
O estamos locos o esto no es una crisis
De la euforia económica hemos pasado en pocos meses al pesimismo más total. Si a principios de 2007 se evocaba una España que crecía al 4%, que tenía un superávit histórico (ocultando que también una deuda exterior histórica), que se vendían más coches de lujo que nuca y que se construían 800.000 viviendas al año. Pocos meses después todo es negativo, a pesar que los más agoreros creen que la economía española seguirá creciendo en torno al 1.5-2,5% anual, o que en las pasadas vacaciones de Semana Santa todos los viajes concertados, los aviones, los trenes y las carreteras estaban agotados, llenos y repletos de atascos, respectivamente.
Se quejaba un alto cargo de un Ministerio español que ni la realidad de una subida desorbitada del gasoil, que ha superado en precio a la gasolina, ha retirado a un solo automóvil de las calles. A principios de mes, como ha ocurrido siempre, todo el mundo sigue sacando el coche y a mediados comienza a notarse un cierto descenso. En cualquier otro país, afirma el mismo funcionario, una subida tan brutal del diesel hubiese producido una protesta popular y mucha gente hubiera decidido dejar de usar el “tragaperras” del coche. Pero en España no. El consumo se ha reducido levemente, más debido a la disminución de los créditos bancarios que a la crisis, y hasta Mercadona, una de las cuatro grandes distribuidoras que controlan el mercado de la alimentación en España asegura que no ha bajado la compra de alimentos a pesar de la fuerte inflación que ha producido espectaculares subidas de los precios de algunos de los productos que más se consumen: leche, pan, hortalizas, etc, y que en otras épocas no tan lejanas hubieran provocado también manifestaciones o protestas populares.
O estamos todos locos o la crisis no ha llegado todavía a los ciudadanos, a pesar de que las hipotecas han subido una media de 100 euros al mes y con menos de 100 euros no se hace ya ninguna compra semanal de alimentos básicos. Incluso los datos del paro son todavía bastante aceptables, aunque a quien le toque evidentemente, ahora o hace dos años, lo sufre como la crisis más dura del mundo.
La idea tan difundida de que los españoles vivimos del crédito y de que todo el mundo se gasta el sueldo el primero de cada mes con pagar la hipoteca y la visa, tendría que haber quebrado ya simplemente porque se ha acabado hace meses la alegría con que los bancos otorgaban dinero a cuenta a sus clientes.
Es verdad que la bolsa ha bajado mucho en el último año, pero nada que ver con los pérdidas multimillonarias que afectaron a miles de inversionistas cuando estalló la “burbuja tecnológica” en el año 2000.
La crisis, por ahora, ha afectado, sobre todo a las grandes empresas inmobiliarias y de construcción que, aprovechando las grandes subidas del precio del suelo y de la vivienda, se habían lanzado a una aventura de crecimiento y de diversificación que habían hecho que en muchos casos su deuda con los bancos duplicara o triplicara el valor efectivo de la empresa.
Esa situación ha provocado que una gran parte de esas empresas que eran relativamente pequeñas y modestas hace menos de 10 años y que han crecido fantásticamente gracias a la subida de la vivienda, se encuentren con problemas muy serios cuando los bancos les han exigido más activos para responder a su deuda. Con el agravante de que la nueva Ley del Suelo obligó a revisar los valores de los suelos propiedad de las empresas y contabilizando el suelo rústico a su precio oficial y no al de su futuro transformado en urbanizable.
En la crisis actual, que haberla hayla pero financiera y no de crecimiento, todavía, hay también mucho de “ajustes de cuenta” entre inmobiliarias, bancos, constructoras y hasta fondos internacionales, demostrando que el dinero, como la energía, ni nace ni se destruye, sólo pasa de manos, y cuando unos ganan otros pierden.
¿Hasta dónde va a llegar esa crisis financiera?, solo diós lo sabe porque la economía no sabe de reglas ni de pronóstico. En parte se parece a los informes que hacen los meteorólogos cada día en televisión. Por un lado son uno de los espacios más vistos por los teleespectadores, pero también de los menos fiables y al final todo el mundo, antes de salir de casa, lo que hace es mirar por la ventana a ver qué tiempo hace.
El nuevo Gobierno de Zapatero que tomará posesión probablemente la próxima semana, bien haría en prever que la crisis financiera, que afecta a la vivienda y a la construcción, no se contagiara a la pequeña y mediana empresas, que sigue siendo el sostén del país. Asegurar créditos baratos y mantener los puestos de trabajo es la mejor manera de conseguir que los ciudadanos vuelvan a pensar en comprarse una casa y, sobre todo, que sigan consumiendo a un ritmo suficiente para mantener la demanda en los sectores básicos. El dinero que, de repente, ha desaparecido de los bancos, que antes lo ofrecían alegremente a los clientes, tiene que estar en algún sitio, no desaparece así como así.