El gusto, la admiración y el respeto por Miguel de Cervantes que sentía José Luis Rodríguez Zapatero quedaron reflejados ante la perplejidad de todos cuando, desde la oposición y como jefe de la misma, el hoy inquilino de La Moncloa aprovechó una de sus primeras batallas dialécticas con José María Aznar en el Congreso de los Diputados para defender la figura de nuestro primer y más universal novelista.
Debe uno entender que el actual presidente del Gobierno ha leído y releído “El Quijote” en todos sus episodios y que lo tiene casi como libro de cabecera, ya que en muchas de sus actitudes y declaraciones tal parece que siguiera el ejemplo de algunos de los protagonistas de la obra. Unas veces Alonso Quijano y otras Sancho Panza, siempre con su simpar Dulcinea al frente, el líder del PSOE está representando estos días uno de los episodios más caballerescos, ensoñadores y aparentemente inútiles del peregrinaje de don Quijote por la geografía manchega: el de la liberación de los galeotes.
Sitúa Cervantes a nuestro caballero a lomos de Rocinante, lanza en ristre, el precavido Sancho a sus espaldas, ante una cuerda de presos que se dirigen a embarcar para purgar sus culpas declaradas. Derrotados los carceleros y en huida ante el ataque de aquel al que consideran loco, los cautivos terminarán por dar en tierra con los huesos de su salvador cuando éste les exija que corran a postrarse ante su adorada dama de El Toboso. Desagradecidos pero prácticos, ya que la liberación les impulsa a correr en cualquier dirección menos en la que les señala el lector de Amadís de Gaula.
En ese papel de salvador de galeotes encaja el presidente Zapatero, si tenemos por tales a sus ministros y colocamos al vicepresidente económico como guardián de sus acciones. Todos o casi todos llevan meses haciendo pública declaración de sus intenciones, y encadenados con las argollas de sus promesas se encaminan a la Cartagena de los Presupuestos Generales del Estado con la esperanza de que la travesía parlamentaria sea lo más corta posible y los remos que empuñen lo más livianos. Bajo la mirada admonitoria, el látigo ejemplarizante y el hacha implacable del alguacil Pedro Solbes, los titulares de los ministerios “del gasto” sufren por los caminos, desde Jesús Caldera a José Bono, sabedores de la dureza a la que van a tener que enfrentarse a partir de enero.
Su aparente salvador, aquel que cada día les proporciona una brizna de esperanza para sus maltrechos bolsillos públicos, el “caballero” al que miran como libertador de doblones y maravedíes con los que llegar a la gratuidad de los libros, a comprar tres tanques y cuatro aviones de combate, contratar a más médicos, enfermeras y auxiliares para la agonizante sanidad pública, construir más viviendas a menor precio y más kilómetros de autovías y redes ferroviarias de alta velocidad y subir las pensiones mínimas a niveles de dignidad del inflacionista euro; ese “caballero de la triste figura” está en mitad del camino y, frase en mano, ataca al celador y le reta a “meter” más dinero en la partida de gastos e inversiones o emprender la retirada del campo de batalla.
Loco o cuerdo, posibilista u oportunista, Zapatero debe ser, es consciente de que no puede quitar a Pedro Solbes de la escena, y que desde Trabajo a Defensa, desde Defensa a Cultura, sus “galeotes” tendrán que aferrarse a los remos de la austeridad y purgar y lacerarse por unas promesas electorales y unos primeros gestos de gobierno que no podrán cumplirse. La Dulcinea prometida, la esperanza, la ensoñación que habita en ese Toboso que nuestro Quijote ha convertido en su Camelot particular no podrá recibir el tributo de agradecimientos de todos y al mismo tiempo. La brutal realidad de la economía y sus servidumbres así lo exige, salvo que Zapatero -que siempre esperó a ganar la gran copa de la política española, sin querer saber nada de las Ligas menores– pretenda enmendar la plana a Cervantes y no enfrente a Don Quijote con los molinos de viento y utilice, como el más cuerdo de los quijanos, el bálsamo de la deuda pública y el déficit presupuestario para abordar con nuevos bríos y más ansias de mayores victorias en las urnas una Legislatura corta en la que prime el interés partidista por encima del rigor, y, a semejanza de sus recientes invitados en La Moncloa, rompa los grilletes financieros de la super-Europa y deje para un segundo mandato el llanto y crujir de dientes.
Post Scritum: Sé que tengo que volver a leer con minuciosidad El Quijote, pues tengo para mí que en la obra de Cervantes están las claves de la gobernación de Zapatero.
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