FIRMAS

Le llamaban Metrosur

como la vida misma/Arturo Ruibal

Negocio Inmobiliario

Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Arturo Ruibal
Era un día largamente esperado. El profesor había preparado minuciosamente una excursión para que sus alumnos de Santa Derecha Mártir, colegio de gente bien que le llamaba Don Alberto, conociesen otras civilizaciones. "¿Iremos a Paris?", dijo en clase Esperancita Aguirre, alumna número uno en muchas materias. Don Alberto negó con una leve sonrisa de tímido.


"A mí me gustaría ir a Roma para ver al Papa", apuntó Zúñiga, que había superado con nota alta los últimos exámenes. Cada negativa silenciosa de Don Alberto era seguida por una nueva sugerencia: Guadalupe Bragado, tan guapa, confesó su pasión por Sevilla y su Semana Santa, Esteban Parro quería ir a La Moncloa para contemplar a Aznar "trabajando por España", José Luis Moreno prefería Canarias, pues, como su nombre indica, es un enamorado del sol, y Juan Barranco suspiraba porque les llevase Don Alberto a un parque temático. Pero nadie esperaba que el profesor, tras escucharles, les prometiese un viaje subterráneo lleno de aventuras. "Me juré que un día lo haríamos-dijo con voz trémula- y ahora, cuando voy a abandonaros, es el mejor momento: le llamaremos Metrosur". Los alumnos de Santa Derecha Mártir habían viajado a lugares lejanos, habían comido en grandes restaurantes con el profesor de Gastronomía y observado suculentos negocios en clases prácticas de Cómo Forrarse; pero nunca habían viajado bajo tierra, y la noticia corrió de boca en boca por aulas y salas de juegos, por campos de deportes y casas de ejercicios espirituales. "¡Cómo los topos!" Pues sí, como los topos y como los amores clandestinos, que nunca afloran.
Al colegio de Nuestra Señora de las Izquierdas llegó la noticia por un profesor que había coincidido con otro del Derecha Mártir en una academia de bailes de salón. Enseguida se organizó un alboroto, pues profesores y alumnos de este centro eran gente desaliñada, descreída, amiga del sexo y las manifestaciones, pero todos se habían reído de Gallardón, que así le llamaban aquí, cuando cuatro años antes había explicado, en una charla a la que había sido invitado, su decisión de organizar viajes subterráneos: un alumno de Móstoles, Jose Mari Arteta, mostró en voz alta su excepticismo y otro de Alcorcón, al que llamaban "el Cascalluela", se mostró claramente en contra, secundado por el leganense Pérez Ráez y el fuenlabreño Quintana, por citar gente del sector más templado, pues los Gregorio Gordo, Robles y demás componentes del grupo autodenominado "Los hijos de Marx" negaron entonces el pan y la sal al profesor invitado; tan solo un alumno de Getafe, Pedrito Castro, tuvo entonces la lucidez de admitir que la idea era buena, aunque fuese de Gallardón y no de gente de su colegio. Este Pedrito siempre ha sido muy listo.
Total, que en Nuestra Señora de las Izquierdas no se hablaba de otra cosa y, tras violentas discusiones, una comisión de alumnos se entrevistó con Gallardón para manifestarle su deseo de sumarse a la excursión. "¿Cómo, los dos colegios juntos?", se preguntaba la gente. Sólo el organizador sonreía con orgullo: había reunido a los grandes rivales tras una idea. En Santa Derecha Mártir había cierto temor a un encontronazo, y hubo de ser Esperancita, siempre tan aplicada, quien dijese: "¿No somos liberales? Pues, hala, todos juntos bajo tierra. Y lo que haya de pasar, que pase."
