Raúl Heras
Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
El presidente del Gobierno tenía siete años cuando los estudiantes de La Sorbona levantaron los adoquines de París y convirtieron la capital francesa en el escaparate revolucionario de una generación que deseaba conquistar la utopía. Aquel 1968 nuestra Massiel proporcionaba al Régimen un gran regalo internacional con el triunfo en Eurovisión y la editorial Plaza y Janés llevaba a las librerías uno de los títulos emblemáticos de esa década: El desafío americano, de Jean Jacques Servan Schreiber, el escritor, periodista y héroe de guerra que había fundado la revista L’Express “llevado por la cólera” que le había producido ver cómo la Asamblea francesa se mostraba indiferente ante el duro alegato de Pierre Mendes France contra la guerra de Indochina, la envenenada herencia que los franceses dejarían en Vietnam a los Estados Unidos.
El desafío colocaba ante los ojos de los europeos la batalla que se estaba librando a todos los niveles, desde el político al sociológico, entre los Estados Unidos y la ya vieja Europa, una batalla que se estaba perdiendo por la rigidez de los esquemas en que se movían tanto las instituciones como los partidos. En España, Servan Schreiber se presentó en la Universidad madrileña con un aire netamente americano, en mangas de camisa, y comprobando que los mensajes que en Francia pasaban por ser radicales y teñidos de izquierda liberal, en nuestro país eran recibidos por la parte más activa y progresista de la sociedad como provenientes de una derecha civilizada y democrática, muy en la línea de lo que años más tarde representaría el pequeño partido de Joaquin Garriguez Walker.
Es posible que Rodríguez Zapatero no haya leído el libro, que visto con la perspectiva de más de un cuarto de siglo, ha perdido toda su carga de provocación pero no su visión del choque entre USA y Europa y la necesidad de que el Atlántico se convierta en un mar común y de unión, y no en un abismo de agua en el que naufraguen las mejores ideas y los mejores propósitos en defensa de una forma de democracia que hoy está en peligro. Una amenaza que no proviene sólo del terrorismo y la violencia de carácter religioso, sino que hunde peligrosamente sus raíces en el miedo colectivo ante lo que se considera extraño en un mundo cada vez más peligrosamente globalizado. Y utilizo lo de peligrosamente al ver cómo desde algunas esferas económicas y políticas se intenta utilizar el concepto de mercado mundial –válido realmente para las grandes compañías multinacionales – en forma de ariete contra los progresos sociales de las últimas décadas. Se trataría de “igualar” la competencia entre el Primer y el Tercer mundo por abajo, introduciendo correctores laborales en Europa que no serían posibles si no se hubiera trasladado la producción fabril a países con menores costes salariales y sociales; y si no hubiese desaparecido el Muro de Berlín, que bien desaparecido está pese a que muchos alemanes occidentales se estén arrepintiendo de su caída, cumplía un papel de delicado pero patente equilibrio dialéctico entre el llamado bloque socialista encabezado por la extinta URSS y el bloque capitalista que comandaba y comanda Estados Unidos.
El provocador y comercial título de Servan Schreiber bien puede utilizarlo ZP con una pequeña corrección: en lugar de El desafío americano, nuestro presiente puede colocar El desafío al americano. Si la actitud del polémico escritor y periodista francés – que duro apenas trece días como ministro – no incomodó nunca a la Administración de Washingtón; la del inquilino de La Moncloa no deja de enervar los ánimos del Gabinete Bush, hasta el punto de parecer que busca con ahínco cada momento y cada oportunidad en la que atacar de frente la política internacional de la Casa Blanca. Lejos de buscar puntos de encuentro y concordia, Zapatero y su titular de Exteriores, Moratinos, aceptan cada uno de los envites y hasta se permiten algún que otro órdago a la chica que debe dejar a Condolezza Rice al borde de la histeria. Haciendo suyo el viejo refrán de “si no quieres caldo, dos tazas “, España se coloca junto a Francia y Alemania y se aleja de Gran Bretaña e Italia, con los que durante el mandato de José María Aznar conformaban el tridente de USA en Europa; entabla un nuevo diálogo con el siempre complicado vecino del sur, Marruecos; y retoma una posición en la América del Sur allí donde más le puede doler al único pero también renqueante Imperio: la fotografía de Zapatero y Lula junto a Chávez y Uribe es la mejor de las pruebas.
Con el paso de los meses el presidente del Gobierno está demostrando que sí tiene una política exterior. Guste más o menos, se considere acertada o desacertada, viable o peligrosa, la España del socialista ZP quiere jugar su propia partida en la esfera internacional, muy distinta, totalmente distinta de la que jugó su antecesor. Y si la que nos llevó a participar en la guerra de Irak tenía sus riesgos, ésta también los tiene. Las dos con sus ventajas correspondientes. La comprobada suerte política del presidente puede que hasta le haga ganar esta batalla al convertirse en el incómodo pero necesario “amigo” que necesite Washingtón en los próximos meses. No es que George Bush vaya a invitar a Rodríguez Zapatero a su rancho, ni que no disfrutara con un cambio de situación en España, pero tal vez su equipo de trabajo vea y compruebe que lo mejor y más realista es sentarse con Miguel Angel Moratinos y José Bono, apoyarse en el incombustible y práctico Javier Solana, y pactar el nuevo marco de relaciones, encerrando en el baúl de los recuerdos la guerra de las banderas, las soflamas sobre Irak y los silencios telefónicos.