Luis M. Lianes
Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Los sucesivos gestores de La Caixa siempre han vendido que el éxito de su gestión es la independencia del poder político. Los de ahora y los de antes. Pero los lazos de la caja catalana con ese mismo poder han sido muy estrechos históricamente. Lo fue en los veintitantos años del pujolismo con el dúo Samaranch-Vilarasau y lo es ahora, con Ricardo Fornesa, un hombre elegido para pilotar la transición ante las lógicas ambiciones de Isidre Fainé y Antonio Brufau, los delfines del anterior presidente, y que le ha cogido gusto al cargo al que llegó desde la presidencia de Aguas de Barcelona. Fornesa no dudó en apoyar al tripartito catalán, ni dudó en mostrar su sintonía con la victoria de Rodríguez Zapatero el 14 de marzo de 2004.
Viejo zorro de la política empresarial catalana vió llegar el cambio y apostó con fuerza, sabedor de que las recompensas no tardarían en llegar. Y no han tardado, aunque La Caixa y sus máximos ejecutivos aspiran a mucho más.
De hecho, las grandes operaciones y los movimientos estratégicos de La Caixa siempre se han atado con esos lazos. Fue Narcís Serra, entonces vicepresidente del Gobierno de Felipe González, quien llamó a Vilarasau a La Moncloa para invitarle a participar en los núcleos duros de las empresas públicas que entonces estaban en la lista para ser privatizadas. Y ahora que se ha vuelto la tortilla ha sido José Montilla quien ha dado todo su apoyo a Fornesa, por ejemplo, para quitar a Cortina de la presidencia de Repsol y poner a Brufau. Tampoco con el PP les fueron mal las cosas, si bien es cierto que Rato se alineó con Cortina –por algo son amigos- para frustrar la OPA de Gas Natural sobre Iberdrola en 2003.
Lo cierto es que esa independencia política de La Caixa nunca ha sido tal porque, al final, todas las decisiones de calado que afectan a sus participadas siempre se han dilucidado en el terreno político. Esto es así aunque sólo sea porque sus principales participaciones lo son en empresas que operan en sectores regulados, como el del gas, la electricidad, las telecomunicaciones o las concesiones de autopistas.
La Caixa controla el 12,5% de Repsol, porcentaje suficiente para quitar y poner presidente, como ha demostrado con Alfonso Cortina. Su destitución fue el acuse de recibo a su oposición a los planes de Brufau para que Gas Natural se comiera a Iberdrola. Una sustitución pactada y bien “pagada”, ya que Cortina preside desde entonces, al menos de forma nominal, Inmobiliaria Colonial, si bien la gestión sigue en manos del equipo de Brugera.
Ahora, el paso siguiente del trío Fornesa-Fainé-Brufau es la concentración energética, es decir, la integración de Gas Natural, Endesa y Aguas de Barcelona. De Gas Natural controla el 34,5%; de Endesa, el 5% y de Aguas de Barcelona, un 23,1% (además, posee también el 1,5% de la francesa Suez, con la que mantiene alianzas estratégicas). Sin embargo, el trío que manda en La Caixa rehusa pronunciarse en público sobre esos planes, aunque sobre la mesa de Fornesa hay un dossier elaborado por un banco de inversión que recomienda vivamente la integración. De momento, esa integración no es posible porque antes hay que modificar el mapa energético español y, en mayo, sustituir al presidente de la Comisión Nacional de la Energía, Pedro Meroño, nombrado por el PP. En todo caso, para ese momento Fornesa tiene a Montilla, presidente de los socialistas catalanes y nexo de unión entre Maragall y Zapatero.