Raúl Heras
Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
El agridulce sabor del empate europeo con el ya nuevo Partido Popular de Mariano Rajoy no le va a impedir al presidente del Gobierno consagrarse de forma definitiva al frente del PSOE. José Luis Rodríguez Zapatero está acostumbrado a ganar por la mínima y en el tiempo de descuento, pero de forma inapelable.
Lo hizo en el anterior congreso federal de los socialistas, lo repitió en las elecciones generales, logró lo mismo en las europeas y se dispone a iniciar la toma del control interno del partido con la misma parsimonia.
Su subida al Olimpo y a la pequeña historia está asegurada. Es el primer político que logra acceder a La Moncloa sin las dos derrotas que hasta ahora eran preceptivas, y por las que tuvieron que pasar tanto Felipe González como José María Aznar. Logrado ese objetivo, y con la dureza de las tareas de la gobernación ya en sus bolsillos, Zapatero –que es mucho más duro de lo que aparenta, y más friamente calculador de lo que sus adversario de dentro y fuera le adjudican– ha dejado a José Blanco en la estructura del socialismo para que cambie la actual correlación de fuerzas en todas aquellas federaciones que sea preciso.
Si tras el éxito inesperado del 14-M nadie le va a disputar el liderazgo, de lo que Zapatero y su núcleo duro son conscientes es de que en el interior del PSOE mandan, y mucho, los barones. Más en unas autonomías que en otras, pero alejados todos ellos del eje central que pasa por los despachos de la madrileña calle de Ferraz. Basta con repasar los principales escenarios para darse cuenta de ello: en Cataluña existe una bicefalia entre Pascual Maragall y José Montilla, que no para de recordarle los favores pasados, con el propio PSC reivindicando su añorada independencia del inicio de la transición política; en Andalucía, la autoridad de Manuel Chaves (con Gaspar Zarrias en la trastienda) no admite dudas; lo mismo ocurre en Castilla-La Mancha con los pactos de compañeros y amigos que existen entre José María Barreda y un José Bono que no pasa por sus mejores momentos, tras los sucesivos deslices cometidos en el Ministerio de Defensa, y que está intentando tapar la metedura de pata de la medalla con la total ayuda a las familias de las víctimas del Yakolev.
Zapatero y Blanco lo tienen mucho más fácil en Castilla y León, en Cantabria, en Galicia, en La Rioja y en la Comunidad Valenciana, en la que los liderazgos internos son débiles y los cambios necesarios no pondrán en peligro los mínimos niveles de unidad exigibles a un partido que gobierna. Con todo, la gran asignatura siempre pendiente es Madrid. La FSM ha sido un sarpullido para los distintos secretarios generales, tanto por su situación en el centro de todos los escenarios políticos, como por las divisiones internas y los precarios equilibrios entre las dos grandes familias o corrientes: los renovadores y los guerristas, con las subdivisiones hacia el infinito que las ambiciones personales han propiciado, sobre todo tras el triunfo de la actual Ejecutiva en el año 2000.
El presidente del Gobierno nunca tendrá el poder supremo de que ha gozado José María Aznar en el PP; ni podrá ejercer la autoridad de que hizo gala Felipe González en el PSOE. Es posible que no pretenda ninguna de las dos cosas, y que, por convencimiento y talante personal, sepa, asuma y haga virtud del consenso. Sólo en el tiempo futuro, con el cambio generacional, podrá aspirar –si se mantiene en el poder del Estado– a que su autoridad y su poder confluyan y signifiquen en la práctica lo mismo. Hoy, tanto desde La Moncloa como desde Ferraz, está obligado a pactar, a pactar y a pactar. Con una peligrosamente declinante Izquierda Unida y con una Esquerra Republicana con fijación independentista, en lo exterior. Y con compañeros tan duros y experimentados como el propio Bono, Chaves, Rodríguez Ibarra y Areces en el interior del partido.
El líder leonés siempre ha contado con el apoyo vigilante de Felipe González y mantiene una relación personal muy fluida con Alfonso Guerra. Esa equidistancia le proporcionó la victoria en el anterior congreso y le está permitiendo moverse entre la urdimbre de unos dirigentes y una militancia que saborea las mieles del triunfo, pero que no le otorga al completo los méritos de la victoria. Necesitará refrendarla en los futuros comicios, algo que sólo será posible, a la vista de lo sucedido en Europa, si desde el Gobierno y desde el PSOE consiguen mantener una alta participación electoral al final de esta Legislatura, y si el “no nos falles” mantiene a los más jóvenes en la órbita del cambio que se produjo el pasado 14 de marzo.
Otrosí: Aseguran los más “enterados” que ni Zapatero, ni Blanco, ni Peces Barba van a perdonar a Simancas su órdago para la repetición de las elecciones madrileñas del pasado octubre. Zapatero tuvo que tragarse su promesa-propuesta al rector de la Carlos III; Pérez Rubalcaba su conversación con Antonio Romero en los predios de Boadilla del Monte; y Pepe Blanco la postura de Pepe Acosta. Este último ya está pagando las consecuencias hasta en su propia agrupación. La venganza se sirve en frío.
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