la atalaya/Rafael Gómez Parra
Políticos profesionales copan las listas del 26-O

La mayor parte de los cincuenta nombres que encabezan las principales formaciones que se presentan a las elecciones regionales del 26-O son políticos profesionales (ex diputados, concejales o miembros del aparato) o han ocupado cargos en las administraciones (ministros, secretarios de Estado, directores generales, consejeros, etc).
Salvo casos como los de Inés Alberdi, que es socióloga de la Universidad Complutense de Madrid, o Pablo Jiménez de Parga (Universidad Rey Juan Carlos), casi todos los candidatos que se presentan para salir elegidos el 26-O optaron hace tiempo por dedicarse y vivir de la política, olvidando en la mayoría de los casos sus anteriores profesiones, si es que llegaron a ejercer alguna, ya que varios de ellos entraron directamente desde la Universidad, como el propio Rafael Simancas. En el PP hay ex dirigentes de Nuevas Generaciones, como Juan Soler-Espiauba, que pasaron directamente de fundar la “Joven Derecha” en el barrio de Salamanca a diputado regional, tras un breve paso por la dirección del Colegio Mayor Marqués de Ensenada.
Esperanza Aguirre se subió al coche oficial a los 28 años, como subdirectora general de Estudios en el Ministerio de Cultura, justamente en la época de Ricardo de la Cierva e Iñigo Cavero, para convertirse en presidenta del Partido Liberal y hacer carrera en el Ayuntamiento de Madrid, donde pasó de la oposición, a teniente alcalde. Cuando Aznar tuvo que sustituirla por Rajoy al frente del Ministerio de Educación, no consintió en irse a casa, y hubo que forzar su entrada en la presidencia del Senado. De nuevo demostró su afición a la política cuando luchó con todas sus fuerzas frente a Gallardón para ser designada candidata a la Comunidad de Madrid, tras no lograr ser sucesora de José María Alvarez del Manzano.
Algo parecido le ha ocurrido a Matilde Fernández, ex ministra de Asuntos Sociales y candidata a la Secretaría General del PSOE frente a Zapatero en el año 2000. Ya se veía abriendo un despacho de psicóloga laboral, cuando los simanquistas y zapateristas le negaron un puesto en las listas. Recogió entonces sus bártulos de concejala de Madrid, donde ha sido el terror de Florentino Pérez, negándose a aprobar los convenios con el Real Madrid, y se marchó a casa, pero se lanzó de nuevo a la política en cuanto se supo la traición de Tamayo. Su recuperación, como número dos del PSOE, ha sido la sorpresa más importante del 26-O.
Pero, sin duda, los dos ejemplos más constantes de amor a la política lo constituyen los casos de Pedro Sabando en el PSOE y de Luis Eduardo Cortés en el PP. El consejero de Salud de los últimos gobiernos de Leguina aceptó en la anterior legislatura ser el número dos de Cristina Almeida (que ni siquiera era del PSOE) y en esta ocasión ha ido retrocediendo del número tres en el 25 de mayo, al número 5 en los comicios de octubre. Siempre en la brecha y siempre relegado.
Cortés llegó a soñar tras las elecciones de 1999 que iba a ser el sucesor de Ruiz-Gallardón, que le llegó a nombrar vicepresidente regional, aunque nunca le dejara ejercer como tal. Su gestión al frente de la Consejería de Obras Públicas, con la ampliación de Metro, dio la mayoría a Gallardón, pero éste prefirió la obediencia sin par de Manuel Cobo a la experiencia de Cortés, que tuvo que aceptar un número nueve en la lista de Esperanza Aguirre.