FIRMAS

El Rey y la Constitución

Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Colocar el tradicional discurso navideño del Rey en posición de disparo hacia uno de los dos grandes partidos políticos de este país es una solemne estupidez. Estupidez que aumenta en tamaño y baja en solemnidad cuando se quiere ver en las referencias reales a la Constitución un ataque al Ejecutivo de Rodríguez Zapatero, cuando de negociaciones con ETA se trata. Por una simple, conocida y reiterada costumbre que contempla esa misma Constitución: todas las intervenciones públicas y políticas de Su Majestad pasan previamente por el filtro del Gobierno. Así ha sido desde los tiempos de Adolfo Suárez y así seguirán en los próximos años. Y ningún presidente se tira piedras a su propio tejado.
Las palabras de don Juan Carlos han sido mucho más de lo mismo que en anteriores ocasiones. Si se ha referido a nuestra Carta Magna como el único campo de juego posible para cualquier conversación, negociación, pacto o intercambio con la organización terrorista dentro de un proceso de final definitivo de la violencia, sólo se explica por la propia y reiterada voluntad de La Moncloa de insistir en ese punto. Nadie puede creerse, ni plantear seriamente, que Zapatero, sus ministros o sus negociadores con la banda estén pensando en saltarse las normas legales que rigen para todos. Otra cosa bien distinta es que en el campo de juego de la Constitución, unos quieran situarse en la banda izquierda y otros en la derecha. Nadie fuera de los límites.
Nuestro Rey, por emplear un dicho muy popular y muy exacto es “perro viejo”. Se las sabe todas. Ha “lidiado” con personas y dirigentes tan distintos en su formación, talante y visiones de España y su entorno como Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar y Zapatero, por no hablar de unos cuantos presidentes autonómicos, unos cuantos alcaldes, otros tantos generales y otros tantos financieros y empresarios de primer orden. Y eso sólo en el plano interno, que en el externo ya ha conocido a casi una decena de presidentes norteamericanos, el mismo número de dirigentes soviéticos y rusos…chinos, franceses, ingleses, alemanes, iberoamericanos. Sólo hay un mandatario que le gana en tiempo en el poder ,y está en las últimas: Fidel Castro. Y la experiencia de éste nada tiene que ver con una democracia basada en las urnas y en la competencia abierta y sin exclusiones de los partidos.
Esa acumulación de experiencia bien empleada, sabiamente utilizada, astutamente equilibrada, oportunamente puesta en valor nos ha venido bien a todos los españoles. En los momentos más duros como el 23-F o los atentados del 11-M, y en aquellos más suaves y beneficiosos como la entrada en Europa, la consecución de las Olimpiadas o la firma de los acuerdos de Madrid entre Israel y los palestinos.
Don Juan Carlos ha navegado por encima de sus propias crisis e incluso por encima de las crisis de su familia. Con bastante discreción y acierto. Con ayuda de los medios de comunicación, sin duda, pero esa “ayuda” se la ha sabido ganar, y nada indica que la Monarquía pueda perderla mientras él esté al frente. Su hijo, el Príncipe, tiene que ganársela, ya que en eso no es hereditaria, y en ese camino tal parece que sus medidos pasos le conducen por la ruta adecuada, al margen de algún que otro traspiés pasajero y polémico. La sustitución de liderazgos no es nada fácil en ningún campo y menos cuando del Jefe del Estado se trata. Don Juan Carlos y Don Felipe no son lo mismo, lo cual es bueno, y todos tendremos que acostumbrarnos a las diferencias, incluidas las de las personas que están más a su lado.

La dinastía Borbón está más que asegurada y las dudas acerca de los necesarios cambios constitucionales para acabar de forma definitiva con los restos de la “Ley sálica” en nuestro ordenamiento jurídico no deben entorpecer la marcha de la institución, en cuanto a una lenta pero imparable mayor presencia de Felipe de Borbón en la vida política con mayúscula, como única forma de no convertirlo a él y a su familia en unos eternos asistentes a actos protocolarios, con una sensación creciente en la ciudadanía de ineficacia y holganza. Y en otro orden de cosas: si la primogénita de los Príncipes de Asturias, Leonor, va a tener una hermana dentro de unos meses, las prisas por los cambios han desaparecido y una buena ocasión para reformar la Constitución podría ser la de las propias elecciones generales, ya que el cambio normativo – que será más amplio – conllevará la disolución de Las Cortes y la cita con las urnas.
Esta España que conocemos y que tan poco se parece a la de 1975, cuando el Rey asumió la Jefatura del estado, va a seguir cambiando. Nos guste más o nos guste menos, queramos aferrarnos a aquello que nos ofrece mayor confianza y que casi siempre coincide con el pasado y las vivencias que cada uno ha acumulado en su vida, o nos atrevamos a asumir el futuro con la seguridad de que será mejor, si somos exigentes con nuestros gobernantes y si somos decididos en las reformas que hay que hacer.
Ya somos un gran país. Hemos demostrado que podemos ser un gran pueblo, mezcla de muchas cosas. Algunas debemos defenderlas con energía y firmeza. Por ejemplo: la unidad que a trancas y barrancas nos ha servido para estar donde estamos tras más que quinientos años de ejercerla de muy distinta manera, pero siempre sin rupturas. Por ejemplo: la ambición de futuro, sin límites, sin añoranzas, sin complejos; la solidaridad para enfrentarnos a las adversidades y acoger y prestar ayuda a los que nos la demandaban.
Y así que cada uno ponga en su mente y en su corazón para este 2007 que está a la vuelta de la esquina las virtudes que más crea que atesoramos e intente desterrar en su vida diaria los vicios que arrastramos.



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