La mañana era luminosa en la Casa de Campo, por cuya estación de metro despidieron la luz solar. Abajo les esperaban trenes diferentes para cada colegio y ya se preguntaban cual conduciría el organizador, cuando éste dividió su cuerpo en dos, cual nuevo Mesías, y mientras Don Alberto tomaba los mandos del tren que conduciría a los de Santa Derecha Mártir, el Gallardón manejaba a los de Nuestra Señora de las Izquierdas. Todos tenemos dos caras, pero nadie había logrado mostrarlo de modo tan convincente.
Y comenzó el viaje. Pasaron bajo Cuatro Vientos y Alcalde Joaquín Vilumbrales para llegar a Puerta del Sur, donde un profesor interino de Nuestra Señora de las Izquierdas llamado Simancas criticó la excursión y prometió organizar otra mucho más completa cuando gane en propiedad su actual plaza: "Entraremos bajo Alcorcón y saldremos bajo Leganés o Getafe", dijo en tono desafiante a Gallardón, que en ese momento hizo piafar el convoy. Desde el otro tren gritó Esperancita: "¡Simancas, capullo!", apelativo que desconcertó mucho al interino y tiño de rubor las mejillas de la colegiala. Instantes después subieron a la superficie de Alcorcón, donde les aguardaba una representación del Ayuntamiento y el coro de la Tercera Edad, que interpretó la habanera "Arrieritos semos". Los viajeros fueron obsequiados con objetos de alfarería y el alumno Zúñiga recitó un poema, del que es autor, titulado "Mamá, quiero ser rico". En Móstoles hubo también recepción y el alumno Jose Mari Arteta arremetió inesperadamente contra la excursión, que calificó de derroche, porque deja hipotecado al colegio, y de poco útil, pues la mayoría de los alumnos prefieren viajar de Madrid a un pueblo del Sur y viceversa, pero no de Móstoles a Fuenlabrada, por ejemplo. Su proclama tuvo seguidores, pues Pérez Ráez se lamentó de lo costoso que será mantener este tipo de viajes y "el Cascalluela" acusó a Gallardón de hacer una excursión muy por encima de las necesidades, cuando éstas son tantas. Guadalupe Bragado les llamó envidiosos y se organizó un guirigay que Gallardón cortó al pedir silencio: "Estamos construyendo el esqueleto de una nueva ciudad. Por una vez los profesores toman iniciativas que van por delante de lo que piden los alumnos, que viajarán cada vez más entre los diferentes pueblos y ciudades del Sur; hasta ahora no lo hacían, o lo hacían poco, porque no tenían buenas comunicaciones. Hemos abierto un cauce, y por él fluirán los viajeros". Unos no le entendieron y otros no quisieron entenderle, aunque los estudiantes de Santa Derecha Mártir pusieron los ojos en blanco cuando él les prometió que, al hacerse mayores, también ellos podrían organizar excursiones como ésta y comer angulas gratis.
El viaje continuó con varias paradas en Fuenlabrada, donde el alumno Quintana hizo una demostración de fe en lo imposible al asegurar que el Atlético será pronto campeón de Europa, y continuó por Getafe; ahí asistieron a unas carreras de candidatos en la calle Madrid y visitaron el edificio del Ayuntamiento, donde pronunció unas extrañas palabras Pedrito Rico, vecino de la ciudad: "este edificio, este despacho, me suenan como a de toda la vida." En Leganés fue Pérez Ráez el que contestó a la recepción de las fuerzas vivas, pero no lo hizo con unas palabras sino por señas. Gustó mucho.
Hubo otras situaciones divertidas y alguna muy emocionante, pero baste señalar que al regresar a la Casa de Campo tras cuarenta y tantos quilómetros de viaje subterráneo ya no había alumnos de dos colegios rivales sino un grupo único de amigos; incluso Esperancita y Pedrito Castro se decían piropos. Todo, naturalmente, bajo la mirada vigilante del organizador, que una vez a cielo abierto unió sus dos cuerpos en uno solo ante la admiración general: ya no era Don Alberto ni Gallardón sino el candidato Ruiz.