Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Para el presidente del Gobierno y ante seiscientas personas que asistíamos al multitudinario desayuno, España está mejor que nunca, respira prosperidad por los cuatro costados y en el inmediato futuro sólo nos espera la felicidad de las cosas bien hechas. Para el presidente del PP y lider de la oposición esa misma España está a punto de romperse, nada funciona como debería y en el inmediato futuro nos espera el infierno.
Zapatero y Rajoy tienen dos formas de ver España. Y los dos representan junto a sus formaciones políticas a casi el 90% del electorado en su plasmación parlamentaria. De ahí cabría deducir que las dos Españas que nos han acompañado a lo largo y ancho de los dos últimos siglos (por lo menos) siguen vigentes, con sus portavoces más que dispuestos a ahondar en las diferencias más que a buscar las similitudes o puntos en común, que son muchos.
Nos unen más cosas que las que nos separan a los 45 millones de habitantes de este país. Desde Gerona a Cádiz y desde Finisterre a Cabo de Gata. Nos une la historia (por la que hemos pasado de la mano de tartesos, romanos, fenicios,visigodos, árabes y cristianos varios), la cultura (en una u otra lengua), la religión (se practique o no) y el esfuerzo común en aventuras como la de América o la de la propia Europa.
Nos separan los políticos. Es la minoría dirigente la que se preocupa y ocupa de establecer las diferencias, de romper los lazos de unión, de buscar su propio y singular protagonismo en la individualidad de los territorios frente a los otros, en lugar de mantener, extender y crear viejos y nuevos vínculos entre el conjunto de los españoles.
No son los catalanes como pueblo los que quieren y buscan diferenciarse, alejarse y separarse de la España común. Ni siquiera son todos sus políticos. Son una minoria que ha encontrado en el discurso rupturista y en el agravio permanente su propia razón de ser y de existir. Y que juegan con unos votos que no se les dieron para esa utilización bastarda que pretenden. Ni lo son los vascos, ni los gallegos, ni los valencianos que pueden reclamar y defender con razón y legítimo orgullo que poseen una segunda lengua, que no cultura, que esa es la misma en razón de que procede de las mismas raices, que les enriquece a ellos y al resto de los españoles.
Ese es uno de nuestros actuales males y de los males viejos. Confundir cultura y lengua, lengua y nación, pueblo y política. Existe una cultura española desde hace dos mil años, que se ha ido expresando en latín, en árabe, en castellano viejo, en catalán, en vasco, en gallego y hasta en castuero y andaluz, que también existe. Y que se ha extendido, creciendo y nutriéndose en el otro lado del Atlántico en su mestizaje con las culturas existentes en América.
Las dos Españas que nos presentan cada día los dirigentes políticos son sus dos Españas. No es la nuestra, la que tenemos, vivimos y percibimos el 90% de los españoles. Me resisto a que me impongan esa versión. Me opongo a esa versión, a ese blanco y negro, a esos recelos hacia los vecinos, a esa simplificación de buenos y malos, rojos y azules, nacionales y nacionalistas que tanto daño nos ha hecho y nos hace.
Que Zapatero y Rajoy y el resto de los suyos dejen de mirarse el ombligo, dejen de pensar en votos y en poder. Nada malo hay en cambiar las leyes, todas las leyes, incluida la Constitución. Pero hay mucho de malo en querer hacerlo por imposición. Tan malo como creer que el poder se alcanza para siempre. Y tan malo como no aceptar las derrotas y apelar de forma constante a las conjuras del adversario para no aceptar e indagar en los propios errores.
Ni Zapatero va a romper España, ni Rajoy es un ultramontano representante de la carcundia histórica de este país. Los dos son circunstanciales en su liderazgo, por más que el primero se crea en situación y posición de liderar una segunda Transición democrática que deje a un lado los condicionantes de la primera, que los tuvo y muchos desde el momento en que el franquismo y los demócratas aceptaron convivir y evolucionar sin que nada se rompiera; y el segundo no sepa como encerrar en el baúl de los recuerdos la inesperada derrota del 2004 y a sus responsables y liderar la renovación que el centro derecha español reclama como mecanismo necesario del equilibrio democrático.
En este 2006 el PSOE celebrará en junio un gran cónclave y el PP realizará en marzo su convención. Dos estupendos momentos para que Zapatero y Rajoy miren a la única y plural España y lancen el mejor de los slogan: España somos todos.
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