pasaba por allí/Olga Heras
Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Precampaña de baja intensidad (con la salvedad del rifi rafe nacionalista y de las armas químicas) y un mismo sentimiento en las particulares huestes de populares y socialistas: la falta de chispa, mordiente o agresividad, llámesele como se quiera, del candidato. Sí, Mariano Rajoy ya ha recibido públicamente los primeros pitos por parte del mismísimo Aznar, en el PSOE no se atreven a tanto, aunque cada uno de los discursos de Zapatero se escucha con desasosiego y expectación, intentando atisbar en ellos que, esta vez sí que sí, el “líder” ha apretado definitivamente el acelerador.
De momento, y en pleno frenesí de campaña, los presidenciables no han pasado de ilustrar al posible votante con un encadenamiento de promesas y alguna que otra lejana confrontación verbal entre ellos. (Sería, no obstante, faltar a la verdad no reconocer que Zapatero, con el paraguas del reavivado debate de Irak, ha puesto estos días más interés y esfuerzo en situar a su oponente contra las cuerdas).
Uno y otro, sin embargo, están obligados a conseguir un gobierno de mayoría absoluta, si no quieren sufrir en sus respectivos partidos los daños colaterales de un descalabro en las urnas, agravado en el caso de Zapatero, dada su negativa a formar gobierno si no resulta el más votado (no son pocos quienes opinan que el brindis al sol del candidato es una grave metedura de pata), que puede hacer inviable desalojar al PP de la Moncloa.
El PP de Rajoy intenta alcanzar los resultados de 2000 transmitiendo moderación y configurándose como la única alternativa para la estabilidad del país, mientras que “ZP” promete un “merecido” cambio, en el que el diálogo arrincone la crispación institucional de los últimos años. Para conseguirlo, Zapatero se empeña en extender las redes del socialismo en el caladero electoral de Izquierda Unida, apelando, como ya hicieran sus antecesores en la década de los 90, al voto útil. El candidato socialista no ha dudado en desempolvar al fantasma del bipartidismo para ganar las próximas elecciones de marzo. El precio, ni más ni menos, que el cadáver de Izquierda Unida, cuyos presagios electorales no son muy halagüeños, máxime si se tiene en cuenta el escaso eco mediático que alcanzan sus mensajes y esa china en el zapato llamada Madrazos.
Que las andanadas del candidato del PSOE han calado lo demuestran los últimos sondeos, en los que la displicencia de Aznar hacia el Parlamento en lo que respecta a Irak parecen pasar factura a un Rajoy que ve alejarse el anhelado gobierno de mayoría. Situación que guarda grandes similitudes con la vivida en los comicios municipales y autonómicos del pasado mayo, aunque no conviene olvidar que, entonces, y para sorpresa de muchos, sobre todo socialistas, el clamor popular no brindó al PSOE un triunfo arrollador y sí un balón de oxígeno a una Izquierda Unida condenada a desaparecer.
Pero la pelea electoral del 14-M tiene sus propias particularidades en la Comunidad de Madrid. La campaña popular cuenta aquí con un protagonista estelar, Rodrigo Rato, que parece haber encontrado en la arena política madrileña el marco idóneo para mostrar sus dotes de liderazgo.
La incisiva dialéctica del ministro de Economía y número dos de la candidatura del PP es jaleada con entusiasmo, incluso por el PSOE, que ve en él un rival de más envergadura que Rajoy. Que el PP confía en Rato para fajarse el voto en esta región es evidente y también palpable, hasta el punto de que comparte honores con el candidato con una web, en la que además de su gestión de gobierno, reseñas personales y profesionales, se hace un seguimiento diario de sus intervenciones en la campaña.
También los socialistas siguen en la Comunidad una singular estrategia, que ha otorgado a sus alcaldes un papel relevante. Deseosos de vender los buenos resultados que el candidato obtenga en su “terruño”, los regidores del PSOE (amén, de cualquier “brillante” e ingeniosa aportación que puedan hacer a nivel individual) han cerrado filas en torno a las directrices de la FSM, encaminadas a reactivar las reivindicaciones o denuncias de cada una de las localidades donde gobierna. Rechazo frontal a las radiales o la petición conjunta de un hospital para Parla son dos claros ejemplos de ello.
Mucho más modesta en sus pretensiones, pero apoyándose también en la cobertura que proporciona el municipalismo, Izquierda Unida enfrenta la precampaña madrileña pilotada, además de Llamazares, en dos nombres: Angel Pérez y Monserrat Muñoz, números dos y tres de la candidatura.
Tanto Pérez como Muñoz realizarán un intenso periplo por los municipios de la región, con especial incidencia en aquellas localidades donde IU cogobierna con los socialistas. Un recorrido que tendrá como paradoja la denuncia de la coalición acerca de la estrategia del PSOE de dejarles fuera del juego electoral de estos comicios.