Alfonso Rojo
Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Tiene aspecto despistado y un cuerpo pequeño, pero esconde en el pecho un alma de acero y lleva dentro de la cabeza un cerebro privilegiado. Francisco Santos, “Pacho”, para sus parientes y amigos, es el vicepresidente de Colombia. Anda por España, justo en estos días, cuando se cumplen 15 años de la tarde en que Pablo Escobar, temible jefe del cártel de Medellín, lo secuestrara.
Pacho pasó ocho meses encadenado a una pared, como un perro. Forzado por Escobar, escribió al presidente de la República pidiéndole que hiciera lo posible para conseguir su liberación y la de los miles de colombianos sometidos a torturas similares, pero en su carta recordaba al primer mandatario de la nación que tenía la obligación inexcusable de cumplir y hacer cumplir la legalidad constitucional.
Antes de atrapar a Santos, el capo de la cocaína recurrió a todo tipo de tretas para forzar al Gobierno a modificar las leyes que permitían extraditarle a Estados Unidos. Llegó a ofrecerse para sufragar la deuda exterior de Colombia. El calvario de Francisco Santos inspiró a Gabriel García Márquez, para escribir “Noticia de un secuestro”.
Estos días volví a verle, después de muchos años y le pregunté que sentía cada vez que escuchaba calificar de “guerrilleros” a los que le secuestraron. Creí que me iba a decir que se le revolvían las tripas, pero respondió que las cosas “están cambiando”. No deja de ser una triste paradoja que llamemos “terroristas” a los que asesinan aquí y guardemos un término tan poético para los que asesinan allí. “Mi secuestro me llevó a ser lo que soy”, suele decir Francisco Santos.
La verdad es que en cuanto recuperó su libertad, en 1991, “Pacho” se lanzó a la tarea de darle un vuelco a Colombia. Creó organizaciones como “País Libre” y “No Más”. Hasta puso en circulación el lazo verde, como protesta ciudadana contra los secuestros. Logró que la gente saliera por millones a las calles a expresar su hastío y su desesperada ansia de paz. A raíz de una de esas multitudinarias manifestaciones, los de las FARC quisieron matarlo y tuvo que marcharse a España. Cuando Álvaro Uribe le pidió que volviera e hiciera pareja electoral con él, hubo mucha gente que se extrañó.
A pesar de ser vástago de la más rancia oligarquía colombiana, Pacho siempre había tenido un toque “progre”. Su gran virtud es esa, que ni ser hijo de ricos ni el espíritu izquierdista le han hecho perder nunca la perspectiva. Es de los que defiende a capa y espada la política de combate frontal contra la narcoguerrilla. También es de los duros en el lacerante problema de los secuestrados. En Colombia, más de 2.000 personas permanecen secuestradas -el 70% en manos de narcoguerrilleros-. Las FARC y hasta el Gobierno quieren un canje, pero Pacho tiene muy claro que no se pueden cambiar a la ligera terroristas condenados por inocentes retenidos contra su voluntad.