villa y corte/ Alberto Delgado
El euro ha encarecido la vida
La reciente encuesta del Instituto Municipal de Consumo, referente al pasado año 2003, ha puesto de relieve algo que sabíamos perfectamente a través de nuestros bolsillos: más de un 80% de los madrileños encuestados opinan que la llegada del euro ha perjudicado sus economías particulares.
El denominado “efecto redondeo” ha provocado una subida en los precios, aunque algunos se empeñen en demostrarnos lo contrario. Hay también un efecto psicológico: un euro parece muy poco en una primera impresión, casi instintiva, mientras 166 de las antiguas pesetas nos daban una idea más clara del valor de las cosas. Hay muchos aspectos cotidianos que reflejan esta sensación, por ejemplo, las propinas. Ahora damos un euro de propina, cuando antes dejábamos veinte duros, sin pararnos a pensar que ello supone más de un 60%.
Menos de un 2% de los encuestados señala que la introducción del euro les ha beneficiado. Supongo que en su mayor parte serán beneficiarios del redondeo. Más de la mitad de los madrileños piensan -pensamos- que debe mantenerse la doble información en los precios, en euros y en pesetas, para evitar confusiones, especialmente en personas mayores. No es sólo un problema de información, sino de comparación: con el doble precio el comprador sabe a qué atenerse.
Es indudable que, con el paso del tiempo, todos aprenderemos a hablar y pensar en euros. Pero la realidad es que hoy, cuando hablamos con los amigos del precio de los pisos, o de la entrada en los espectáculos, lo seguimos haciendo en pesetas. El euro se ha introducido en nuestros bolsillos con mayor rapidez que en nuestro pensamiento, aunque el proceso de adaptación sea irreversible. Al oído, el euro todavía nos sigue sonando mal. Hasta las voces de los niños de San Ildefonso, en el tradicional sorteo de Lotería de Navidad, nos parecían extrañas. Traducir los premios de euros a pesetas sigue resultando incómodo. Por eso creo que las calculadoras que convierten los euros en pesetas, y viceversa, van a tener su razón de ser durante bastante tiempo.