
Ante un verano de terror
Navegaba Zapatero hacia la Carrera de San Jerónimo, dispuesto a convertir el debate en un ejercicio de imitación de aquel “España va bien” que hizo célebre a Aznar, cuando el terrorismo le puso en el camino una bandeja de carne para abrir el banquete. Un plato que no podía comer. Bajaba la calle convencido de que se trataba de un ejercicio de toreo de salón: unas verónicas al estilo aznarí, un aferrarse a las cifras de la economía como si las grandes cifras pudieran anular a los que desde la grada insisten en ver la feria arruinada y al diestro incapaz de organizar la lidia. Con dos o tres zarpazos, el terrorismo ha situado esta legislatura en el punto en el que comenzó. En 2004 hubo un cambio de Gobierno, y entró un ejecutivo dispuesto a desmantelar las dos grandes amenazas: la de ETA y la de Al Qaeda. Tres años después, podemos y debemos juzgar los criterios y la eficacia de la estrategia que hemos desplegado para terminar con esos dos focos de violencia.
El punto de partida ha sido el mismo en ambos casos: reconocer que tras el terrorismo hay razones que llevan a la solución violenta como forma de reparación de la injusticia. En el caso de ETA, Zapatero y sus asesores han cuajado la idea de que la banda es el último reducto de los tiempos del franquismo, y que en sus orígenes está el pecado original de legitimidad que arrastramos desde el levantamiento militar del general Franco. A la hora de contemplar el terrorismo de matriz islámica, el presidente peca del mismo lado que esa izquierda que sostiene que Occidente provoca miseria con su riqueza y que esa es la razón justa para difundir el Apocalipsis. Establecido ese principio, nuestro Gobierno se lanzó a ofertas de diálogo: propuesta de concesiones a ETA para provocar una primera tregua, y alianza de civilizaciones para justificar con retórica hueca un compromiso con el mundo islámico.
Ni una ni otra han conseguido resultados, más bien han animado a los terroristas a redoblar sus ataques contra quien no ha comprendido ni sus orígenes, ni sus propósitos, ni su naturaleza. Ni una ni otra nos han evitado muertes. ETA envió sus correos–bomba cuando vio que las buenas palabras de Zapatero no se concretaban en fechas y plazos. Enredado en la serpiente, el Gobierno volvió a tocar la puerta de los terroristas, para mendigar nuevos aplazamientos en el cobro de las deudas. Al Qaeda nos sigue atacando, en el Líbano, o en Yemen. En estas circunstancia, eludir el asunto como en el último debate es el síntoma más claro de que el gobierno está agotado.