Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Está en el cargo por accidente. Si hace 27 años alguien hubiera dicho a Nuri al Maliki que un buen día daría la orden de ahorcar a Sadam Husein, este doctor en Literatura con aspecto de contable que hoy ejerce de primer ministro en Iraq hubiera pensado que le tomaban el pelo.
En 1980, hacía sólo un año que Sadam se había aupado a la Presidencia y había empezado a hacer de las suyas. Los militantes chiíes como Maliki estaban condenados a muerte y se escondían bajo las piedras o corrían como alma en pena tratando de escapar al extranjero.
Maliki se refugió en Irán, cambió de nombre para proteger a los familiares que había dejado en Babilonia y se dedicó a conspirar. Sin mucho éxito, porque rara era la conjura que los agentes del sátrapa no desvelaban, antes de convertir en pulpa a los conspiradores. Hasta que los norteamericanos derrocaron a Sadam, consumió sus días dando entrevistas y firmando comunicados. En 2003 retornó a Bagdad.
Su carrera política fue vertiginosa. Primero, como diputado, fue uno de los redactores de la Constitución. Después, fue nombrado Presidente de la Comisión de Seguridad, donde ganó fama de enérgico. A mediados de 2006, cuando kurdos, suníes y buena parte de los chiíes se opusieron a que su jefe en Dawa, el incompetente Ibrahim Al Yafari, fuera reelegido Primer Ministro, alguien propuso su nombre, como figura de consenso. Maliki asumió el cargo prometiendo mano dura con los terroristas y mano tendida a todos los grupos étnicos y religiosos. Todavía no han transcurrido ni ocho meses de ese día y la triste realidad es que sólo ha cumplido la mitad de su juramento. Esta siendo implacable, pero con todos los que no son de su credo religioso.
No hay mañana que los camiones de la basura que recorren Bagdad, no topen en alguna cuneta con unas docenas de cadáveres maniatados, con signos de tortura. La macabra cosecha es constante y todo apunta a que los matarifes operan con el consentimiento del Gobierno.
Hace unos días, después de reconocer que en Iraq ha cometido serios errores y asumir plena responsabilidad por ellos, el presidente Bush habló por videoconferencia durante más de dos horas con Maliki. El iraquí prometió la celebración inmediata de elecciones provinciales, una ley del petróleo y el desarme de las milicias, incluidas las de su aliado, el clérigo Múqtada al Sáder. Promesas hechas anteriormente, pero no cumplidas por miedo a enfrentarse a Al Sáder, cuyos 30 diputados pueden derribar al actual Gobierno. Lo nuevo es que, por primera vez, Bush le ha dado un plazo a Maliki. Si en agosto no se han puesto en vigor las medidas prometidas, la Casa Blanca le retirará su apoyo.