Esta españa nuestra/ Raúl Heras
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Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Sin saber el oficio de lecturas de Pascual Maragall y de Juan José Ibarretxe, y su amor o desamor por la vallisoletana lengua que iniciara Gonzalo de Berceo, sugiero a ambos que lean o relean la Cinco Horas con Mario de Miguel Delibes, quien, además de practicar el castellano antiguo y el español moderno, es cazador y caminante de rastrojos y trochas.
Ello pues el presidente de la Generalitat y el lendakari han estado ese tiempo, esas cinco horas, con un vecino de este nuestro Miguel y entusiasta lector de aquel otro que, a fuer de manco, describió con cinco dedos la realidad de España con la sabiduría de los hidalgos pobres y la listeza de los escuderos; y que responde al doble nombre de José y Luis. Las sogas con las que ambos dirigentes llegaron al palacio de La Moncloa en estos días de canícula insoportable, debían cumplir el principio básico de atenazar la futura estructura de España, y de amarrar sólidamente al jefe del Gobierno y líder del PSOE. Tanto el amigo y compañero como el adversario creyeron y creen que el esparto del nacionalismo logrará que la consensuada Constitución de 1978 se modifique en lo sustancial hasta convertir el viejo territorio de tantos encuentros y desencuentros, de tantas promesas y sueños rotos, en una suerte de federación de naciones y territorios en la que el vínculo institucional a plazo fijo y perenne sea la Corona. Una Corona con cambio obligado de cabeza, realizado éste cuando esté asegurada la continuidad dinástica con un heredero/a del heredero, y, a ser posible y deseable, mientras la izquierda nominalista gobierne en el país.
Me parece advertir en los gestos de teatralidad y tramoya y en el verbo del presidente Zapatero y de su ministro Sevilla, y en el silencio de los capitanes territoriales de Extremadura y Castilla- La Mancha, en otro tiempo tan belicosos, una suerte de tranquila confianza en el tiempo, ese elemento elíptico que todo lo calma y todo lo transforma. Zapatero no se ha comprometido a nada que no sea escuchar, hablar, hablar y hablar. Y dejar que sean Maragall y Montilla los que “centren” a Cataluña y al PSC ganando las próximas elecciones autonómicas por mayoría absoluta, destrozando a CIU, orillando a ERC y obligando al PP a asumir diferencias importantes con Madrid en el resto de las autonomías, en línea con lo que ya hiciera en Navarra y ha asumido hacer en Baleares, por no ir más allá en los ejemplos. Y dejar que sea Patxi López el que termine de deshacer el nudo gordiano que realizaron de forma conjunta Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo Terreros, hasta regresar al poder nunca ejercido en Vitoria mientras Ibarretxe, Imaz y el patriarca Arzalluz terminan de convencer a ETA de la inutilidad del terrorismo y la violencia, cuando han sido avasallados en la barbarie por el fundamentalismo islámico y la muerte sin carnet de identidad.
Si catalán y vasco leen la reflexión psicológica de Delibes descubrirán que ZP sí ha descubierto, y desde hace mucho tiempo, en nuestra Biblia política, la Constitución de 1978, lo que Carmen, la mujer de Mario no termina de encontrar en los textos sagrados mientras vela el cadáver de su marido. Está todo allí, entre las líneas, gritando y susurrando, reivindicando y aconsejando, descubriendo lo que hemos sido como pueblo y lo que queremos ser como estado, país, nación... y lo que no queremos que se repita o nos atemorice. Una cosa es segura desde la Concha a La Malagueta, desde el Ter al Guadalquivir: no queremos sogas. Está muy bien lo del millón de pasos, el hacer camino al andar, ese reconocimiento del Machado del exilio que Ibarretxe realiza sin saberlo, pues lleva los versos en esa parte de la cultura de todos a la que pertenece. Y está más que bien que el burgués republicano y tendero que habita en Maragall se complazca en regresar a Barcelona con el zurrón bien lleno de telecomunicaciones. A unos se les gana por el estómago y a otros por el bolsillo.
La acción del Gobierno se va a plasmar al regreso de agosto en la preparación, discusión y aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. El Gobierno está en minoría y necesita todos los votos de todos los socios posibles. Se los está fabricando el presidente con el gesto generoso y la palabra austera. Necesita Zapatero aprobar ese examen parcial de Legislatura para que, tanto el vicepresidente Solbes deje de ejercer de bombero, como para que la vicepresidenta Fernández de la Vega ejerza de controler político de sus compañeros de Gabinete y él pueda ajustar sus codos a la complicada asignatura de gobernar, que le ha pillado tan de sorpresa como al 99% de los españoles.
Desde septiembre el desgaste del poder comenzará su función. La mayor o menor corrosión hacia los ciudadanos ya no dependerá de lo que digan desde el PP de Mariano Rajoy, desde el CiU de Mas o desde los “entrañables demonios familiares” de las izquierdas estatales o nacionalista. Se cumpla la Legislatura al completo o se adelanten las elecciones en unos meses, como pronostica con interesada complacencia Eduardo Zaplana, lo que ocurra en ese futuro y en las urnas dependerá de lo que cumplan o descumplan los distintos ministerios. Las primeras señales de que así lo han entendido están en sus silencios. Tras la orgía de acelerones con marcha atrás, el mutismo estival se ha adueñado de ellas y ellos. La asignatura aparentemente imposible es la de la televisión pública, pero las cosas tan evidentes siempre ocultan la única razón posible: la Uno y La 2, se venden.