son de obligado cumplimento dentro del papel moderador y de arbitraje que la Constitución de 1978 otorga a la Corona. Y con ambos temas sobre la mesa y tratados en “trinidad” hemos descubierto que tanto el Rey, como el presidente del Gobierno, como el presidente del partido que nos ha gobernado durante los últimos ocho años adelantaron al Monarca marroquí en su ataque al hombre que se ha hecho silencio salvo en sus mensuales intervenciones en Estados Unidos : José María Aznar.
El Rey nunca se llevó bien con el expresidente, y tanto en privado como en público no dejaba de certificar la falta de sintonía entre los dos y sus añoranzas de los “buenos tiempos” de Adolfo Suárez y sobre todo Felipe González. Era justamente correspondido por Aznar y ahora se están ajustando algunas cuentas. Zapatero en sus relaciones con el entonces presidente pasó por dos fases: una inicial, de acomodo y buenas formas por parte de los dos líderes, y la final, en la que volvieron a asomar los cuchillos que tensaron la vida pública en España hasta límites insoportables entre 1993 y 1996. Golpear sobre el inmediato pasado en la alargada sombra del político que más los encarnó le sirve tanto de revancha como de instrumento para ahondar las tensiones y diferencias dentro de la dirección del Partido Popular. Y para Mariano Rajoy, minorar la figura de Aznar es un buen sistema para agrandar la suya, por un lado, y para moverse con mayor libertad y capacidad de futuro dentro de su propio partido, por otra.
Certificado el cornalón al hombre que no dudó en situarse por encima de todos y de casi todo, es obligado entrar a ver lo que representa el encuentro en el despacho de Don Juan Carlos y el paseo en coche descubierto de los dos Monarcas por las calles de Marraquech tras el ataque frontal y sin cortapisas de Mohamed VI al anterior Ejecutivo y la falta de respuesta política y diplomática del actual Gobierno.
Existe la sensación , cada vez más fuerte y extendida, de que España está a punto de resquebrajarse por las ambiciones institucionales de una parte muy importante de la clase política vasca y catalana; y que desde el poder constitucional se está haciendo poco y mal para cortar el avance secesionista. Y que se carece de alternativas para ordenar de forma pacífica el futuro. Ese sentimiento, que es más popular que elitista se contrapone a las sospechas que rondan en las cabezas de la clase dirigente: algunos si saben dónde van, algunos si saben qué pasos se están dando, algunos tienen en su poder las claves secretas de la Segunda Transición y todo lo que se está viendo es tan sólo la representación teatral necesaria para que, cuando aparezcan en escena los grandes protagonistas, y se lean los grandes textos, el enfervorizado público estalle en aplausos. Imaginemos, por ejemplo: Eta proclama el fin de su violencia terrorista… España y Marruecos firman la salida “autonómica” al conflicto del Sahara con el Polisario por medio… España lidera el sí europeo a la Constitución... Y de los grandes miedos, pasamos al espejismo del bien sin mezcla de mal alguno.
Cierto y verificable es que estamos en el inicio de un nuevo tiempo. En el “parto” de otra España que se dispone a desprenderse por las buenas o las malas, con más paz o más tensión de la vieja piel, y que las contracciones llegan a todos los sectores y a todos los territorios. Situaciones de defensa personal se mezclan con cambios estructurales en la política y en la economía. Y en el gran escaparte de los medios de comunicación se confirman nuevos reinados, se presiona de forma descarnada para obtener posiciones de privilegio, se cambian usos y costumbres que imperaban desde hacía décadas, y se intenta no perder el gran tren de una competencia desconocida hasta estos momentos por su dureza.
Mirando al futuro dentro del equilibrio constitucional e institucional que representa la actual Monarquía parlamentaria, y el papel asignado a cada uno de los actores, creo que en la reunión tripartita del palacio de La Zarzuela faltó un cuarto protagonista: el Príncipe Felipe. Hubiera sido un útil interlocutor “sin voto, pero con voz”, y dado el cambio generacional de clara referencia para los más jóvenes. Tal vez el Rey no se “percató” de que esa “clase magistral” era una buena ocasión de aprendizaje para el Heredero de la Corona. Y que esa presencia habría contado por la aprobación y el aplauso de todos. Ninguna norma lo impedía.
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