Si al octogenario Manuel Fraga se le cerraban los ojos mientras Mariano Rajoy desgranaba con parsimonia galaica las poderosas razones que obligaban al PP a mantener al actual presidente de la Xunta como candidato al gran sillón de Santiago de Compostela en el año 2005, que no eran otras que las de evitar una posible derrota ante la evidente división que de Fraga hacia abajo sufre el PP gallego desde la salida de José Cuiña del Gabinete por la guerra interna suscitada con el propio Rajoy y las personas de su confianza; [...]
Y al presidente de la Generalitat valenciana le salían muy parecidas y poderosas las razones que le han llevado a efectuar cambios en su Gobierno ante el claro y mantenido deterioro de sus relaciones con su antecesor, Eduardo Zaplana, que han partido también al PP de esa comunidad en dos mitades, bien apoyadas desde Madrid por Angel Acebes y Carlos Aragonés, y con conexiones político-económicas que llegarían hasta las inmediaciones familiares de José María Aznar a través de su yerno, Alejandro Agag; el gran espectáculo, el gran aquelarre que en su traslación a la política significa la fiesta de los toros, con sus plazas de primera y de segunda, está en Madrid.
Aquí, en la capital del Reino, se hacen y deshacen carreras, se sube y se baja en el escalafón; y desde aquí se manda, y mucho, en media España. Y aquí, como en Galicia y Valencia, el PP está dividido, enfrentado en sus familias, sus ambiciones y sus expectativas de futuro. Como en los mejores tiempos de Arruza y Manolete, de El Viti y El Cordobés, de Ponce y El Juli, nuestras dos grandes figuras “comunales” dentro del Partido Popular son Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón. Los dos tienen genio, los dos quieren mandar más y ninguno ha puesto freno a sus sueños. Si el alcalde ha señalado en el pasado sus aspiraciones a La Moncloa, esas mismas aspiraciones las tiene en el futuro la presidenta regional. Si uno tiene en Manuel Cobo al mejor de sus “cancilleres”, la otra tiene en Ignacio González al más eficaz de sus capitanes; y si el primero quiso ser presidente del partido desde siempre, la segunda lo piensa ser desde el próximo congreso.
Sus aspiraciones pasan por una combinación de factores, de “faenas” preparatorias, que dependen en gran medida de lo que haga y decida Mariano Rajoy. El actual líder del PP está preso de una triple herencia: es el líder electoral designado por José María Aznar, al que todos aceptaron convencidos de que la victoria estaba asegurada y que la figura del político gallego integraba a los extremos que podían representar Rodrigo Rato, por un lado, y Jaime Mayor, por otro; perdió las elecciones más por la acción del expresidente y la política de comunicación del Gobierno en los días de los salvajes atentados del 11-M, pero las perdió y con esa derrota se diluyó una buena parte de su liderazgo; tiene que recomponer la dirección del partido, dotar a éste de una nueva línea argumental que recupere la imagen centrista que el PP consiguió en la segunda mitad de los años noventa, y evitar las divisiones internas que las ambiciones personales y la descomposición de la derrota han propiciado en toda España, más en unos sitios que en otros, pero de forma generalizada, congregando en torno a su persona un nuevo proyecto político para dentro de cuatro años. Y todo eso con un calendario electoral imparable y con un Partido Socialista dispuesto a encabezar, dirigir y realizar una “Segunda Transición” que cambie las actuales reglas de juego políticas, empezando con la reforma de la Constitución.
En ese escenario bastante taurino por las “cornás” que se producen, Aguirre y Gallardón no están dispuestos a ceder al oponente la más mínima de las ventajas. La única ventaja con la que cuentan los dos y con la que cuenta el propio Rajoy está en la figura del actual presidente del PP en Madrid, Pío García Escudero, un hombre colocado en esa posición por Aznar para evitar las luchas fratricidas, amigo personal de Rajoy y que ha sabido integrar a los adversarios, incluyendo a la hoy dispersa y un tanto huérfana “familia” de Rodrigo Rato, con el secretario general vigente, Ricardo Romero de Tejada al frente.
Si Rajoy decide incorporar al hasta ayer heterodoxo Gallardón a la dirección nacional para darle a ésta una imagen más centrista y exteriorizar el futuro del PP ante la sociedad española y los votantes, como vicesecretario general junto a Zaplana, Mayor Oreja y el propio García Escudero, más un rostro femenino que bien podría ser el de Loyola de Palacio; la “compensación” para Esperanza Aguirre no podría ser otra que la presidencia del partido en Madrid, con un nuevo secretario general pactado que asumiera la difícil tarea de engrasar de nuevo la maquinaria de los populares, y que debería ser alguien con capacidad integradora, dotes de negociación, buenas relaciones con los alcaldes del PP en la región y con experiencia en la gestión, pues de gestión, y no fácil, se trata. Nombres no faltan, desde Miguel Angel Villanueva a Juanjo Güemes o Anabel Mariño, los dos últimos personas afines a Rodrigo Rato y que podrían servir de comodines entre los dos grandes contendientes, sin olvidar a rostros menos conocidos y a algún alcalde en ejercicio que daría peso al cargo y a la función que debe ejercerse.
Presidenta y alcalde no pueden olvidar, por si no les bastara con sus aspiraciones internas en el PP, que el calendario electoral les pilla con el “tiempo cambiado”. Los comicios locales y autonómicos van por delante de los nacionales y los dos tienen que ganar en 2007 si desean mantener vivas sus ambiciones. Dentro de tres años el PSOE se lo va a poner mucho más difícil desde el ejercicio del poder en el Estado. Zapatero pondrá todo su empeño en “conquistar” Madrid por lo mucho de emblemático que tiene de cara al resto de España. Serán candidatos fuertes los que coloque el inquilino de La Moncloa en los puestos de salida y con posibilidades de victoria, lo que hará que sean pocos los que hagan ascos a la invitación. La política no descansa ni en vacaciones, y las de este 2004 estival y tormentoso se han acabado.
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